
Con cierta frecuencia asistimos a conversaciones sobre los hijos, en las que se pone de manifiesto que tener o no tener hijos carece de relieve. El asunto se trata como algo carente de significación. Son jóvenes, viven en pareja, y les gustaría tener hijos, comentan sin relevancia alguna. No se apuntan reparos, objeciones, ni se hace referencia a las responsabilidades que se contraen, nos gustaría “tener un hijo o hijos» y ahí queda el discurso. Da la impresión que aun no hemos superado totalmente la etapa gremial, en la que el hijo heredaba el oficio, y significaba, además de mano de obra barata, el sostén de la vejez de los padres.
He tratado y trato a bastantes parejas, y en la mayor parte de los casos, el deseo o sentimiento de necesidad de tener hijos, se queda en “me gustaría”, son pocos los que rematan el discurso con un pequeño análisis de lo que ello significa, para la convivencia de la pareja en términos afectivos, económicos, educacionales, etc., de dinámica de familia, de dedicación de tiempo, de protección, de cuidados, etc. Porque no se nos olvide que es un acto gratuito, puramente voluntario, que nadie exige, y en consecuencia de una elección libremente expresada, de aquí que la responsabilidad sea suprema.
Esto al final significa que somos deudores, que adquirimos una enorme hipoteca, que tenemos que ir gestionando sin que jamás podamos cancelar, porque un hijo es para siempre, hasta la eternidad, y además de nuestra sola responsabilidad, somos nosotros los únicos artífices del proceso, somos el exclusivo referente, el resto de las figuras en el fondo, van solamente a fortalecer la nuestra, además de, a enriquecer la formación del nacido.
Son para nosotros, no son nuestros, estarán bajo nuestros cuidados eternamente, dependiendo del grado de independencia que alcancen, nadie podrá interceder ni participar sin contar con nuestro consentimiento, y siempre lo harán de acuerdo con nuestra trayectoria, cultura, conocimientos, relaciones, etc. Las figuras que marcan su educación, o forma de ver el mundo serán las nuestras, de nuestro diálogo surgirán las verdades, que ellos irán asumiendo, interiorizando y expresando. En este cortísimo itinerario, normalmente se van a poder observar multitud de irresponsabilidades, simplezas, y graves errores, que podrán marcar el comportamiento del adolescente y que en consecuencia debemos de cuidar.
Primero la cascada de opiniones a propósito de tener o no tener el hijo. ¿Cuántos abuelos los escuchamos comentar, “tengo ganas de tener un nieto”, “o he conocido por fin a mi primer nieto”, etc. Este deseo o expectativa puede en ocasiones suponer una presión intolerable sobre los hijos, que mantenido en el tiempo, limita su libertad, desean quedar bien con sus padres y pueden por ello en ocasiones incurrir en un grave error. Fruto de esta situación son las visitas de abuelos generalmente sin control, anárquicas, y la mayor parte de las veces muy molestas para el niño, pues padres y abuelos conjuntamente, les exponen como un florero para ser adorados o admirados. Groserísimo error.
El niño no es un perrito que se puede exponer para ser admirado, sufre sueño, hambre, fatiga, etc., como los mayores, y en consecuencia es obligado un escrupuloso respeto. Y esto es así generalmente bastante tiempo, porque es frecuente la visita de fin de semana, a los abuelos, impuestas por éstos, e interiorizada por los hijos, pudiendo suponer especialmente para los nietos un gran sacrificio.
El padre gusta quizás de ayudar al abuelo y a la vez visitar a los amigos. La madre de acompañar a la abuela sola, mayor y limitada, etc., ¿pero y los niños tienen amigos en poblaciones pequeñas? Generalmente, en el diseño de este programa no figuran los hijos, siendo los verdaderos protagonistas. La relación entre las familias ha de seguir, pero obviamente teniendo presente los intereses lícitos de los hijos.
Ante esta situación y otras parecidas, que pueden representar, incluso un grave dilema en algunas familias, tenemos que pensar, que ninguno de nosotros eligió libremente ser hijo, nos lo impusieron, nadie nos llamó a la puerta, pero sí elegimos ser cónyuges, y padres, y esto implica que nuestra obligación básica y esencial es saber cumplir con los papeles elegidos en libertad, espos@ y padres.
No obstante, la familia es necesaria, son vitales sus referentes en el desarrollo del niño, todos en su conjunto forman una tupida red, en cuyos apartados van aprendiendo aspectos propios de la cotidianidad que le enseñarán a sortear y superar los problemas, pero cada uno en su lugar, cada uno tiene un lugar determinado en el ejercicio diario, y si hay armonía se complementarán positivamente.
El abuelo no es el padre, ni el tío es el hermano, son figuras, gestos y responsabilidades distintas. Si se me permite la idea central es la del ejercicio de la libertad y autonomía. Los padres responsablemente eligen tener o no tener hijos, desde la base que jamás serán propiedad de ellos, y que su obligación es la de formarles para que algún día puedan ejercer también su libertad. Esta elección se ha de realizar con sentido, sin presiones, nos corresponde a nosotros, nadie tiene derecho a opinar ni a intervenir, otra cosa es que se solicite orientación.
La elección de cónyuge que puede implicar o no el deseo de tener hijos, lleva consigo la formación de una familia, de la nuestra, semejante a la que en su día realizaron nuestros padres o abuelos, pero obviamente es distinta y ajena. La coordinación, entendimiento y complementariedad de los diferentes miembros de la familia extensa, horizontal, y vertical, siempre es positiva aunque no es obligada.
En mi criterio hay que apuntalar ciertos referentes insustituibles, los padres como autoridad, complicidad, amor y comprensión; la familia en general, como maestros en relaciones sociales; los amigos como colegas con los que mutuamente poner en práctica los conocimientos aprendidos; y los profesores en general, como autoridad científica y moral, en materia de lucha por la autoafirmación e independencia.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2025
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