El miedo es una emoción primaria, muy desagradable, que viene precedida por la presencia de un peligro real, de aquí y ahora, o fantaseado, recordado, o supuesto, siendo su máxima expresión el terror.
El miedo en sí, constituye un mecanismo de defensa, o de supervivencia, que permite al individuo una respuesta rápida frente a cualquier adversidad, es por ello una emoción beneficiosa. Puede ser real, cuya intensidad es proporcional al estímulo que lo causa, o neurótico, al observar como respuesta, una desproporción exagerada con el estímulo causal.
En la génesis de miedo se apuntan dos teorías. De acuerdo con la visión conductista, el miedo siempre es aprendido, impregnando el carácter del individuo, así como el de los diferentes comportamientos sociales. Desde la perspectiva del inconsciente o de la psicología profunda, el miedo, respondería a la existencia psicológica de un conflicto no resuelto.
Comienza siempre por un estímulo negativo, o la apreciación de la existencia de un peligro, que provoca de forma reactiva una actitud de estrés, con la liberación simultánea de unas sustancias o neurotransmisores, que aceleran la respiración, e incrementan las palpitaciones cardiacas, consiguiendo de inmediato una puesta de alerta de nuestro organismo, frente al estímulo peligroso, real o supuesto.
Los cambios fisiológicos son inmediatos, bruscos, complejos y plurales en su presentación, aumenta el metabolismo como consecuencia de que es mayor nuestro gasto, se incrementa la presión arterial así como la glucosa en sangre, como “gasolina” necesaria para el esfuerzo, la sangre se dirige donde se necesita, y es hacia las extremidades inferiores para poder huir, se agrandan los ojos, y se dilatan las pupilas para ver más, se arruga la frente, quedando la actividad consciente centrada absolutamente en la fuente de peligro, por lo que tanto nuestra capacidad de entender, como la de dirigir nuestros actos, queda enormemente limitada, e incluso ocasionalmente anulada.
En el derecho romano ya se hablaba de, “por causa del miedo“, como eximente de responsabilidad. En las Siete Partidas vienen recogidas las anulaciones de pleitos realizadas bajo el miedo, y en el derecho actual se determina que, es causa eximente de responsabilidad criminal, todo individuo que obre bajo el impulso de un miedo insuperable.
El pariente más cercano al miedo es el terror, que es el estado emocional que nos exige la huida de forma brusca, como en resorte, de las situaciones que sentimos como un peligro real o imaginario, por eso siempre se ha dicho que, el terror protege o evita, dado que provoca una fuga, y sin embargo, el miedo siempre limita, porque paraliza, congela, y compromete la cognición, memoria, atención, razonamiento, etc., haciéndonos así mas débiles.
El miedo además es contagioso e hiriente, es un estado vital que se transmite de forma espontánea, y muy especialmente, cuando es reactivo a un hecho concreto, real y objetivable, como la invasión del coronavirus. Va lentamente invadiéndonos, incrementando su intensidad lentamente, cuando se da la presencia permanente del objeto del miedo, el virus, y provoca además, consecuencias nefastas para la salud de todos, por la disminución drástica de nuestras defensas, pudiendo ser incluso letal.
Este peligro siempre se agrava, cuando el miedo incide en las poblaciones con falta de apoyo, la soledad, que unida a la vejez, forma el binomio perfecto para que se incremente su incidencia. En la población mayor, aumentan la presencia del déficit, tanto físico como psíquico, que normalmente nos distancian en mayor o menor medida de la realidad, cubriendo ésta normalmente, con recreaciones fantásticas. En este caso, no hay lugar para recrearse en una fantasía amable, al estar permanentemente bombardeados desde nuestra situación de sitio, por el contaje de enfermos y fallecidos, (los mayores en mayor número), que se incrementan diariamente, el miedo en esta situación puede eclosionar ocasionalmente en terror, lo hemos observado en las colas de las grandes superficies.
La soledad es la ausencia de esperanza, la vivencia de la nada, el desarraigo absoluto de nuestra existencia, el hecho que provoca el mayor grado de debilidad del individuo, situación de la que no somos conscientes, por la velocidad a la que conducimos nuestra vida, pero diversas encuestas, realizadas en países del primer mundo, (John Canoppo), indican que uno de cada cuatro individuos dice sentirse solo, incluso uno de cada tres, llegando a representar el 90%, si nos referimos exclusivamente a la franja de la tercera edad.
La soledad, unida a la vulnerabilidad, hace que, el colectivo de personas mayores, en las que además normalmente inciden otro tipo de patologías, sea una población en peligro extremo, y que viva impregnada de cierto sentimiento de terror, que a todos nos toca combatir conectándoles con el mundo. Ellos reforzando su pertenecía a la vida siguiendo con sus hábitos, y subrayando sus contactos, y el mundo respondiendo a sus necesidades, dieta, cuidados, compañía, y solidaridad en general.
Los más jóvenes disponen de un abanico de posibilidades más amplio, además viven en familia, con lo que las posibilidades de hacer, diseñar, decidir, participar, reflexionar, pueden ser infinitas. Yo siempre recomiendo, después de participar en familia el tiempo necesario, analizar por escrito lo que hacemos normalmente, y como lo hacemos, hecho que nos permite realizar las correcciones oportunas.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2022
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