Una circunstancia personal, me mantenía esa mañana en casa, era un momento de descanso, de alejamiento de mi cotidianidad de trabajo, de forma automática me dirigí a la TV, y pensando que pudieran trasmitir algo que me gustara, o que hiciera referencia a nuestro país, era el momento de realizar un salto, corre una joven como un cohete, y salta haciendo una rotación o dos, cae, y no clava esta caída, pisa en el límite de la lona, las locutoras, profesionales de esta prueba no daban crédito, era la mejor, esperaban de ella lo mejor, incluso lo único, algo más que especial, era candidata a medalla de oro en varias pruebas, confusas, sin encontrar explicación, buscaban cada una en la otra argumentos para definir lo que habían visto, y no encontraban ninguno, un mal día se dijeron al final.

La prensa en el día posterior, recogía que la atleta se ha retirado de los juegos, su estado mental se lo exigía, llevaba tiempo con cierto malestar, inquieta, nerviosa, con falta de seguridad, quería dormir porque eso la acercaba a la muerte, sin que esta fuera realidad, no era feliz, no se identificaba con lo que hacía, se sentía dispersa, carecía de concentración, y lo más importante de esperanza, había perdido la alegría por ganar, vivía como arrastrada por la inercia de la vida.

La verdad es que, algo que habla de nuestra fragilidad, y que por ello es normal, sorprendió, nadie en principio lo pensaba, ni nadie en los primeros momentos lo creía, una joven número uno, que tiene ocasión de revalidar su competencia, sumando más medallas de oro que nadie, era un argumento que obstaculizaba nuestras reflexiones, pero era cierto, y además, era y es normal en una sociedad, o mejor en una actividad tan competitiva.

Vemos a un niño o niña de tres años, y la presentación siempre es un homenaje a sus cualidades, hermosura, capacidades, sabiduría, con las expresiones de es la más guapa, es lo más inteligente, tu sabes las habilidades que tiene, parece mentira con su edad y las cosas que hace. Y no digamos cuando va cumpliendo años, 10 o 12, la niña baila como los ángeles, toca el piano tan bien, que el profesor está sorprendido, y el niño juega tenis, hockey, fútbol, con maneras, que hacen pensar que va a conseguir ser un gran profesional.

La presión sube su tono, y los padres que asisten a un concierto de la niña, o a un partido de tenis del niño, previamente manifiestan su deseo de que haga lo que sabe, porque sabe más que nadie, que sea él, porque es el mejor, que lo puede conseguir, que puede llegar donde quiera, eso lo han dicho los profesores, apostillan, y los niños y niñas, sienten palpitar su corazón, temblar sus dedos o sus piernas, sudan cuando realmente hace frio, y se les seca la boca, pero los padres, generalmente, junto con los abuelitos maravillosos, y algún familiar cercano o amigo, persisten, eres lo mejor, inigualable.

Es, como vemos, una enorme mochila, que lentamente puede llegar a asfixiar, la vamos cargando, sin darnos cuenta que el hijo tiene como nosotros sus límites, y lo justificamos diciendo, es que queremos lo mejor para él, sin preguntar jamás si él lo cree así, sin permitir un diálogo fresco y tranquilo, en ausencia de expectativas que permitan su verbalización, que facilite la expresión libre de sus sentimientos.

A esto se une, el que en el deporte lo que prima es lo físico, de aquí que nosotros estemos pendientes, casi exclusivamente de lo físico, de tal forma que ante cualquier molestia, nos dirijamos al profesional, que por supuesto, por deformación profesional ve aquello que le preguntan, ahí se centra su atención, no en si es o no feliz, si vive o no con alegría y esperanza, o si contagia desde su paz placer.

Dentro de esta línea de comportamiento social, recuerdo la visita a mi consulta de un opositor a notario, el abuelo y el padre lo eran, y además uno de ellos con el número uno, era un joven generoso y amable, un hijo ejemplar, que le habían cargado con la responsabilidad de la importancia de la saga, el apellido era lo más importante, y él deseaba satisfacer esa expectativa de sus padres. Era trabajador e inteligente, y se sabía organizar, pero la siembra que su familia al completo había hecho, no le hacía feliz, y al final tuvo que abandonar, no sin la presencia del drama correspondiente.  

Fuente Dr Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2021