Los diversos actos que percibimos de forma cotidiana, en nuestro diario quehacer, son analizados, incluso censurados, por nuestro inconsciente, de tal forma que, p.ej. frente a un hecho cruel, nos sorprende tanto, que es algo que, difícilmente alcanzamos a interiorizar. No podemos llegar a entender, como un individuo puede ocasionar tal desolación, o de otra forma, ¿pueden existir seres que ejerzan este tipo de comportamiento? Nos resistimos a creerlo, no podemos, nuestro sistema receptivo se resiste.
Nacemos generalmente, dentro del seno de una familia normal, que se adapta y vive de acuerdo con la norma, que interactúa con mayor o menor acierto, que convive con el resto de los seres, que señala límites, y que cada uno de sus miembros viene definido por un rol, al que trata de responder, primero desde la asunción de unas normas generales, referidas a la cultura social, y segundo, desde aquellas referidas de forma específica a la familia.
Así crecemos, nos desarrollamos y vamos conformando nuestra personalidad, dotada de una actitud concreta frente a cada uno de los otros, adquiriendo con el transcurso del tiempo cierta progresiva autonomía, que será coronada con la libertad individual, y con ello con la capacidad para formar una nueva familia.
En este desarrollo, van a incidir de forma específica dos grupos de factores, por una parte, aquellos que suponen un correlato con la dinámica de la familia, en cuyo ambiente podemos incluir, la escuela, en todas sus expresiones, y por la otra, cuyo significado tiene enorme transcendencia por su gran repercusión en la conformación base del individuo, el campo genético, en el que los últimos años se está estudiando más intensamente, y que parece tener una real incidencia.
Desde esta perspectiva cada persona es única, irrepetible y especial, con un formato externo afín, pero no con el mismo comportamiento, de tal forma que, bajo una apariencia de igualdad, en algunos seres se pueden dar actos repugnantes y vomitivos, física y psicológicamente, junto a otros que alumbran bondad infinita, y que luchan por la igualdad y equidad generosamente.
Desde esta generalidad, existen un número indeterminado de individuos que se alejan de la norma, incluso tanto, que se enfrentan a ella, con el objetivo de su destrucción, aunque lo más habitual es que se instalen en la marginalidad, y desde ella, y en el enfrentamiento permanente con lo establecido, así como en la lucha contra alguno de sus valores socialmente aceptados, haciendo de esta perversión o resentimiento, el núcleo central de su existencia.
Un paso más allá del individuo marginado, y a pesar del orden establecido por la sociedad, así como por los individuos que la sustentan y respetan, se sitúan los seres crueles, los que tienen como objetivo la ferocidad en su pureza, desde el odio, la envidia, los celos, el deseo de poder, de tener o de ser, desde el afán de dominio y posesión, etc., y cuyo objetivo único es arrancar caprichosamente, todo aquello que moleste a sus enfermizos objetivos. Todo obstáculo o impedimento en la consecución de sus objetivos, es arrancado violentamente como con un bisturí, limpiamente, sin titubeos ni temblores.
No importa el tipo de obstáculos a arrancar, pueden ser personas, lugares, estructuras físicas, grupos sociales, etc., el objetivo es la destrucción, el aniquilamiento, la anulación, la desaparición.
Son seres que pasan a la acción de forma impulsiva, “no me das el chupete, la pataleta”, no hay elaboración mental crítica, solamente existe la necesidad del cumplimiento de sus deseos, siempre carroñeros, viles y sin sentido, en el leguaje normal.
Hay una necesidad, sentida desde lo más profundo, que no se puede reprimir, que domina, conduce y dirige el acto hacia la destrucción del obstáculo, no conoce límites ni respeta formatos, ni plagia experiencias, porque no las acumula. Es un sentimiento que crece hasta llegar a desbordar por su energía, empujando a la acción.
Después no hay remordimientos, no hay conciencia de culpa, ésta la tienen los demás. El análisis de las consecuencias de lo que hacen está fuera de lugar, lo hacen como el que enciende un pitillo. En la crueldad, el formato de la destrucción no conoce límites, y depende de la imaginación y la fantasía del momento, por ello es todo incomprensible, falto de lógica y de coherencia, tanto que da la impresión que es irreal, tenemos que hacer un esfuerzo intelectual, para aceptar como evidente, lo sucedido, porque es sencillamente vomitivo, repugnante, algo que se nos atraganta, que tenemos enormes dificultades para digerir.
Además, la situación empeora por lo incierto de su posible rehabilitación, alguien que carece de conciencia, de su dañina y brutal forma de ser, alguien que no es capaz de aprender, porque no le afecta lo que hace, que no siente culpa alguna, que se sustenta injertado lleno de sentimientos de destrucción, de enfrentamientos, de deseos permanentes de desalojar todo lo que le moleste, que su base es el capricho, sin hilo conductor alguno, y sin referentes, anclado en el presente, en el aquí y ahora, etc., es imposible que llegue a interiorizar normas, que le prohíban ejecutar aquello, donde ponga su carga emocional de destrucción.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2025
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