
Conectas la TV a cualquier hora del día o de la noche, la radio, y escuchas algún comentario del grupo de al lado…, todos coinciden en el genocidio que están sufriendo los gazatíes. ¿Quién no participa de esta realidad tan cruda, hiriente y dolorosa?, ¿puede alguna persona desconectar del hecho más cruel e inhumano, que consiste en matar de hambre y de sed a una población, que incluye todo tipo de personas, entre las que figuran niños famélicos y mayores, cuya falta de alimento ha hecho que los huesos se asomen al exterior, haciéndose visibles? Un niño que va por alimentos o agua, arriesga la vida, puede ser tiroteado, fumigado, aplastado por una máquina, él y su familia, por lo que las imágenes que observamos, están repletas de, cadáveres andantes, con las amputaciones más diversas, crudas e incapacitantes. A todo esto, hay que sumar la desaparición de viviendas, colegios, guarderías, lugares de esparcimiento, hospitales, surgiendo en su lugar tierra y tierra llena de escombros de todo tipo, donde están enterrados rehenes.
Ante esta crueldad tan desgarradora, ante esta destrucción tan visible como cruel, ante la posible desaparición de un pueblo, además de por el atropello de las máquinas por la falta de agua y nutrientes necesarios para su subsistencia, parece increíble que el mundo lo viva tan lejano como ajeno, y que no haya entendido la realidad de los hechos, y con ello la justificación para intervenir, pero la raza humana en el fondo vive con miedo, y la necesidad de supervivir es el motor de la vida, de aquí que por diferentes caminos elabore un ramillete de razones para su inacción.
Comenzamos por el fenómeno de la adaptación psicológica, o la normalización del horror; el ser humano dispone de una enorme capacidad de adaptación, cuando un fenómeno como la guerra, se prolonga en el tiempo, convirtiéndose en algo cotidiano, algo cuya presencia es constante, es algo más de cada día, por lo que nos deja de sorprender, al ser parte de nosotros. La defensa emocional; es el sentimiento que nos protege del sufrimiento, al evitar pensar en la gravedad de lo que está sucediendo, sin negarlo, desconectamos de una realidad desagradable, o minimizamos su trascendencia; también lo podemos ver como consecuencia de una realidad superior, que va unido a una falta de perspectiva, falta la distancia para poderla observar con claridad, hueles mal, y no te das cuenta si no te acercas al lugar donde el olor es normal; sucede en ocasiones algo difuso, fruto de la presión social, por la que el grupo se mueve en la dirección de la supervivencia, de tal forma que cualquier actitud que potencialmente pueda afectar a este sentimiento innato, provoca cierta defensa en el individuo; por otra parte, siempre suceden explicaciones que mitigan estos hechos, por ejemplo el posible cambio de las normas sociales, cuyos efectos potencialmente negativos nos pueden afectar; en ocasiones puede surgir una desensibilización del proceso violento, e incluso cruel, algo que se repite y que en principio nos sorprende e inquieta, o nos llega a desestabilizar, si se repite y se repite, de tal forma que se convierta en cotidiano, puede llegar a no hacerse visible, dado que sus efectos no son singulares; también se da la distocia moral, algo que sucede lejos, que no lo tocamos, que no conectamos físicamente con esa realidad, nace un pensamiento defensivo, “yo no puedo hacer nada, se habla de ello y no sé quién tiene la razón, es un problema que no entiendo, y además no me afecta, y que por otra parte me inquieta y desazona”, así nace un estado de neutralidad pasiva; además también surge el miedo a las consecuencias, “yo escribo esto, podrá tener consecuencias, entre amigos, conocidos, familiares o desconocidos, al denunciar un hecho deleznable, por su crueldad. En ocasiones se habla de responsabilidad diluida, somos todos los que tenemos que alzar la voz y denunciar estos hechos, de aquí que esperemos que alguien tome el mando del grupo, alguien conocido, responsable y que tenga crédito social, y con esta esperanza pasa el tiempo, repitiendo el “hay que hacer, esto no puede ser, tenemos que hacer algo”, pero siempre esperas al otro, la responsabilidad se diluye. Al final, en todo estos procesos cronificados, crueles y destructores, siempre nacen narrativas, con la labor de impregnar a la sociedad, de que lo que sucede no es algo casual, o esporádico o singular, sino que se trata de un hecho inevitable, argumentado con diferentes reflexiones, “como era de esperar, esto se estaba preparando hace años”, se sabía de antemano.
A pesar de estas posibles justificaciones para no intervenir, está muy cercano el Holocausto, y muy presente en la conciencia de todos, las lamentaciones del profeta Jeremías, “el llanto consume mis ojos, me hierven las entrañas…”.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2025
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