En mis tiempos el bachiller, periodo previo al ingreso en la universidad, se iniciaba a los once años, siguiendo hasta los diecisiete, año en el que se cursaba, COU o PREU, realizándose a continuación, una prueba de acceso a la universidad, dando así concluido el bachillerato. Visto desde este momento, y contrastado con el actual periodo preuniversitario, no observo grandes diferencias; en la estructura, organización y exigencia del profesorado. Se sigue dando en mi criterio, una carencia esencial. ¿Sabe el alumnado estudiar?, ¿se le ha enseñado las entrañas de este su quehacer?, porque yo sigo observando una ausencia, en la que se pueden señalar dos aspectos: se sigue sin saber estudiar, es decir, sin saber absorber y ordenar el conocimiento, fruto del estudio de los libros de texto, y de las exposiciones del profesorado, por lo que son pocos los alumnos, que saborean el saber del aprendizaje.
En mis tiempos y previo al bachiller, en la escuela te enseñaban a memorizar, tenías que leer, repetir y repetir, hasta que te aburrías, pero al final, especialmente por miedo al maestro, te aprendías los afluentes de la rivera izquierda del río Duero. Era un esfuerzo titánico el que había que realizar, por lo que no me extraña, el porcentaje tan alto de fracasos. Si nosotros reflexionamos y nos preguntamos, ¿hemos avanzado algo?, ¿o seguimos chapoteando en el mismo charco?, porque yo conozco a jóvenes que, si el profesor ha señalado, que son trece y de distinto color, y el alumno no lo repite de igual forma, suspende; ¿con qué criterio?, porque la esencia es que el alumno haya entendido el meollo, del concepto de río, de sus márgenes, de lo que esto significa, tanto en terrenos montañosos como de páramo seco… Sin embargo, nos hemos apartado del fondo del tema, y hemos incidido en lo aleatorio, e incluso dando a éste cada día más protagonismo.
Yo a lo largo de mi aprendizaje, muy largo, siempre me he encontrado, con dos tipos de profesores, como se dan dos tipos de médicos, de curas… Por una parte, aquellos que antes de tomar la palabra, tienen en cuenta las capacidades intelectuales de su auditorio; y al resto, en el que prima de forma especial el texto, que ordenado en su cerebro, han de exponer en cincuenta y cinco minutos, como sentido medular de su responsabilidad, repitiendo literalmente lo que el programa les exige, incluso en ocasiones, de forma apresurada, si por lo que sea se va con retraso.
En el primer caso, el protagonista es el alumno, exponemos, explicamos, pero estamos atentos a su atención, enfatizando o cambiando la voz o su timbre en algunos fases, para no perder su mirada, además de que les implicamos, invitándoles a participar sin exigencia, y con el mayor grado de comprensión y flexibilidad, de tal forma que si pregunto a uno y no lo sabe, no pregunto ¿quién lo sabe?, fomentando una competencia nefasta, lo explico nuevamente, y hago que lo repita, quedando el alumno al final satisfecho, relajado y complacido, ¡pensaba que no era capaz de entenderlo y lo ha entendido!, “alumno ganado”, alumno que se implicará, porque sabe que se le puede preguntar en la clase, se aplicará más y estará más atento en clase, además fijará mejor el texto que se exponga, y con poco esfuerzo en su casa lo integrará, incrementándose su autoestima y confianza.
Otros profesores, bien por su personalidad, perfeccionista, u obsesiva, o por su historia de aprendizaje exigente, piensan más en, una exposición correcta, acertada, ajustada a lo que se le exige, sin tener en cuenta la calidad humana, y las actitudes diversas de los alumnos para los que habla. Yo en este caso sufrí a un profesor de matemáticas, que jamás miraba a los alumnos, manteniéndose fija su mirada hacia la pizarra, en la que escribía y escribía, y solo miraba hacia los alumnos, para expulsar a uno cuando escuchaba algún ruido, no le preocupaba el alumno, no les conocía, no los preguntaba jamás, no les participaba nada de nada, las notas eran afines a su comportamiento, cero veinticinco, cero diez, cero, dos ceros concéntricos…, riéndose de forma especial cuando repetía dos ceros concéntricos. Nada de empatía, nada de cercanía, nada de de calor o entendimiento, nada de preocupación de las necesidades diversas y múltiples de los alumnos. Lo fundamental era el texto dictado frente a la pizarra.
La empatía, el amor, la cercanía, propiciadas desde un ambiente de relaciones seguras y amables, subrayando el pensamiento crítico, a la vez de estimular la creatividad, son aspectos esenciales en la formación del individuo, como persona libre.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2024
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