Pensaba, y creo que con correcto criterio, que nuestra democracia disponía como organización participativa, de los tres pilares clásicos exigibles, ejecutivo, legislativo y judicial, para poder figurar entre las democracias modernas, aunque como es lógico, la relación armoniosa y equilibrada deseable, ocasionalmente chirria y nos salpica, casi de forma permanente, de permanentes desencuentros.

Hoy sin embargo, me da la impresión de haber salido de un largo letargo, al escuchar a algún responsable político, que no le gustaban los trapicheos observados hasta el día de la fecha, “los cambios de cromos, yo te doy y tú me das”, observados en las diferentes elecciones de vocales del C.G.P.J., y yo honestamente pensaba, dado el tiempo transcurrido acatando el acuerdo entre partidos, que aunque el método no fuera ideal, el método elegido venía dando una respuesta al objetivo para el que se creó, al menos no trascendieron graves protestas públicas.

Hoy sin embargo, asistimos tristemente a un desenmascaramiento, por el que un hecho vital en democracia, como es la elección de los jueces de los órganos de gestión, ha sido durante décadas, el equivalente a un trapicheo, o de un cambio de cromos entre partidos, por lo que además de penosamente triste, me siento estafado, porque con mi contribución mediante los impuestos he alimentado tal situación, y enfadado, al haber traicionado los responsables del fiasco, el mundo de las ideas en las que vivíamos.

Previo a esta exposición he tenido varios momentos de reflexión, de análisis, tanto de la actual situación, como de los comentarios que ésta suscita, y no he encontrado nada de luz en tan tenebrosa oscuridad. Décadas y décadas, el Parlamento ha venido dando respuesta al mantenimiento del tercer pilar del Estado de la democracia, sin el que la esencia de la libertad del individuo desaparecería, y surgiría de inmediato la anarquía, volcánicamente vomitándonos, que todo ha sido una mentira, que nada de formación, experiencia y capacidad contrastada de los candidatos, que todo se ha suscitado en la sombra mediante un acuerdo tenebroso, por el que el objetivo final, ha sido el “interés”, personal o de partido, no del Estado, la nación, o de sus ciudadanos.

No lo puedo creer, no puedo asimilar una boutade tan enorme, más bien creo que se trata de cambiar un modelo, o método, que por lo que sea no ha sido satisfactorio para los implicados, y alguno lo quiere “mejorar”, haciéndolo más justo para los candidatos, y más ecuánimes para los proponentes.

Algo que en principio si se consiguiera lograr, sería bienvenido para todos, y de forma especial para el ciudadano en general, al incrementar su seguridad frente a cualquier conflicto, además de su libertad, referente esencial para una vida serena, plácida y sin sobresaltos.

De todas formas, como la totalidad de las normas han de ser cumplidas, por cada ciudadano, organización social o política, lo correcto en principio es cumplir con lo ordenado por la Constitución, como ha ocurrido siempre, es lo preceptivo, además del obligado ejemplo del que ostente el poder, de no ser así, cualquiera, con equivalentes argumentos, “no me gusta, creo que esto se puede mejorar”, se sentiría en el derecho de formular un recurso, debidamente argumentado, para rehusar cualquier tipo de sanción.

Sería correcto preguntarse, ¿por qué no se dan en las diferentes facultades de la Universidad, las asociaciones profesionales que se dan en la judicatura? Un profesor de informática sabe cuál es su responsabilidad, todos los alumnos conservan los mismos derechos y obligaciones, un profesor de ginecología, cumple con su cometido frente a cualquier problema, tenga las ideas políticas que tenga. Hace unos días un periódico, al reproducir la mesa con sus miembros del C.G.P.J., estos eran representados, unos con el color azul, otros con el color rojo, y otros con el color azul, rodeado de una cenefa de color rojo.

Yo sé que la literalidad de la ley, como los evangelios, tienen o pueden tener varias interpretaciones, pero no dos, solamente, y además tan ostentosamente marcadas, tan definitorias, además, la interpretación de la ley, puede tener su repercusión en el ámbito político, pero suena raro, que la identidad de criterios recaiga siempre en grupos homogéneos, no en personas.

Rousseau y Hobbes, entre otros, han sabido entender la importancia, y con ello la trascendencia del poder judicial en un sistema democrático, garante siempre del cumplimiento de las normas en un estado de derecho. Espinoza nos recuerda, que la única guía de la libertad, de la capacidad para tomar decisiones de forma objetiva, es la razón, aunque las emociones en ocasiones la contaminan. Hemos, por el bien de la mayoría, persistir en el cultivo de la templanza.

Fuente Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2022