21 Oct 2024
J octubre, 2024

Estado depresivo en la pareja

Baltasar Rodero

Con cierta frecuencia venimos asistiendo en la consulta, a cierto estado depresivo o de tristeza, generalmente en mujeres, y que, teniendo conciencia de la naturaleza del mismo, se niegan a reconocer, cronificando de esta forma el sufrimiento. Acuden con cierto estado de irritación, tensas y contrariadas, rígidas, con dificultad para encontrar un diálogo sereno, cambian de humor, se ríen sarcásticamente y lloran de forma simultánea, es una situación confusa a la vez de compleja, la capacidad de discernir más que perderla la temen, y en consecuencia bordean el tema fundamental, es un encuentro que se puede dilatar sin penetrar en el meollo, quizás porque su dolor es profundo e hiriente.

En todos estos cuadros descritos, subyace un desencuentro emocional en la pareja, un enfrentamiento temido, una ausencia del varón, que lentamente asfixia, una constante actitud de desprecio, de olvido, de negación, de falta de armonía, de soledad acompañada, de incomprensión, de doble lenguaje, de superficialidad, de huida, de pérdida temida, de miedo. Son mujeres de todas las edades, casadas o en pareja, que están en un momento de la misma delicado por diversos factores, y que ellas, inteligentes, cercanas, y entregadas, observan señales de falta de calor y cercanía en la compañía.

En ocasiones este recorrido es sutil, silencioso, se desliza lentamente, sin ruidos extraños, no es fácil que nadie ajeno a la pareja se dé cuenta, pero en otras, está permanentemente presente la tempestad, el camino es pedregoso, y las caídas dolorosas, incluso trascienden conectando con el medio, nadie pues es ajeno al tema, se comparten los acontecimientos, forman parte de los temas de cada día, tanto en el terreno familiar como en el de los amigos e incluso en otros medios ajenos, el conflicto pues, discurre entre sigiloso y oscuro, y brusco y áspero.

Es curioso, porque ambos miembros de la pareja son conscientes del nudo, incluso de que cada día este se hace más grande y más difícil, pero, él, porque quizás no tenga una respuesta adecuada, y ella por miedo al silencio, a la soledad o la nada, se adaptan a un medio plagado de amargura, y además con muy escasa o nula esperanza.

Cuando vencida la primera defensa que describimos en el primer punto, y la mujer, que es la que normalmente acude para calmar su ira dolorosa, nos comenta su desgracia, que siempre dulcifica, “me responde siempre de mal humor, no tiene conversación ni tiempo para mí, nunca se a la hora que va a llegar a casa, jamás me informa de nada, cualquier cosa que proponga siempre es mal recibida, incluso me la crítica y desprecia, me falta al respeto incluso cuando estamos en grupo, y yo no sé qué hacer, aunque en ocasiones me siento llena de rabia, pero me aguanto, son muchos años juntos”.

En ocasiones está comenzando la andadura, incluso se están planteando la posibilidad de vivir juntos, han visto algún piso que no les ha gustado, “pero él se siente menos comprometido, vive bien, trabaja, tiene su sueldo y viene cuando puede o cuando quiere, yo me siento atada, no sé si seguir o no, porque no le observo con la emoción que yo tengo, siempre tiene prisa, vine a verme cuando quiere, se está un rato y generalmente tiene cosas que hacer, yo se que viene a lo que viene, pero a mí me gusta, además no tengo otra alternativa que no sea la soledad, porque no hay mucho donde escoger en el pueblo, cuando lo pienso me siento triste, a la vez de enfadada, por soportar lo que estoy soportando, y no me atrevo a poner fin a la relación por miedo, además tampoco me trata como yo entiendo que le corresponde, es brusco, soberbio, y egoísta porque no tiene en cuenta mis sentimientos”.

Estas situaciones, envolventemente enmarañadas, dañinas para ambos y de forma especial para la mujer, cuya salida es compleja a la vez de temida para ellos, porque disponen de ciertas comodidades, y para ellas, al disfrutar de cierta engañosa  seguridad, van desgastando emocionalmente a ambos, se pierde frescura de ideas, se ralentiza el ánimo y la toma de decisiones, se compromete el sistema cognitivo perdiendo atención, concentración y memoria, y florece la amargura junto el terror, la irritación, y surgen pálpitos de furia, o un apagamiento de ánimo que cada día se hace más ostensible.

La convivencia nos exige vivir con cierta serenidad y esperanza, tratar siempre de esclarecer cualquier hecho que nos impresione de confuso, contrastar permanentemente criterios, compartir deseos fantasías y esperanzas, convivir, en definitiva, en un marco de aceptación y respeto.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2024