El segundo parto, o nacimiento social, es la consecuencia de un proceso prolongado, que nace desde la intimidad de cada persona, y que, con el transcurso del tiempo, normalmente llega su culminación, en ocasiones no exenta de desencuentros; pero que la fuerza de la inercia de la naturaleza, desde la confluencia de dos personas, pueden felizmente superar, consiguiendo como objetivo, diseñar un proyecto de vida en común. Proceso que no es fácil ni sencillo, y que no sólo depende de la pareja, sino que está condicionado por las diversas circunstancias, que van a tener su incidencia, abreviando en ocasiones el tránsito, o dificultándole con la presencia de algún obstáculo, que puede servir de bloqueo, o de extinción del proceso.
Lo normal es que, a una determinada edad, seamos atraídos por una forma de vida, ¡en pareja!, que se hereda de generación en generación, de forma especial en las familias clásicas, y desde la que se aspira a formar una familia, pudiendo surgir de inmediato como respuesta, las primeras discusiones en el ámbito familiar, a propósito de; la edad de cada miembro de la pareja, de la idoneidad del momento… estas y otras situaciones, pueden someterse a discusión, porque ello supone un cambio en el comportamiento de los protagonistas, y por ello en sus estudios, o en la atención a las responsabilidades del trabajo. En estas circunstancias normalmente opina toda la familia, buscando la mejor fórmula para no alterar el normal desarrollo familiar, aunque en ocasiones estas discusiones pueden estar cargadas, de frustración, o de desesperanza, y el resultado es, o puede ser, tanto amable como amargo, para padres e hijos.
Otra preocupación, es la de, si es o no, la persona adecuada, esta suele ser más emocional, y en la que normalmente también participan los abuelos, manifestando siempre cierto desacuerdo, porque los modos o formas de vida van cambiando con el tiempo, y además por otra parte, no somos ni los padres, hermanos, o abuelos, los protagonistas, y son estos los que tienen que sentirse satisfechos. Uno de los factores que tiene un peso significativo, aunque sea en ocasiones silente, es la vivencia de pérdida de la madre, y que gestualmente va a transmitir, al hijo o hija. “Se va de casa, lo pierdo, además ella trabaja algo lejos, o el trabaja en otra ciudad, y mi hijo ya no está con nosotros, ¿cómo se arreglarán?”. Este pensamiento, unido a la soledad que supone la lejanía del hij@, y la disminución de las obligaciones caseras, se van a sumar, provocando en ocasiones un estado de tristeza, que puede ser o no pasajera, pero siempre provoca sufrimiento.
Suponiendo que el trabajo lo tengan resuelto, lo primero que se presenta es la comunicación, el contacto, las llamadas, diarias o semanales, y las visitas, estas en ocasiones esclavizan, especialmente cuando las madres son exigentes, y controladoras; se haga como se haga, jamás se hará bien, es decir, a gusto de todos, “de aquí que sea la pareja la que decida, el cuándo y el cómo, son ellos los que tienen la autoridad para ordenar su tiempo, no deben permitir que se les hurte ese derecho”, por otra parte lo prioritario es, el recorrido del camino que se han impuesto, el resto son pequeños deberes que nos imponemos, porque ello lubrica al sustancial deseo, la libertad.
El nacimiento del nieto, normalmente es un acontecimiento esperado con enorme ansiedad, “por fin ya tenemos el primer nieto, dicen los abuelos”, pero eso supone cuidarle, atenderle de forma diaria, y esto es siempre muy exigente, por lo que los abuelos, especialmente los más cercanos y libres, se situarán en primera línea de ayuda, en ocasiones sin quererlo, y los otros, tendrán alguna palabra con el hijo o la hija, al sentirse desplazados, quieren participar y no pueden, se sienten ajenos, y esto puede suponer un punto, de pequeña o no pequeña fricción, más cuando los abuelos, alguno de ellos, necesita de forma puntual la ayuda del hijo o la hija, “tiene un huerto y se le hace duro mantenerlo, o hay que recoger la hierba…”.
Sabemos que este itinerario, cada día va siendo más minoritario; se va imponiendo la emancipación caprichosa, los hijos viven con los padres, pero los fines de semana los pasan fuera de casa, y esto especialmente depende del trabajo que se tenga, o en otras ocasiones se va alargando el proceso, hasta que las posibilidades de compartir lleguen, aunque los hay que se acomodan. Cualquier solución que se tome, ha de ser fruto del pensamiento de los hijos, teniendo estos el conocimiento, de la realidad de la familia, y el necesario respeto a la misma.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2024
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