Han tenido que transcurrir aproximadamente 25 años, para pasar de cierta lejanía y despreocupación, sobre la sexualidad de nuestros jóvenes hijos, a una actitud vigilante, salpicada de continuos sobresaltos, algunos graves, en base a la ausencia de obstáculos, y con ello de familiarización de los contactos, como algo cotidiano incluso exigido, dentro de una conducta normal.
La adolescencia responde a un periodo de tiempo, dentro de nuestro recorrido, que podemos situar ente los 11 y 17 años, en el que se van a producir grandes cambios, de todo tipo, con el objetivo de que el niño adquiera los caracteres de un ser adulto.
Se aprecian en principio los caracteres sexuales secundarios, la nuez en el hombre y el ensanchamiento de caderas en la mujer. Observamos a continuación un desarrollo global físico y mental, surge el pensamiento maduro, se despierta el comportamiento sexual, que no solo es la capacidad de reproducir, sino el conjunto de deseos, sentimientos, y emociones, que en su conjunto propician una identidad sexual,
El desarrollo mental y físico, pasa por una serie de etapas diferenciadas, que guardan estrecha relación con las correspondientes a la presencia de los cambios sexuales. Entre los 11 y 13 años, surge un deseo de auto exploración, y de exploración del otro, junto a la presencia de puntuales impulsos sexuales.
Entre los 14 y 17, se completa el desarrollo sexual, con lo que los órganos sexuales están listos para la reproducción, se inicia la búsqueda del contacto con el otro, y pueden aparecer las primeras relaciones sexuales. De forma simultánea se observa una eclosión narcisista, que provoca sentimientos de invulnerabilidad y fortaleza, fundamento de la presencia de una posible pasión desbordada, falta de crítica, y con ello intimidaciones y arrebatos, especialmente en el joven.
Exógenamente, en las primeras relaciones, se desprecia la racionalización del adulto, apoyándose en el criterio de los compañeros y amigos, jóvenes también, permaneciendo con ello la presencia de ciertos mitos, como el dolor en la joven, y la necesidad de satisfacción en el joven, con lo que se genera una expectativa, que generalmente frustra el resultado final.
Entre los 17 y 21 años, lo normal es alcanzar un desarrollo completo tanto físico como psíquico, surge el pensamiento abstracto, y con ello la crítica y la conciencia de las consecuencias de nuestros actos, se pueden mantener relaciones sexuales, maduras y seguras, el deseo no solo responde a una pulsión, sino que se valora la confianza y cercanía, juntamente con la responsabilidad, y la sexualidad comienza a desarrollarse en la intimidad, no se compite, ni se comparte, ni tiene porque compartirse como acto intimo que es.
En la mayoría de los casos la orientación sexual es heterosexual, pero una minoría, que se situaría entre el 12 o 16 %, en la primera infancia, en la adolescencia, o más tarde, se van a ver sorprendidos por fantasías, deseos o intereses homosexuales, personas por otra parte, libres para amar y ser amados.
Una minoría, de la que se carece de estadísticas fiables, en la primera infancia o en la adolescencia, va adquirir una identidad sexual, en contradicción de la correspondiente a su fisiología corporal, de género o de ambos, en este grupo incluimos los transexuales, que buscan someterse a cambios fisiológicos, en los que armonizar su cuerpo con sus sentimientos, y los transgénero, que generalmente no desean cambio alguno.
Se pueden dar contactos sexuales entre personas del mismo sexo, en las fases puberal y prepuberal, es un hecho normal, por lo que su recuerdo no debe plantear preocupación alguna. Por otra parte, una falta de interés sexual, a lo largo de nuestro desarrollo, puede retrasar el sentido de la orientación sexual, y sorprendernos en la adolescencia, pudiendo plantear problemas emocionales, por la dificultad de su aceptación. La orientación sexual en las mujeres, suele ser más tardía que en el caso de los hombres, y más que sorprender, como hemos apuntado para los varones, confirman sospechas.
La actividad sexual comienza a edades diferentes, antes de la adolescencia el 30% tienen experiencia de la masturbación, y en cuanto a la actividad coital, la han practicado un 10% antes de los 14 años, y un 50 % entre los jóvenes de entre 15 y 18 años. Estos datos estadísticos son aproximados, dado que los factores que inciden en el proceso son múltiples, desde el educacional, cultural, estatus social, hasta el religioso y la forma de vida, etc.
Una respuesta sexual humana, satisfactoria, implica, deseo, excitación y orgasmo, que puede alcanzarse de forma auto erótica, o con una actividad sexual con otra persona.
Es una actividad puramente natural y fisiológica, que no requiere más aprendizaje que la ausencia del miedo, cierta formación e información, y un nivel básico de empatía y comunicación, alejándose de prácticas inadecuadas. No obstante, podemos asistir a disfunciones del deseo, de la excitación y del orgasmo.
El conocimiento de nuestra anatomía, aceptando la diversidad de la expresión de la pubertad, el reconocimiento de los posibles problemas de identidad, así como la diversa orientación del deseo, junto a una ocasional posible disfunción, y la ausencia del miedo, pivotando sobre una comunicación aceptable, son cuestiones esenciales, para propiciar una respuesta sexual humana satisfactoria.
Un acto amable y satisfactorio, deseado desde la ternura empática, y del que todos somos fruto, no puede ser tratado hipócritamente, ni ser trasladado caprichosamente, a las tinieblas del vandalismo educativo.
Fuente: Baltasar Rodero. Psiquiatra. Noviembre 2018
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