Uno de los frutos de nuestro desarrollo evolutivo, es el de participar en la vida comunitaria, el de implicarse y colaborar con los demás, el de ser parte del grupo; lo podemos ver en directo y vivirlo, observando a nuestros hijos cuando los acompañamos al colegio el primer día. Este en principio desconoce todo, todo es nuevo para él, también el resto de los niños, observa y mentalmente va tomando nota de la realidad que le acompaña. Pero de forma lenta se va a producir un acercamiento, primero visual, que le permite observar al grupo y ver y sentir su dinámica, y en algún momento dará un primer paso de acercamiento, de tal forma que, va a sentir la obligación de responder, naciendo así el primer acto social en el colegio, que le llevará con el tiempo a sentirse uno más entre todos, diferente si, aunque con valores, hábitos y costumbres muy parecidas, y en algunos casos iguales; comienza así el desarrollo de lo que somos, “seres sociales”.
Nos seguimos formando, gestionando lo que vemos, escuchamos, hacemos… y en esa convivencia o vida participativa, vamos elaborando verdades o valores, en lo que participa directamente la familia, amigos y compañeros cercanos, y no cercanos, amén de desconocidos, con los que nos cruzamos de forma permanente, y de esta forma culminamos con lo que denominamos, un determinado perfil de personalidad, que se expresa de forma especial por unas ideas, a propósito de los diferentes aspectos de la vida.
La polarización, o formas de pensar contrapuestas, se origina en este camino, y supone un fenómeno, caracterizado por posiciones ideológicas, valores y creencias, no solamente distintas, sino absolutamente incompatibles. El lenguaje, que desde los dos años nos permite denominar las cosas que nos rodean, además de preguntar por otras conocidas o no, situadas fuera de nuestro ambiente, también nos facilita la comunicación a través del diálogo, en el que cada individuo expone su verdad, y como consecuencia el contraste de cada una de las mismas, para poder concretarse en aquella que nos conviene. En la polarización, no se consigue culminar este sentido medular, la posibilidad de llegar a un acuerdo, aquí no se puede dar, porque la verdad de cada uno es absoluta e irrefutable. En este caso, cada individuo se siente depositario de un conjunto de verdades, que tratará de defender, incluso con métodos violentos, porque no sólo piensa diferente, sino que de forma persistente su objetivo es el de imponerlas al resto de los individuos.
Este comportamiento está alimentado especialmente por las diversas plataformas digitales, que para su dominio tratan de priorizar los contenidos que generan mayor interacción, favoreciendo mensajes extremos o emocionales, en los que los individuos buscan aquellos que van a reforzar sus creencias, sumando además noticias falsas, y silenciando aquellas verdaderas. Los graves problemas económicos y las desigualdades sociales, es otro factor que alimenta la polarización, la percepción permanente de la injusticia en la mayoría de los campos sociales: vivienda, trabajo, formación,… junto con el miedo al cambio, provoca que las personas busquen explicaciones sencillas para problemas complejos, y esto lleva a algunos líderes políticos a explotar estas divisiones sociales, atribuyendo siempre la culpa a los otros, a los que gobiernan, manejando diferentes motivos, especialmente étnicos e ideológicos.
Podemos también sumar factores culturales, relacionados con temas como la religión, los derechos de los emigrantes o los de género, o las políticas identitarias, todas ellas han ido exacerbando la polarización, incidiendo en la globalización o el cambio cultural acelerado, como causa de la desaparición de aquellos valores tradicionales, donde se asentaba nuestra riqueza y especialmente la paz. Hemos de sumar lo negativo de los sistemas políticos democráticos, en los que vienen cohabitando dos partidos mayoritarios, buscando el poder, y donde la presión ambiental y familiar te exige, que renuncies a uno para apoyar a otro, esta situación, azuzada desde los medios de comunicación, desde los que se vende según qué medio, los favores de un partido, permite ciertas contaminaciones corrosivas, que al final provocan abusos de poder, clientelismos, y fraudes de todo tipo.
Los efectos o secuelas de este tipo de convivencia son obvios: el deterioro del debate político es incuestionable, porque no solo, no se alimenta el entendimiento mutuo, sino que se preconiza de forma encarnizada el rechazo al otro, ahogando siempre la posibilidad del encuentro de soluciones, que propicien el bienestar social, provocando un ambiente tóxico donde predomina, desde la descalificación a la difamación. Ello conlleva a la atomización política, al ser imposible construir consensos, siendo cada día más notoria la desconfianza en la política, los partidos y las instituciones. La radicalización hasta el fanatismo, la violencia política y el odio, siguen creciendo, y con ellos la inestabilidad, con la posibilidad de llegar a enfrentamientos.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2024
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