29 Ago 2022
J agosto, 2022

La fiesta de los reencuentros

Baltasar Rodero

Estamos en los momentos sublimes de los reencuentros, son días de vacaciones, que quiere decir desconexión, o cambio de actividad diaria, o de descanso, en su acepción más común, de cortar con mi actividad cotidiana o con mi rutina comportamental, y adentrarme en otros lugares diferentes, o mejor en otra conducta distinta, es un acto higiénico, muy confortable para las personas, enriquece la salud mental de las mismas, cuando su disfrute es querido y deseado, se espera en ocasiones con ansiedad, esencialmente cuando estamos en momentos de mucha exigencia, siendo en el fondo un acto liberador, que además nos sitúa en aquellos lugares donde la fantasía es la protagonista.

En condiciones normales, cuando la vida transcurre de acuerdo con los patrones de la normalidad, la reiteración de los actos, la rutina como consecuencia de esta provoca fatiga física, pero especialmente una nebulosa mental, que nos limita nuestras capacidades psicológicas, todo está previsto, nada se improvisa, sabemos lo que nos toca en cada momento, esa reiteración en la que no surge novedad alguna, al final envejece nuestra capacidad de pensar, de imaginar, de discernir, fruto del aplanamiento mental, consecuencia de pisar los mismos itinerarios y ambientes.

Solamente, el cambio que supone un fin de semana, la libertad que nos ofrece, cuando nos implicamos en el mismo, el cambio de panorama, de medios, de relaciones, de situaciones nuevas, de imágenes de conversaciones y encuentros, todo ello, nos va a significar primero, una desconexión de todo aquello que nos es propio de cada día durante todo el año, y después, nos ofrecerá expectativas nuevas, quizás hasta proyectos en los que no habíamos pensado, y que el ambiente novedoso en el que me he instalado o una conversación con algún compañero o vecino del lugar, me ha despertado.

Se dan trabajos que por su exigencia, necesidad de atención, o de realización de actos repetitivos y uniformes, en los que no cabe la improvisación, hacen más necesarios un cambio de actividad, que puede ser desde pescar, montar sobre una bici, realizar cualquier deporte,  o ponerme en contacto con la naturaleza, desde la que se ofrece tanta y tanta vida, además cambiante cada día.

Otros trabajos son más relajados, permiten el podernos centrar en un pequeño diálogo con un compañero, paran unos minutos o segundos, no son reiterativos, en los que nos sentimos más libres, menos atados o presos, incluso podemos hasta sentirnos cómodos, al poder conocer a nuevas personas, y escuchar sus inquietudes, pensemos en un peluquero.

Al lado de estas situaciones se dan otras, en las que las personas carecen, a pesar de su búsqueda permanente, de trabajo, son convecinos que se sienten aburridos de tanta insistencia en un solo tema, un currículo, una visita, unas preguntas y respuestas, y un nuevo fracaso, el agotamiento es enorme, porque aun no queriendo, siempre se da cierta esperanza, siempre nos abriga la posibilidad de que suene la flauta, y no suena, y sigue sin sonar, ¿quién no desea entonces cambiar de ambiente, cambiar de actividad, si de actividad, quien no desea incluso en ocasiones desaparecer?

En esta línea se dan trabajadores en paro, que además la necesidad del mismo es vital, tienen hijos, estos son menores de edad, necesitan comida y ropa, amén de atención sanitaria, los padres lo ven, lo viven diariamente, y ante tanta necesidad no pueden hacer más que lo que hacen, y que no da resultado alguno, buscar y buscar la posibilidad de un trabajo, que bien vendría a estas personas, la posibilidad de un campamento familiar gratuito, en el que junto a sus hijos pudieran pasar unos días, no solo se lo merecen, lo necesitan para seguir en la lucha de la vida, para participar en el drama diario, sin pérdida de capacidad mental.

Como es lógico, porque los individuos somos diferentes en todo, los hay que puedan permitirse un viaje de cierto lujo, en hoteles estrellados, con todas las comodidades, y durante un tiempo holgado, junto a otros, cuyos desplazamientos son más cercanos, y las estancias menos ostentosas, por un tiempo más limitado. Junto a estos, se da con enorme frecuencia los encuentros familiares, personas que se desplazan desde su pueblo, donde conservan la casa de ellos o de la familia, a donde se dirigen con la alegría del encuentro con los suyos, y con todo aquello junto a lo que crecieron, son vacaciones familiares, en las que las familias se reúnen, y las fiestas son permanentes, porque la alegría del encuentro con los padres, o con su recuerdo a través de amigos, nos propicia un revulsivo que nos hace renacer, propiciando el mayor grado de desconexión de lo cotidiano.

 

Fuente Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander, 2022