31 Jul 2018
J julio, 2018

Adicciones sin química

Baltasar Rodero

Las últimas décadas del siglo XX alumbraron el grave problema de las toxicomanías, consumo y tráfico nos invadieron y con ello sus gravísimas consecuencias sanitario-sociales.

El siglo XXI ha conocido una nueva invasión de adicciones, aquellas que carecen de química, se han instalado en nuestra vida, crecen exponencialmente y lo más grave es que inciden algunas de ellas en la población infanto-juvenil.

Ambos tipos de adicciones responden a la misma estructura dinámica. Se observa una pérdida de control en el adicto, surge una necesidad subjetiva de realizar imperativamente un acto para restaurar nuestro equilibrio (dependencia), y a la ausencia brusca de la relación del acto provoca un síndrome de abstinencia.

Las adicciones sin química tienen una percepción social diferente a las toxicomanías, no suelen concurrir varias adicciones en un mismo individuo de forma simultánea, y el síndrome de abstinencia que, en las toxicomanías desaparece inmediatamente con el contacto con la sustancia, aquí persiste con la ejecución del acto, sin que le satisfaga totalmente la necesidad, a pesar de la continuidad del juego.

Sabemos que no todos los individuos realizando los  mismos hábitos, van a disponer de  las mismas posibilidades de ser adictos, «vulnerabilidad», ésta junto con un perfil de personalidad específico, precipitante, podrán provocar con el tiempo una conducta adictiva.

Son perfiles de personalidad precipitantes: el impulsivo, que dispone de capacidad limitada para el control de sus actos. El disfórico o inestable definido por la presencia permanente de cambios bruscos de humor. El intolerante, que dispone de un bajo umbral a la frustración. El que se mueve en el mundo de la búsqueda de sensaciones extremas. El que sufre baja autoestima, se siente relegado, con graves dificultades para implicarse en el grupo, y aquellas personas que sufren un trastorno de personalidad, son personas inadecuadas que incumplen todos sus compromisos familiares, sociales, laborales, etc.

Todas estas personalidades presentan un perfil que les va a permitir, situados en unas  circunstancias propicias, iniciar el camino de la adicción, expresada bajo el formato, de aquel cuadro que les sea más cercano.

Destacamos como adicciones sin química: La adicción al juego de azar o de habilidades está muy arraigado porque el juego tuvo su importancia en el siglo pasado.

Lo más actual son las máquinas tragaperras, que disponen de gran capacidad adictiva, están muy difundidas, y entre la apuesta y posible gratificación van segundos. Las manipulamos directamente, y además su música aumenta el estímulo, e incluso el ocasional premio, con un tintineo singular, aumenta nuestra tensión.

La adicción al sexo se caracteriza, porque más que la obtención de placer, es la reducción del malestar el móvil de la misma. Hay un desbordante deseo de conducta sexual, «malestar», que el sujeto se siente incapaz de controlar. Las formas clínicas son muy variadas.

La adicción a la comida tiene mucho que ver con la imagen que nos vende la sociedad, pensemos en las tres gracias de Rubens, modelos de hace 4 siglos, y en los modelos actuales.

La sobreingesta provoca atracones, y éstos efectos gratificantes inmediatos, satisfacción y euforia, pero inmediatamente nos invade un grave malestar físico, que neutralizamos con nueva ingesta.

La obesidad infantil constituye un elemento predisponente, y el perfil de personalidad obsesiva el elemento precipitante, y los regímenes alimenticios la posibilidad de cronificación del proceso.

La adicción a las compras responde a un impulso incontrolable para la adquisición de objetos inútiles. En algunos casos no se abren las bolsas. La satisfacción no la da el objeto comprado, sino el hecho de comprar. Esto facilita conductas de crédito y morosidades.

La adicción al trabajo incide en el 5% de la población en general, y en el 20% en las profesiones liberales, acomodadas. El trabajo proporciona dinero, y éste estatus y poder. En el fondo está en juego la propia autoestima y el miedo al fracaso.

La adicción al ejercicio físico en principio funciona  como estabilizador del humor y de otras funciones fisiológicas, provoca lentamente sensación de bienestar, que puede aumentar nuestra dedicación, cuya ausencia brusca, provoca malestar que exige la reiteración de la conducta.

La adicción a las tecnologías, fundamentalmente internet y el móvil, tiene su singularidad porque afecta a la población adolescente e infantil.

El móvil e internet son nuestra prolongación, forman parte de nuestra vida, pues alumbran enormes ventajas a la hora de la obtención de datos concretos, y del tratamiento y gestión de los mismos.

Pueden ser una bomba emocional en manos del que experimenta, al obtener ocasionalmente información inadecuada para su edad o cultura, y utilizarlos irresponsablemente.

La tecnología, además de provocar adicción, necesidad imperiosa de teclear o navegar, y como consecuencia aislamiento social, decadencia emocional, empobrecimiento afectivo, abandono de nuestras responsabilidades, etc.  es un arma peligrosa, porque permite el acercamiento a la intimidad del otro sin su permiso, al conocimiento de detalles íntimos de cada individuo, y poder proceder a la venta, extorsión, acoso u otros actos delictivos correspondientes a la esfera de lo penal.

El acceso a la tecnología debe de estar regulado, los padres deben de ser vigilantes y maestros en comportamientos sociales, no en tecnología, y en las escuelas o colegios, se  debe establecer un programa oficial de enseñanza.

En el momento actual disponemos de un tratamiento estandarizado y protocolizado que permite la rehabilitación del adicto, y en el que ha de implicarse los familiares del mismo.

Fdo.: Dr. Baltasar Rodero

Psiquiatra

Referencia: “Adicciones sin química” del Profesor Enrique Echeburúa.