
En los últimos años, el término «gente tóxica» ha ganado popularidad en redes sociales, libros de autoayuda y conversaciones cotidianas. Pareciera que hemos adoptado una especie de radar para identificar a personas que consideramos negativas o perjudiciales para nuestro bienestar emocional. Pero, ¿qué significa realmente este concepto? ¿Es una categoría válida o más bien una etiqueta simplista que utilizamos para evadir problemas más profundos? En este artículo exploraremos estas preguntas desde una perspectiva clara y accesible.
Aunque resulta difícil rastrear el origen exacto del concepto, se cree que la escritora estadounidense Lillian Glass lo popularizó en 1995 con su libro Toxic People. En esta obra, Glass describe a las personas tóxicas como individuos que hacen nuestra vida miserable a través de sus comportamientos negativos. Sin embargo, es importante destacar que Glass no es psicóloga, y su enfoque carece de una base científica rigurosa.
Desde entonces, el término se ha convertido en una herramienta de uso común para etiquetar a otras personas. Se habla de jefes tóxicos, parejas tóxicas, amigos tóxicos e incluso familiares tóxicos. Pero ¿cómo sabemos que una persona es «tóxica» y no simplemente alguien con quien tenemos una relación complicada o conflictiva? La respuesta no es tan sencilla.
En la literatura popular, las personas tóxicas suelen describirse con una serie de rasgos como:
- Manipulación emocional.
- Egocentrismo excesivo.
- Negatividad constante.
- Falta de empatía.
- Tendencia a generar conflictos o drama.
No obstante, estas características son demasiado vagas y generales. Todos, en algún momento, podemos tener actitudes negativas o comportamientos egoístas, pero eso no nos convierte en «tóxicos». Además, el contexto importa: lo que alguien percibe como comportamiento tóxico podría no serlo para otra persona.
Aquí surge una crítica clave al concepto de «gente tóxica»: la idea de que ciertas personas son inherentemente malas para los demás. Psicólogos como Oriol Lugo y Fabián Ortiz argumentan que esta etiqueta simplifica en exceso las relaciones humanas y nos lleva a culpar al otro en lugar de reflexionar sobre nuestra propia conducta o las dinámicas relacionales.
Las interacciones humanas son complejas y contextuales. Una relación puede ser nociva para una persona pero no para otra. Esto no significa que alguien sea intrínsecamente «tóxico», sino que ciertas combinaciones de personalidades y circunstancias pueden generar conflictos o malestar.
Llamar a alguien «tóxico» también implica una autoridad moral para juzgarlo. Esto puede inhibir la autocrítica y fomentar una visión maniquea de las relaciones: las personas se dividen entre «buenas» (que nos aportan cosas positivas) y «malas» (que debemos evitar). Esta visión simplista no sólo es injusta, sino también peligrosa.
Según el psicólogo Buenaventura del Charco, este tipo de etiquetas pueden llevarnos a reprimir nuestras emociones por miedo al rechazo o a percibirnos como frágiles frente a la «toxicidad» de los demás. En lugar de esto, deberíamos aprender a manejar nuestras emociones y establecer límites saludables.
En algunos casos, las conductas asociadas a las «personas tóxicas» podrían estar vinculadas a trastornos de la personalidad, como el narcisismo o el trastorno antisocial. Sin embargo, estos diagnósticos son extremadamente complejos y deben ser realizados por profesionales de la salud mental. Además, no es justo ni útil reducir a alguien a un diagnóstico o una etiqueta.
Fabián Ortiz señala que, en lugar de enfocarnos exclusivamente en los comportamientos «tóxicos» de los demás, deberíamos reflexionar sobre cómo nuestras propias inseguridades o patrones de comportamiento influyen en nuestras relaciones. ¿Por qué nos afecta tanto la actitud de cierta persona? ¿Qué podemos hacer para manejar mejor nuestras reacciones?
Reconocer que una relación es complicada o nociva no significa que debamos etiquetar a la otra persona como «tóxica». En lugar de eso, podríamos:
- Reflexionar sobre nuestra propia conducta: ¿Estamos proyectando nuestras inseguridades o frustraciones en la otra persona?
- Establecer límites claros: Si alguien nos hace sentir incómodos o inseguros, comunicarlo de manera asertiva puede ser una solución efectiva.
- Buscar ayuda profesional: Un terapeuta puede ayudarnos a entender las dinámicas de nuestras relaciones y cómo gestionarlas mejor.
- Practicar la empatía: Intentar entender por qué alguien actúa de cierta manera puede ayudarnos a manejar la situación con más calma y perspectiva.
El concepto de «gente tóxica» puede ser útil como una idea inicial para identificar relaciones que nos generan malestar. Sin embargo, su uso indiscriminado y simplista puede impedirnos explorar la complejidad de nuestras interacciones humanas. En lugar de etiquetar a los demás, podríamos enfocarnos en comprender mejor nuestras emociones, establecer límites saludables y buscar el crecimiento personal en nuestras relaciones.
Al final del día, todos tenemos defectos y virtudes. Las relaciones humanas no se tratan de categorizar a los demás como «buenos» o «malos», sino de aprender a convivir, manejar los conflictos y crecer juntos.
Fuente: El País. Rodrigo Santodomingo.
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