El capital afectivo específico de cada individuo, va distribuyéndose a lo largo de la vida sobre las personas, seres, cosas, circunstancias, etc., que nos rodean, con una intensidad que guardará estrecha relación con el campo de nuestros intereses. Una quiebra en esa relación de afecto, que además suponga un insulto o agresión a nuestra armonía o estabilidad, nos causará sufrimiento, esto parece evidente.
De igual forma ocurre con todos los que están a nuestro lado, hijos, esposos, familia en general, cualquier acto de violencia contra ellos, cualquier circunstancia que trastoque su bienestar, yo vigilante y en parte responsable, sufriré, tanto más, cuanto más significativo sea el insulto.
Además de este tipo de sufrimiento, se da otro muy especial, cuyas raíces se sitúan en nuestra forma de ser, en nuestra forma de comportarnos frente a los demás, que nace con nosotros, y que en ocasiones es agotador, difícil de soportar, incluso devastador.
Sin saber porqué, en ocasiones vivimos insatisfechos, no nos sentimos tranquilos, sosegados y disfrutadores, más bien estamos inquietos, nerviosos, y nos irritamos con mucha facilidad, nos contrariamos enseguida, carecemos de paciencia, nos ensimismamos, no compartimos casi nada, el mal humor es permanente, nos gusta estar a solas, se altera el sueño, la libido y el orden alimentario, etc. Nos invaden sentimientos de culpa, fracaso e incluso de ruina, vivimos bajo el paraguas de la angustia, del miedo, de la inseguridad para progresar, desorientados, y en ocasiones desesperados.
Este proceso que puede sufrir cualquier persona ante la pérdida de un afecto, trabajo, novia, familiar, etc., puede presentarse en ocasiones en determinado tipo de personas, por su autoexigencia, actitud de control y puntualidad, por su excesiva laboriosidad, responsabilidad, orden, incluso por su exagerada escrupulosidad en el cumplimiento de sus obligaciones.
Son personas que tienen desde siempre ciertas limitaciones para conectar con los demás, primero porque no saben distraerse, no se lo pueden permitir, es una pérdida de tiempo, y segundo, porque generalmente las conversaciones las califican de banales, intrascendentes, improductivas, y como consecuencia, aburridas.
Lo medular es que se exigen tanto, que sin querer esperan de los demás todo lo que ellos son capaces de dar, con lo cual la frustración está servida.
La familia tiene sobre sus espaldas un sufrimiento añadido, porque el ritmo que marcan no es fácil de respetar, por esto los altercados y desencuentros no son extraños.
En el trabajo el sufrimiento puede ser enfermizo, al implicarse muchos factores, su laboriosidad les hace ser ejemplo a seguir, aspecto que los compañeros no lo reciben con entusiasmo, p. ej., su puntualidad, el ejemplar cumplimiento de todas sus obligaciones, implicándose más allá de lo que les corresponde, que al ser premiados como consecuencia de su eficacia, indirectamente pueden alimentar el alejamiento de los compañeros.
Esta situación que el sujeto vive con verdadera ansiedad, la lleva además a casa, haciendo participes a la familia de su frustración, y la comparte con los amigos, a los que se queja de la impuntualidad, informalidad, ausencia de rigor, etc., de sus compañeros, pudiendo provocar entre ellos, cierto estado de suspicacia y desconfianza, por falta de comprensión.
Así lentamente sin darnos cuenta, nuestra infelicidad, nuestra cierta amargura, desazón, irritación, contrariedad, impaciencia, se van adueñando de nosotros, y el sufrimiento aumenta, expresándose además como síntomas corporales: insomnio, desorden alimentario, temblores, etc.
¿Qué ocurre en el fondo?, ¿dónde está el problema, en una autoexigencia desmesurada o en el pasotismo de los demás?
Hay un perfil de personalidad sufridora, que, sin darse cuenta, ama y se exige la perfección en todo, la autoexigencia es la base, y la expectativa de perfección es el discurso emocional. Viven para trabajar de una forma singular, respetuosamente, rigurosamente, siempre puntualmente y buscando la perfección. No por querer ser la mejor, sino porque son así de exigentes. No pueden perder el tiempo, han de estar siempre haciendo algo. Se niegan el derecho a la inactividad, incluso el menor disfrute.
Su mundo es el orden, sobre el orden y el control gira su vida, han de ser exquisitos en su quehacer, de no ser así no conseguirán la seguridad. Describen escrupulosamente lo que han hecho, y lo que tienen que hacer, lo disponen por escrito sobre calendario, concatenándolo, cada cosa ocupa su lugar, y todo debe de estar en su sitio. El sufrimiento puede ser enorme, porque somos seres imperfectos y en consecuencia el error es un hecho común, y porque además, la exigencia de un esfuerzo tan desmesurado, de la búsqueda del control de todo, nos agota y nos deprime.
La respuesta en términos generales es sencilla. Vivo en un mundo que me hace infeliz, mi ensamblaje en su formato de convivencia chirría, y esto me desgasta. Tengo pues que hacer un esfuerzo intelectual conjuntamente con un especialista, para ir buscando el mayor grado de acuerdo con el comportamiento de los otros, porque es un hecho que el mundo es como una apisonadora, desarrolla mucha más fuerza que el individuo, y además no para, sigue caminando, de aquí que la aceptación (del mundo tal cual es), y la adaptación al medio, deben ser los pilares sobre los que ha de descansar nuestro comportamiento evitando así, además del sufrimiento, la marginación.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2023
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