
Nacemos, y nos incorporamos al mundo como una persona más, aunque estamos algunos años en manos de los demás, fundamentalmente de nuestros progenitores; crecemos lentamente, nos desarrollamos especialmente, por los múltiples cuidados que recibimos, somos el mamífero que más tarde adquiere su libertad, no obstante, pasado el tiempo, a los 11, 12 o 13 años, normalmente somos sujetos con la presencia de un torbellino de hormonas, que cambian nuestra arquitectura física, a la vez que dinamizan nuestro estado emocional. Nos erguimos como personas, que aspiran a la adquisición de ciertas cuotas de libertad, y planteamos una lucha en todos los frentes: nos hacemos escuchar, protestamos, exigimos, requerimos, preguntamos, y de forma especial vivimos en una controversia, al desconocer nuestro camino, por lo que, desde las múltiples dudas, nos hacemos oír, requiriendo, exigiendo, criticando, en definitiva, haciendo saber, que somos un ser social, aunque desconozcamos nuestro itinerario. Es el momento de las discordias, de los desencuentros y enfrentamientos, de las hostilidades y de la búsqueda desde el tanteo; de aquí que estemos tan desorientados, dudemos, nos irritemos, y suframos la siembra de una sábana de incertidumbre.
Los gritos de reproches, desafiantes, u ofensivos, “no sabes nada”, “eres una ignorante”, “no quiero saber nada de ti”, “déjame en paz que no quiero ni verte”… las lágrimas nacidas tanto de las frustraciones vividas, como del enfrentamientos a los límites que los padres o familiares imponen, las rabietas y amenazas frente a la coartación de una actitud, y ocasionalmente los enfados expresados con brusquedad, golpeándose o tratando de destruir algún objeto, junto a las negaciones permanentes, se trate de lo que se trate, son constantes además de perseverantes, provocando circunstancias o momentos, en los que los padres viven en un lago profundo de desolación, porque carecen de las respuestas adecuadas, se sienten vacios, desorientados, desolados, tristes y confundidos, de tal forma que, si silencian o permiten determinados hechos, se van a sentir mal, pero si se implican, y participan en el ovillo perverso que el niño ha ido tejiendo, seguro que se perderán en el camino, perjudicando gravemente al niño, al no encontrar lo que desea, la paz interior.
Lo adecuado es, entender que este marasmo, desorden emocional, disparates ocasionales de tomar y dejar a la vez, o decir una cosa y a continuación la contraria, es lo normal, están en pleno aprendizaje, su cerebro se encuentra en plena inmadurez, es como un enorme manojo de circuitos que caminan hacia su ensamblaje, de tal forma que toman un sentido y se sienten incómodos, toman otro y no vislumbran la luz, aquí puede aparecer un compañero o amigo, es la hora de los amigos, a los que se agarran al alejarse de los modelos de los padres, y estos les apuntan un nuevo sentido, o les orientan en otra dirección, y pueden aceptar el sentido contrario. La confusión, el desorden físico y mental, y la irritación con el mismo que trasmite a los demás con enfados permanentes, es la singularidad del momento en el que viven, su enojo, gesto fruncido, irritación fácil, cambios de humor, de apetencias, de deseos, junto a la negación espontánea de lo que sea, son las señales que delatan su evolución positiva.
Por esto, y a pesar de la enorme dificultad que supone el saber que decir y como decirlo, lo fundamental es estar atentos, saber que la realidad es una enorme cordillera repleta de accidentes, y en cualquier momento se puede presentar alguno, que incluso parezca inaccesible, ante esto no perder la calma, tratar de verlo con cierta distancia, tomar tiempo y pensar, jamás participar del embrollo en caliente, y cuando se pase ese calor que quema, tratar de encontrar aquel diálogo que necesitamos, y que él aceptará en momentos concretos, porque ha de saber, algo que nosotros tenemos muy claro, que hay situaciones concretas, “que no son discutibles”: comportamientos agresivos hacia las personas o las cosas, como contestaciones vulgares, e inadecuadas u ofensivas, o raptos de violencia extrema, frente a lo que consideran imposición, tomando la decisión de abandonar el domicilio… suponen líneas rojas que no se pueden saltar, esto es algo que el adolescente tiene que integrar y respetar, el resto, el barullo de ideas contrapuestas, de las que surgen los conflictos, serán tratados, en el lugar y momento precisos, algo que hemos de saber elegir.
La inmadurez cerebral, es la base del conflicto, de aquí que en la mayoría de las ocasiones no alcance a saber la trascendencia de sus actos, algo que, a nuestra edad, y con nuestra madurez parece sencillo, para ellos es inalcanzable; de aquí, nuestra prudencia, mesura, aceptación y comprensión, actitudes que les mantendrán junto a nosotros.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2025
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