Brochazos de una sociedad decolorada. Lo más corriente, lo usual en términos generales, es vivir  con la concepción de verdades interesadas, especialmente cuando nos referimos a temas de interés, o de cierta trascendencia social.

Cualquier individuo podrá tener cierta opinión, sobre cualquier aspecto de interés ciudadano, político, económico, de comunicación, o de cualquier otra cosa, y éste, muy frecuentemente, suele ser prejuicioso, por lo que en su elaboración mental posterior, se producirá un ”sesgo de confirmación” de sus creencias, mediante un caprichoso discernimiento de la crítica.

Este es un hecho al que venimos asistiendo con cierta normalidad, y que se sustenta y se propaga, desde el poder de los medios de comunicación, canales, a cuyo través se publicitan los hechos. De tal forma que,  una fake news, que se repite y repite de forma indiscriminada, irá calando lentamente en el terreno fértil de la ignorancia, y por el efecto del sesgo de confirmación, se incorporará a la conciencia colectiva, como una verdad incluso incuestionable.

La globalización, junto con los intereses nada escrupulosos, han cambiado la dinámica y valores sociales, nos hemos ido alejando del camino de la dignidad y del honor tan defendido desde siempre. Recuerdo cierta anécdota en mi juventud, que lo explica de una forma clara. Eran tiempos de la barbarie de ETA, había ocurrido un asesinato cruel como todos,  una señora mayor de 90 años comentaba furiosa, “cobardes, que den la cara, que no se escondan, no son hombres, no tienen honor, no van de frente”.

El comentario me llamó profundamente la atención, esa exposición, que obedecía a la interiorización de ciertos valores sociales, muy bien arraigados, ya habían desaparecido, y  su desuso y atropello por una banda criminal, los hacía obsoletos.

Todo en aquel entonces era más sencillo, mas horizontal, menos barroco, la interlocución se movía sobre linderos mejor y más claramente señalizados, de tal forma que, todo lo que no discurría por cauces normales y conocidos, provocaba cierta nausea, incluso se despreciaba, se hablaba del honor como concepto con gran acogimiento y respeto, recordemos la película de El Abuelo, que lo situaba por encima del hambre y de la muerte, en el fondo daba un sentido a todo.

 Hoy la concepción de los hechos es diferente, y los intereses, en muchas ocasiones bastardos se imponen, incorporando prejuicios al comentario común, que se sitúan como verdades absolutas. ”Los emigrantes son nuestra desgracia, son los culpables del desorden social, nos han robado la tranquilidad, además obtienen muchos beneficios económicos, muchas subvenciones, son los máximos consumidores de la sanidad, y nos roban los puestos de trabajo, que son nuestros y los necesitamos”.

Nadie se plantea el origen de esta exposición, ni de su realidad, ni obviamente, cuales son las graves necesidades del migrante, ni de su triste situación de origen. ¿Puede algún individuo normal, arruinarse económicamente, para pagar un billete, dejando en su pueblo natal sus hijos y esposa, transitando por caminos llenos de peligros, en los que muchos encuentran la muerte?.

La misma respuesta social, en términos generales la tienen los gays, son culpables de ser lo que son, de cómo son, son un mal ejemplo un escandaloso ejemplo para la sociedad establecida, su marginación, incluso su exterminio se hace necesario, de aquí su perseverante maltrato, y su eterna discusión, con la marginación en algunos casos degradante.

O el fenómeno aberrante por el que se entiende  la existencia de dos tipos de individuos, los débiles y serviles, los mandados y esclavos, los que obedecen, los que jamás llegan, los que se quedan en el camino, y hay que dirigirles, llevarles de la mano, y los vigilantes, controladores, amos, dueños, los que pueden disponer,  decidir, resolver, en el ámbito general, y de forma específica, respecto a las mujeres, como algo de su propiedad.

Y qué decir de Ortega Lara, un hombre normal, con una familia y trabajo normales, con una vida normal, que sorpresivamente y sin motivo fue enterrado en vida, propiciándole el mayor de los desprecios, vejaciones, humillaciones y malos tratos, y que resucitó milagrosamente, esquelético y desorientado, fruto del enorme dolor causado, y que después de este episodio público y reconocido, siga sufriendo la ofensa de ciertos grupos, insultándole con la palabra  fascista.

Como la miseria y mezquindad, de todos aquellos que actualmente vienen ensalzando como héroe, a Josu Ternera, un asesino ahogado por la bilis negra que segrega desde siempre, además de una amargura incontrolable, llena de vileza, que es capaz de segar la vida a hombres, mujeres o niños, que no conoce, que no sabe quiénes son, de quienes se trata, y que no son más que responsables de cumplir con su obligación. Este comportamiento de crueldad inigualable, es vendido como heroicidad, ” inaudito”.

Y ¿Amancio Ortega?, que desde que nace, la vida le enseña a enhebrar una aguja, y a comenzar a coser y coser para todos los que se lo demandan, y que este esfuerzo sobrehumano, esta constancia, este trabajo humilde y silencioso, va dando sus frutos con el tiempo, hasta llegar, después de muchos años de sudar, sufrir y llorar, a mantener a cientos de familias en todo el mundo, y a participar en el PIB español con una cantidad encomiable, y a coronar este esfuerzo, con una actitud digna de elogio y agradecimiento social, con la donación de unos aparatos de vanguardia a los centros hospitalarios, que les permita mitigar la plaga del cáncer, mediante un diagnóstico más preciso y un tratamiento más adecuado.

Así podíamos seguir y seguir, con los relatos de brochazos permanentes, como el referido a la élite catalana, que no se conforma con el 3%, pelea por conseguir todo, y todos ellos, por su engañoso colorido, distraen nuestra atención, y van calando en nosotros, cuando el nosotros no se encuentra fuertemente fortalecido, de verdades universales, inamovibles e imperturbables en el tiempo, como el amor a sí mismo y al prójimo, la justicia, el cumplimiento de nuestras obligaciones como ciudadanos, la aceptación y el respeto al otro, la tolerancia.

La autoridad es servicio, no es poder, administra los bienes de los ciudadanos, y ha de rendir cuenta de forma permanente, por esto cobran. ¿Algún político lo entenderá así,  no es más cierto que suben al templete, distanciándose de sus dueños, a los que deben servir, disfrutando de prerrogativas que no les corresponde?. Este reconocimiento seria un primer paso muy positivo por lo ejemplar.

Fuente: Dr Baltasar Rodero, Psiquiatra. Junio 2019