20 Jun 2022
J junio, 2022

Capacidad de adaptación

Baltasar Rodero

En estos días donde el movimiento de los ciudadanos es tan fácil como frecuente, lo normal es que se busquen aquellos lugares, donde tengamos asegurada la tranquilidad, el sosiego, la paz, o la diversión. El tiempo, limpio y agradable, los caminos señalizados correctamente y cada día con un mayor grado de conservación, los variados y múltiples lugares, en los que se sitúan descubrimientos casi permanentes, especialmente cuevas o artilugios artificiales, que facilitan el paso del tiempo, todo ello invita a que nos podamos mover casi permanentemente, en busca de nuevas y agradables sensaciones.

El ir y venir en el verano es, no solo frecuente, sino la esencia del mismo, excepto por una circunstancia mayor, fallecimiento, o situación en estado de gravedad de un familiar cercano, o una grave limitación…, todos generalmente, tratamos de disfrutar del sol, así como de los atardeceres que este provoca casi diariamente.

Aunque este año, que he pasado más tiempo en casa que el considerado normal para mí, por un accidente, he podido observar y reflexionar sobre algunas noticias que los distintos medios de comunicación nos relatan, y que además se adueñan del panel informativo.

“Hoy es un día de mucho calor, excesivo calor, tanto, que desde que se hacen registros de temperatura es la más alta”, y así, sin crítica ni comentario, lo vuelven a repetir una y mil veces, siempre con el mismo texto, acompañado en ocasiones de una encuesta conseguida en pura calle, fundamentalmente de los trabajadores, que les toca ganar su jornal, o de algún viandante sofocado. ¿Pero qué va hacer en el verano? ¿qué esperamos todos que haga en el verano?

Después preguntan cómo se mitiga el calor, que grave dificultad. ¡Para qué están los abanicos y el agua!, antes en botijo, y ahora al alcance de todos por las fuentes o por el agua envasada. Me pregunto, si estos voceros sabrán, que no hace tanto, se formaban cuadrillas de segadores a mano, comenzando su itinerario en Andalucía, para seguir por Extremadura y Castilla, para terminar en el norte, y siempre a más de 30 grados, y sin sombra en muchas ocasiones.

Cuando observo esta estampa, yo que como mayor, e hijo de agricultor, he visto e incluso agavillado el producto segado a mano, con dediles en los dedos para evitar los cortes de la hoz, siento cierta desazón, porque estamos amamantando una sociedad, haciéndola débil, frágil, y como los bebés, con expresión de quejas permanentes.

Ocurre todo lo contrario, cuando llega el invierno y aprieta el frio, cuando los dedos te duelen y tienes dificultad para moverte, cuando si te paras sientes que te congelas, quejas, nuevas quejas, es el día más frio, no hay quien lo soporte, es algo sobrenatural, nadie lo puede aguantar. Pudiendo responder al reportero de turno, ante la pregunta de, ¿cómo mitiga el frio?, no parando, moviéndome de forma permanente,  ponerme dos camiseta o dos jerséis, yendo acompañado de varias capas como una cebolla, pero voy, sigo, y no ocurre nada, a no ser que duermas en la calle. Recordar la falta de calefacción en las escuelas, de más de cincuenta alumnos mixtos, con puertas y ventanas rotas y desajustadas.

Estas quejas ocurren en las catástrofes, y siempre se ha dado alguna, ahora por motivos climáticos con más frecuencia, parece que estamos envenenando el ambiente, y ésta es su protesta, bruscamente hace acto de presencia la lluvia, de forma torrencial, destruyendo caminos, viviendas, enseres, animales, y algunos intrépidos conductores que, ignorantes cogieron su coche y les sorprendió la Dana, o aquellos que pensando que podían pasar por tal o cual badén, usaron su coche y quedaron encerrados dentro del mismo, y aquí vienen las quejas, las quejas por parte de todos, cuando lo que realmente tiene que venir, es un análisis de los daños, y cuando la legalidad lo permita abonar los desperfectos.

Podemos entrar en el profundo campo de la cotidianidad, la cesta de la compra cada día más cara, la vivienda escasa y cara, y por ello con dificultades para adquirir una, la falta de empleo, y cuando se tiene, el sueldo precario amén del miedo de perderle, lo caro de los libros de texto, la anarquía de la fecha de  apertura del curso, así como del calendario de estudios y del contenido de estos, con cambios casi permanentes.

Primero, nos quejamos de hechos que siempre han ocurrido como constante histórica, y segundo, la queja no resuelve jamás nada, si no la ordenamos y dirigimos correctamente. Cuando algo no es controlable, es tolerable.

 

Fuente Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2022