Nos incorporan al mundo sin nuestro permiso, y a lo largo de nuestros primeros años, vamos a ir interiorizando, costumbres, hábitos, valores… de la sociedad en la que nos desarrollamos, destacando de forma especial, la búsqueda de una pareja con la que compartir camino, y que en la actualidad en su confirmación inciden, además de una carga biológica, la psicología de cada uno de sus miembros, de aquí la diversidad de parejas.
Nacemos, nos desarrollamos en un ambiente cultural determinado, en el que de forma inmediata, compartimos tiempo y espacio con otros niños y niñas, con los que aprendemos a convivir, a estar con los otros. Con el tiempo, nuestras relaciones van tomando cierto perfil o afinidad, con aquellos con los que nos sentimos mejor, más felices y satisfechos, por lo que se observará cierta cercanía, que profundizará en el tiempo, por la confluencia de afinidades, sea o no de nuestro sexo, naciendo así un coqueteo, como primer paso en la conformación de la pareja. Obviamente su expresión no será igual en todas la edades; de niños, pensamos en el presente, en aquí y ahora, estoy contento, satisfecho, incluso emocionado, lloro cuando me impiden compartir tiempo y espacio de juego con las niñas o niños, con los que me siento bien, lucho por su encuentro, estamos en el proceso de compartir, de disfrutar de una relación de amistad, de cariño, de ternura, que nos engrandece; que a una edad superior, 12, 15, 17, 20, 30… la relación tiene otra cara y otro contenido. “El coqueteo” es el primer episodio de nuestro proceso de unión.
“El encuentro”; es el segundo paso, aquel, por el que superada la ambivalencia, centramos nuestra atención de forma exclusiva en otra persona; esto nos da seguridad, nos proporciona serenidad y valor, nos da en cada encuentro un chute de alegría y satisfacción, de tal forma que, cuando hemos diseñado un encuentro y no acude la pareja, nos sentimos desvalidos, frágiles, muy preocupados, porque su compañía nos protege, nos complementa, nos hace más fuertes y mejores, por lo que, no podemos pasar sin ese encuentro; no obstante, analizado en un plano más profundo, la lucha por el mantenimiento de esa relación, en ocasiones, no guarda el equilibrio necesario; uno puede poner más énfasis que el otro, haciendo este dato muy interesante, para observar el recorrido que nos queda, porque el miembro que apuesta menos, quizás algún día deje de “empujar”.
La “identificación” en un recorrido normal, es el tercer escenario, nos tratamos, vivimos de forma cercana, nos atendemos en nuestros deseos, soñamos y soñamos con el día de mañana, y en estos momentos vamos observando, cuales son las aspiraciones que nos animan, que nos mantienen compartiendo espacio, cuáles son nuestras ambiciones, diseñamos el día de mañana, de tal forma que nos acoja a ambos de forma grata y placentera; así van a ir surgiendo identidades que nos van a acercar, a unirnos más fuertemente, o que van a enfriar en algún momento la intensa unión que ha surgido. La añoranza podrá no ser equivalente, quizás uno lo tenga todo claro, se ha volcado, está ilusionado con lo que tiene y lo que espera; y en el otro surgen algunas dudas de diferente tipo, de aquí la operación de observación, de prospección del futuro, de permanecer con la conciencia clara, porque después de esta etapa va llegar la definitiva.
“El compromiso”, es la culminación del proceso, la coronación del disfrute, del gozo y al final, del enfrentamiento con la verdad, de mirarse al espejo, de enfrentarse a cuanto se ha ido comprometiendo. Es el momento de los cosidos, el hilvanado se ha superado, es la hora de determinar, de resolver, de apuntalar para siempre nuestra encuentro, y claro, en ocasiones no todos sentimos lo mismo; ha sido fácil e incluso delicioso, vivir las mieles, endulzarnos y saborearlo hasta la plenitud, pero cuando surge el momento de la renuncia, que supone la pérdida de libertad, y apostar por un solo camino acompañado, excluyendo para siempre a otros posibles, surgen o pueden surgir dudas; de falta de una identidad total, bien por la esclavitud que supone, por la negación de otras alternativas, de las que ha disfrutado, o simplemente por inmadurez; surgiendo así la valoración real, sustentada por la pregunta, ¿qué me conviene?, que jamás la habíamos utilizado, al haber sido todo el camino tan bello y hermoso. Pero la realidad en este abruma, nos hace sentir impotentes, frente a las dificultades de un camino de ilusiones, que nos cegó, y en ocasiones abandonamos.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2025
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