El trabajo como actividad remunerada contribuye al bienestar del individuo, dándole un contenido, un sentido en este mundo, le impregna además de una identidad, referente  frente a los otros, por la que en ocasiones se le va a conocer eternamente,  además de propiciarle libertad o autonomía para su desarrollo y el de los suyos, como consecuencia de la contraprestación económica propia de la actividad.

 Obviamente es un factor socializador, nos permite conector con los demás, competir a la vez de colaborar con ellos, nos enseña a expresarnos en equipo, en grupo, y a interiorizar como ocurre dentro de cada familia, la existencia de la diversidad de roles.

 Su ejecución generalmente implica un conjunto de actos repetitivos, que vivimos generalmente de forma monótona, sin que nada se nos haga extraño en este transitar, desde el repiqueteo matutino del despertador, hasta nuestro regreso a casa, cuando la actividad la realizamos fuera de la misma. El trabajo doméstico es peor, porque incluso carece de la posible distracción del recorrido del itinerario, además del tímido  y pobre reconocimiento de la sociedad en general.

 Es un camino trillado, pesado, superconocido, en el que nada nos sorprende, todo es homogéneo y balsámico, nada se improvisa, con el boom de salida nos enfrentamos a los mismos aparatos, luces, mobiliario, a las mismas personas cosas u objetos, los mismos ruidos, encuentros y desencuentros, el mismo coche o autobús, somos recibidos por la misma tecnología, y nos situamos en el mismo lugar, puesto de trabajo, para realizar los mismos actos que, ayer y que hace meses o años.

 Todo ello aderezado con las mismas conversaciones, opiniones y comentarios en general, sonrisas de unos, protestas de otros, dando comienzo el mismo ruido ambiental, los mismos silencios, los mismos temores, alegrías, fantasías y recuerdos.

El ocio es necesario

 Pasan días y días, incluso años, y si reflexionamos, además de estar en el mismo itinerario, casi estamos en el mismo lugar, en medio de unas circunstancias equivalentes, con muy pocos o insignificantes cambios, y si se da alguno, tanto le hemos deseado, que al concedérnosle no nos aporta sustancia nueva alguna.

 Todo lo descrito requiere de esfuerzo, dedicación, perseveración, entrega, ilusión esperanza y motivación, que tenemos que generar cada día, de aquí que, la necesidad de un descanso, de una desconexión, sea necesaria, incluso esencial, para la conservación de nuestro equilibrio.

 El esfuerzo, la integración en el grupo, la colaboración, la cooperación, el trabajo especifico que se nos solicita, la expectativa muchas veces frustrada, la esperanza incierta, la ausencia de los tuyos cuando en ocasiones se necesitan incluso vitalmente, etc. , todo ello provoca cansancio físico, fatiga, y en ocasiones decepción o rabia, que al final incide en el bienestar del trabajador, pudiendo provocar con el tiempo cierto deterioro.

 El ocio responde, o ha de responder a esta situación, se trata de un tiempo, un paréntesis más o menos prolongado, en el que uno se aleja del camino trillado, su actividad mental y física se renueva, desconectando de lo cotidiano, las pautas del comportamiento, ambiente y circunstancias son desconocidas, se da en definitiva un alejamiento físico y mental de lo que nos es ordinario. Es una actividad nueva, ejercida de forma voluntaria y carente de remuneración económica.

 Pensamientos, fantasías, actividades, se producen en otra dimensión, nada me recuerda la norma, lo cotidiano, estamos situados en otros parámetros, de tal forma que estímulos, relaciones y en consecuencia vivencias, son nuevas e incluso extrañas. Es la única fórmula para desconectar, hemos de conectar con otro ambiente.

 Es lógicamente sano y por ello necesario, tanto física como emocionalmente, necesitamos frente a la fatiga, descanso, para evitar errores, la repetición permanente de un acto siempre conlleva fatiga por el esfuerzo, confianza por la interiorización de las dificultades y la aparición del automatismo, confianza que puede ser excesiva, y con ella la presencia del peligro de cometer errores. Lo sé hacer tan bien que descuido formas,  métodos, pautas, etc.

 Por otra parte cualquier tipo de actividad a realizar durante el ocio, es positiva, hay muchas lecturas al respecto, pero en nuestro criterio el ideal es hacer aquello en lo que nos sintamos a gusto, satisfechos, que deseemos, en definitiva. Ello implica que lo vivamos intensamente, que pongamos toda nuestra energía a su servicio, que vivamos intensamente para ello, y en consecuencia que quedemos muy lejos de aquello de lo que queremos desintonizar. Una máxima en comportamiento nos indica que, para desconectar de algo, tengo que conectar con otra cosa.

 Esto entendido de la forma más pragmática y positiva, nos muestra, que nosotros podemos dejar en el recuerdo lejano, nuestra actividad cotidiana y robotizadora con el ejercicio de una nueva actividad, que nos guste, que nos motive y satisfaga, y que además, tanto el ambiente en el que la realice como las personas con las que la comparta me sean gratas.

 Además del deporte en todas sus formas, de verano: playa, campo, excursiones etc., de invierno, nieve, ambiente cultural y culinario etc.,  existen otra formulas tan positivas y gratificantes: el campo lúdico, recreativo cívico-solidario, eco-ambiental, etc.

 No podría hablarse de una actividad que fuera más positiva que las otras, ni que cumpliera mejores criterios o tuviera mejores resultados, cada individuo es diferente en todo hasta en la fantasía, deseos necesidades, etc. de aquí que cada uno desde su interior sabe cuál es su lugar más adecuado, por ello, si éste entra dentro del campo de las posibilidades sea el mejor para él.

Fuente: Baltasar Rodero. Psiquiatra.