Rompiendo mitos

Lo primero es aclarar confusiones que se trasmiten generacionalmente, y que las aceptamos como verdades absolutas. Todos disponemos de la misma inteligencia, así de rotundo. Hay muy pocas personas cuya inteligencia sea superior a la media, superdotados, y muy pocos con inteligencia inferior a la media, retrasados. Todos, a casi todos, disponemos del mismo capital de inteligencia, esto quiere decir que todos tenemos las mismas capacidades intelectuales, podemos estudiar fontanería o ingeniero, periodismo o auxiliar administrativo, etc. Todos con parecido esfuerzo podemos conseguir lo mismos frutos.
En ocasiones, en muchas ocasiones, los padres y familiares al hablar de los hijos los tienen catalogados, por lo que se refirieren a ellos por el papel que les han asignado. El mayor es muy inteligente, saca muy buenas notas, vale mucho. El mediano le cuesta mucho, es voluntarioso pero se ve que es más torpe, y la pequeña es un torbellino, es imposible, no podemos con ella, no conseguimos nada, es además, egoísta y caprichosa.
Las apariencias engañan

¿Que ocurre en el fondo? Cuando se da esta circunstancia generalmente ocurre que, el mayor ha madurado antes además de posiblemente obtener ventaja quedando bien con sus padres, pues responde correctamente a sus expectativas. El segundo está en proceso de maduración y le cuesta más la identificación con su responsabilidad, ojo tiene que renunciar a algo que es más propio de la niñez, el juego. Y la pequeña sigue infantil, inmadura, soñadora, en plena fantasía quizás consentida y protegida, en el fondo hace gracia especialmente a abuelos y familiares por sus halagos, pero está rentabilizando con ellos su personaje, obteniendo casi todo lo que se propone, premios permanentes.
Todo esto se inscribe dentro de una situación muy común, no somos iguales, nuestras relaciones ante acontecimientos iguales son distintas. Pero corremos el riesgo y este es el problema, de cronificar los papeles asignados cuando no acertamos con la relación adecuada, y como consecuencia, nuestros hijos de mayores seguirán representando dicho papel, laborioso uno, apático el otro y caprichosa la ultima. Ante esta situación tan repetida en la vida diaria, los padres dirán de la pequeña es que es así, no la gusta nada el estudio, solo jugar y jugar, pero es tan buena…tan cariñosa, da gusto con ella, aunque es algo caprichosa, esto lo comentamos con los familiares en presencia de la niña, que lo escucha.
¿Qué ocurre? Que jamás hará nada, que se identificará con el papel que le hemos asignado y cada día tratará de hacerlo rentable, velará y disfrutará de su comodidad consentida. En cuanto al mediano más despreocupado y lento, más o menos nuestro proyecto es: hace lo que puede, desde la aceptación de la situación, ojo con nuestro consentimiento y apoyo, está aprendiendo la ley del mí¬nimo esfuerzo.
Tres niños normales con distinto grado de maduración, pero con cualidades equivalentes, les hemos estigmatizado, les hemos asignado unos papeles en la vida que ellos han aprendido, y que representan cada día mejor, y que teniendo las mismas capacidades van a conseguir logros familiares, laborales y sociales muy diferentes.

¿Qué se puede hacer?

Es un error común en los padres. Les queremos listos y que cumplan nuestros deseos, que hagan lo que nosotros deseamos. Ocurre que son personas que en muchas ocasiones no piensan como nosotros como es lógico, que tienen su propio código de comportamiento, y que tenemos que hacer el esfuerzo de comprenderlos, e incluso apoyarles, en sus diferencias, siempre que estas no supongan pisar la línea roja.
Los niños necesitan básicamente sentirse queridos, aceptados, considerados, halagados, digan o hagan lo más variopinto. Necesitan seguridad a la vez de flexibilidad por parte de los adultos, comprensión a la vez de autoridad.
No todo se puede permitir, tienen que interiorizar que hay límites, líneas rojas. No obstante en el fondo todos van a aprender imitando, van a reproducir nuestros actos llegando a criticarlos cuando les consideren desacertados.Esto es la esencia del “como educar”, “como formar”, vivir ejemplarmente, obrar con cariño, representar intachablemente nuestros papeles de padres, de trabajadores, amigos, vecinos, hijos, familiar…y a la vez de comentarlo y participar a los hijos.
Las bases son el ejemplo, el ser, no para ellos sino con ellos. Es posible que seamos ejemplares, pero ello puede ser estéril si no lo explicamos, si no lo compartimos, si no lo vivimos en familia.

Es posible también que yo me permita licencias que niegue a los otros. Yo un buen coche, grande y lujoso, y una bonita bicicleta, y ellos ya mayores de edad caminando, eso de que cuando seas padre comerás un huevo no es correcto, el huevo es de todos. Todos somos iguales, compartimos tiempo y placeres cuando la situación lo requiere. No, yo me voy a Ibiza y tú te quedas con la abuelita, esto supone una segregación familiar.
Primero pues, ejemplo y compartir, equidad dentro de un sistema en el que viene determinado que el amor, ternura, calor, complicidad, cercanía, etc., se reciben en mayor medida de la a madre, y autoridad responsabilidad ,respeto, etc., se espera en mayor medida del padre. Si conjugamos lo anterior con el apoyo y comprensión, no con justificaciones permanentes, y complicidad sin límites de los padres, y ojo, de los abuelos, que son grandes figuras, incluso de algún tío, a través del refuerzo permanente, por ejemplo: “muy bien”, “fenomenal”, “sigue así y lo conseguirás”, “te veo feliz y me encanta”, “puedes cumplir mejor si te lo propones, aunque lo has hecho perfecto”, “a papa y a mí nos costó conseguirlo pero mereció la pena”.
El éxito implica constancia, hay un horario para todo, comer, jugar, dormir, estudiar, comentar con mama, ya sabes que siempre estoy contigo, no lo olvides jamás. Planifiquemos los fines de semana en grupo si no hay estudio o trabajo, nos planificamos para compartir todo, incluso puntualmente, la cama.
Somos una camada, que se siente unida por el amor, la ternura, la alegría del disfrute, cuando nos unimos, y que cada uno representa un papel. El padre es padre, no amigo, y la madre es madre, no amiga, y el hijo mayor no es padre del hermano menor, no tiene ninguna responsabilidad respecto a los menores.
A los hijos los tenemos sin pedirles permiso, no les solicitamos su opinión, tienen pues todo nuestro cariño, responsabilidad, tiempo habilidades, etc., para ayudarlos a que se formen en libertad, no puede haber imposición, quizás negociación para pactar entre lo que les gusta y lo que les convenga. Eligiendo siempre aquello en lo que se puedan sentir más realizados.

El camino trillado de la vida, el que se repite constantemente, del que tenemos que hablar a los hijos con mucho cariño, pero con realismo, es que cuanto antes alcancen una formación de la que poder vivir, mejor para ellos, y para nosotros, esto es vital, esto es el tránsito de la vida normal.

Fdo.: Dr. Baltasar Rodero Vicente
Psiquiatra