La totalidad de los seres vivos, en su incorporación a la vida como seres libres e independientes, requiere un periodo de entrenamiento, este periodo de tiempo mayor o menor, dependiendo de la especie, les va a facilitar el desarrollo de sus capacidades, para la realización de una vida normal. En el caso humano como ser racional, y con un nacimiento más deficitario, el entrenamiento será una constante en su vida.
Somos recién nacidos, y buscamos calor y comida de forma instintiva, y en la medida que van surgiendo necesidades vamos entrenándonos en satisfacerlas. Aprendemos a ponernos de pie, a caminar, siempre guardando el equilibrio, a comer, primero con la mano y posteriormente con cubiertos, a jugar: futbol, tenis, atletismo… y siempre buscando la superación y la perfección. Ocurre lo mismo con cualquier tipo de actividad, vestirse, dialogar, interactuar, estudiar. Nadie nace sabiendo, tenemos que aprender, y en consecuencia debemos entrenar, para saber hacer las cosas.
Mención aparte requieren los profesionales de cualquier tipo de actividad, músicos, artistas en general, deportistas….todos ellos van a requerir entrenamiento, como único método de conseguir desarrollar al máximo sus capacidades, el entrenamiento aquí, es la base de la formación en el ejercicio de cualquier materia, e indispensable o esencial cuando buscamos competir entre iguales.
En este sentido quiero apuntar que la vida, con la invasión de la pandemia actual, y en consecuencia con la apertura de esta guerra entre desiguales, porque el enemigo es invisible, además de letal, nos ha regalado una lección de entrenamiento de emociones, de enorme utilidad para el ejercicio de una vida, dentro de los patrones de la normalidad.
Hemos asistido a lo más doloroso, a la ausencia de seres queridos, padres, hermanos e hijos, o de seres próximos a nosotros, amigos, conocidos, familiares, ausencia que siempre deja una profunda, angosta y oscura sima, cuya primera impresión es la del sentimiento de incapacidad de cubrir.
Una madre que pierda a su hijo, un esposo que pierda a su esposa, un hermano que ve cómo se va su hermano para siempre, son procesos dolorosos, de duelo infinito, que impregna todo nuestro ser, arrancándonos las ganas de vivir, de seguir aquí, porque sencillamente no tenemos derecho, cuando él se ha ido.
El dolor moral, la pena, o incluso la melancolía que brota del alma, y que nos oprime el corazón, cuando se nos informa que un ser cercano a nosotros tiene que ingresar en la UCI. Nosotros sabemos lo que significa, sabemos el fruto probable que tenemos que esperar, nuestra actitud de profunda tristeza, nos atomiza y congela, esperando que algún día más pronto que tarde, pueda salir.
También hemos vivido un estado de ansiedad, ante la posibilidad de haber sido contagiados. Un compañero de trabajo, un amigo, o un vecino con el que me cruzo todos los días, me llega la noticia que ha dado positivo en el test que le han realizado.
Esta situación primero, me inquieta por él, deseando pueda superar la enfermedad, pero posteriormente, sufro un estado de angustia, de miedo, de no poder parar, de preocupación, o incluso de obsesión, por si he podido ser contagiado, algo, que solo el paso del tiempo, nos va ha poder facilitar la superación.
También hemos participado directa o indirectamente, en la contaminación de los sanitarios en general, y del número tan exagerado de defunciones de los mismos. Simplemente cumpliendo generosamente con su función, que les obliga a vivir permanentemente frente al enfermo, y según todos las noticias, no se les ha dotado del equipo individual correspondiente para realizarla.
Aquí subyace un sentimiento de irritación, de contrariedad y de rabia, amén de desprecio, hacia todas aquellas personas responsables, por no entregarles el material necesario, y porque además su tiempo, lo han dedicado y siguen dedicándolo, a cacarear, lanzando diariamente, mensajes burdos, groseros, incoherentes e inadecuados, o de otra forma, incumpliendo con aquellas funciones propias de su cargo, y por las que además reciben sus emolumentos.
Los diversos grados de satisfacción, que también apuntamos como aprendizaje, son varios. Pensemos en el estado de alegría, cuando un vecino que se incorpora, al lado de nuestra casa, e inicia una vida normal, ha superado la amargura de la prueba, familia y amigos satisfechos.
O en la emoción placentera, cuando el abuelo que ha pasado en la UCI, más de tres o cuatro semanas, periodo de tiempo en el que ha alternado de estado, mejora, empeora, y que al final, y casi sin esperarlo, lentamente mejora, y sonriente supera las pruebas finales, y es dado de alta. Su entrada en casa es procesional y con música, indescriptible, no contábamos con él y está entre nosotros. El éxtasis, o alegría suprema, la siente aquella madre, que enferma de covid-19, alumbra un hijo sano.
Si deseamos vivir sensaciones agradables, ejerzamos cívicamente, se han dado unas normas que todos sabemos para no contaminar a nadie, ni ser contaminados, respetémoslas, respetemos las normas higiénicas, uno cualquiera, sin saberlo, puede ser portador, es decir, enfermo asintomático, con capacidad para contaminar, y puede contaminar, si saluda, abraza… o no lleva mascarilla… a cualquiera, a sus padres, hermanos hijos, vecinos, ancianos, es imprescindible no contaminar, no trasmitir el virus, respetemos las normas.
Fuente: Dr Baltasar Rodero. Psiquiatra, Santander, Junio 2020.
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