
Estar solo, es estar en compañía de uno mismo. Epicuro decía, que cuando necesites compañía, retírate contigo mismo, algo que en la actualidad ha cobrado vida y que la juventud viene cultivando, convirtiéndose en una nueva visión o disfrute de la vida. Esta tendencia silenciosa, iniciada al final del siglo pasado, se ha consolidado a lo largo de estos últimos años, actitud que no se vive como un fracaso social, somos seres sociales, sino como un acto de afirmación personal. Actualmente no sólo no es raro, sino algo cotidiano, el ir al cine sin compañía, reservar una mesa en un restaurante, apuntarse solo a las excursiones, o sencillamente pasar una tarde recorriendo museos o parques, sin otro objetivo que el de estar solos, con ellos mismos. Este fenómeno que algunos denominan, alone time cultura, o solo, lifeStyle, surge en parte como respuesta a un mundo superconectado. Las múltiples redes sociales, tertulianas e influencers, comentaristas y cronistas de diversos tipos, junto a una exposición constante, han creado un ruido permanente del que muchos jóvenes desean escapar, porque paradójicamente, la desconexión real se logra no aislándose, sino eligiendo de forma consciente, el propio espacio y tiempo, sin depender de agendas ajenas.
Frente a las generaciones anteriores, que asociaban el ocio con la compañía, la juventud actual ve valor en disfrutar sin necesitar apoyo o validación de otros, en este caso viajar, comer o asistir a cualquier tipo de eventos, se convierte en un laboratorio íntimo para poderse conocer en ausencia de interferencias. En un entorno, donde todos se agolpan para intervenir a la vez, ante cualquier circunstancia, el silencio y la soledad se convierten en el mayor lujo. Desde una perspectiva estética, influencers, cine, literatura han ido romantizando el “flâneur” moderno, ese paseante solitario en busca de espacios distintos, donde puede observar el mundo que le rodea al ritmo que considere ideal. No es por ello un aislamiento, secuestro o retiro, se trata de una soledad positiva. Tampoco es un rechazo al otro, un distanciamiento del vecino o conocido, es sin embargo un acercamiento al centro. Alguien que pasea solo hoy, no es un marginado, enfermo o un individuo raro, es quizás un pionero de una forma de bienestar, que nos acerca a la conexión interior antes que la social.
Este modo de soledad, cada día más demandada y vivida, no elimina la necesidad de la comunidad, donde nos sentimos cercanos a los otros, en muchos casos necesario para la construcción de unas normas sociales, pero ocurre que después del disfrute de la soledad, se acude a los otros más sereno, más sosegado o menos expectante o ansioso, por encajar mejor, ofreciendo vínculos genuinos. De aquí que se afirme, que la soledad ha dejado de ser un territorio sombrío, al que sentíamos con cierta singularidad, pasando a convertirse en un enorme espacio fértil, de crecimiento y desarrollo personal, al conseguir conocernos mejor y degustar nuestros propios valores. Nunca nos hemos referido a una soledad impuesta, por carencia de seres con los que compartir, que siempre viene acompañada de aislamiento, y tristeza, hablamos de una soledad elegida y deseada. En la que uno decide en libertad, alejase del ruido permanente para encontrarse consigo mismo, tendencia que en la juventud urbana tiene cada día mayores y más profundas raíces.
Fue Charles Baudelaire, el que la situó entre nosotros en el siglo XIX, cuando el poeta caminaba siempre solo por calles y bulevares, reivindicando una forma diferente de observar a la ciudad, sin cortapisas ni obstáculos, vivía una realidad que parece que además de agradarle le enriquecía en su fantasía y serenidad. Baudelaire describe al flâneur como: ese paseante que deambula sin prisa, observando la vida sin implicarse del todo, no es un solitario amargado, sino un testigo apasionado de la existencia humana. El flâneur vive en medio de la multitud, pero mantiene su independencia interior. Esta rodeado de gente, pero no necesita conversar con nadie para sentirse acompañado. Para Baudelaire la soledad no es ausencia de estímulos, sino todo lo contrario, es el estado mental que permite percibir con mayor intensidad los detalles del mundo. La mirada del flâneur es selectiva, casi poética: una sombra que se alarga en la acera, el gesto fugaz de una pareja, el brillo de la lluvia sobre el empedrado. Su paseo es un acto de libertad, y su soledad es un medio para sensibilizar y alertar el espíritu. Quizás sea en este punto donde Baudelaire conecte con la juventud, el placer de estar solo no es el de cerrarse al mundo, sino el de mirarle sin filtros, sin prejuicios, sin la prisa de llegar a ninguna parte.
También la psicología positiva nacida a finales del siglo XX, se centra en el deseo de prosperar, acudiendo al autoconocimiento, que permite identificar nuestras verdaderas motivaciones, a la recuperación emocional especialmente desde la soledad, y la creatividad, algo que se estimula desde el aislamiento temporal.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2025
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