22 Abr 2024
J abril, 2024

Hija, no tengas tanta prisa

Baltasar Rodero

Se trata de una de una familia extensa normal, con dificultades para mantener un equilibrio estable, en la que lentamente, se ha ido minando la estabilidad de los protagonistas, provocando en ocasiones graves desencuentros. Los nietos, niño y niña, crecen, se desarrollan, y podrán en su momento encontrar una pareja, con la que después de un tiempo iniciar una relación de convivencia. La hija, con una mayor identidad con la madre, al final de la vida de ésta, se reproducirá cierto malestar, que repercutirá en la totalidad de la familia.

La relación familiar, abuelos, hijos y nietos, es normal, incluso muy positiva, los hijos se independizan, manteniendo con sus padres, encuentros periódicos, siempre amables y deseados, pues la hija necesita los consejos y apoyo de la madre, especialmente en el momento del nacimiento de sus hijos. Con el paso de los años, la madre queda viuda, por lo que los encuentros se hacen más frecuentes. La madre viuda, está necesitada de compañía, además de por su tristeza, por las limitaciones que van surgiendo lentamente por la edad, la hija trabaja, como su marido, y tiene dos hijos, pero siempre sacan tiempo para visitarla, los hijos crecen, tiene amigos, con los que los fines de semana comparten cierto remanso, al desconectar del colegio, pero las quejas de la madre suben de tono, entre otras cosas, porque se ha hecho mayor, y las limitaciones han ido aumentando, haciéndose presente la soledad, de tal forma que van surgiendo ciertas dificultades, que van a dificultar la satisfacción, de las necesidades de la familia.

Porque los hijos, cada día demandan más los fines de semana, el encuentro con los amigos es vital, el esposo, se siente cansado por el trabajo, y quiere acompañar al hijo en su hobby, juega en un equipo de fútbol, y la niña aunque aún joven, tiene sus amigas con la que le gusta encontrase y divertirse, pero la esposa, ve a su madre, o mejor la vive, necesitada de cariño, por su viudedad, la vive como en un plano de enorme soledad y tristeza, y eso, junto a la respuesta de la familia muy alejada de la que ella desea, le ha quitado el sueño, surgiendo de forma lenta pero progresiva, un estado de tristeza.

La hija últimamente visita a su madre, siempre que puede, acompañada de su marido, este, con el deseo de regresar, una vez finalizada la comida, aunque acepta siempre la opinión de la esposa a la que no quiere incomodar, pero sus hijos, que no les han acompañado, necesitan de cierto control. Llega la hora de regresar, y la abuela, cambia su rostro, poniendo un gesto de contrariedad y tristeza, acompañada de la petición, “no tengas tanta prisa hija”, algo que al esposo le contraria, y que la hija ha de aceptar con cierto sufrimiento, porque su corazón está en sus hijos, que tiene que cuidar, atender, vigilar.

Esta situación no solo no es singular, sino que es frecuente, y en ocasiones, con graves repercusiones en la salud de las hijas especialmente, siempre más identificadas con la madre,  en términos generales, los hijos varones pueden tener la  sensación, de que sus padres son mayores, que tienen limitaciones, que están solos y tristes, y que además todo está tocando a su fin, pero lo viven con otro nivel de intensidad. Los padres, y de forma especial las madres, en la ancianidad, se convierten de forma inconsciente  en manipuladoras, sin darse cuenta del daño que ocasionan a los hijos, al erosionar con su actitud, sus respectivos matrimonios, “ellas son lo primero, y en consecuencia, las quejas, junto a las demandas, siempre están presentes”. No miden sus expresiones, carecen de cortapisas y de crítica, se trasforman emocionalmente en pacientes necesitadas, “espera un poco más, porque tenéis tanta prisa, es que estáis mal aquí, si supierais la alegría que me dais, esto supone media vida para mí, estaría muerta si no os viera, no os dais cuenta que es lo único que me queda”… Y así va desgastando y menoscabando, la visión de la realidad de los hijos, y consiguiendo una cercanía y dedicación que no necesita. Ocasionando a la vez, desencuentros en la pareja de los hijos que la visitan, tensiones de diferente calibre, discusiones cuyo nivel de intensidad va subiendo, caldo de cultivo de un mal ambiente familiar, siendo en este caso los nietos los más perjudicados.

Es importante entender, que la emancipación de los hijos, junto a la formación de una familia, requiere esencialmente libertad, desde la que autónomamente tomar sus decisiones, y que los padres observarán, para “solo” participar, cuando sean requeridos.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2024