Recuerdo el boom de la apertura de las guarderías infantiles, era la década de los años 70, la mujer se incorporó al mercado laboral, y los niños, en principio, representaban un gran obstáculo en muchas ocasiones, ¿qué hacer con ellos?, ¿dónde dejarlos? La realidad era terca y dura y planteó muchos problemas en algunas familias, donde el cuidado de los hijos recaía sobre la responsabilidad de la madre.
Se plantearon grandes presiones desde diferentes organizaciones sociales, sindicatos, asociaciones cívicas diversas, etc., iniciándose la construcción de diversas guarderías infantiles, pues solamente existía alguna de tipo testimonial. Esta situación provocó un hecho desconocido hasta entonces, “el abandono físico de los hijos por la madre”, y como consecuencia, cierta conciencia de culpa por parte de éstas. La dialéctica que se presentaba era, la de si el niño necesitaba la presencia permanente de la madre, para alcanzar un desarrollo normal, pues eran muchas las madres que lo pensaban, y así lo creían, necesitando la ayuda de un especialista para su clarificación, naciendo así un tipo especial de consulta, que hoy como veremos se repite, con análogos mimbres.
En este caso la respuesta era clara, y venía de los países nórdicos, donde las guarderías eran un hecho normal, integrado perfectamente en la sociedad, y donde la inquietud estaba puesta en la mejora de la calidad de los servicios, y no en el posible abandono de los hijos. Porque, es claro que el niño precisa de la cercanía de los padres, necesita su contacto físico, su cariño, sus cuidados, su interacción permanente, la observación de sus modelos, de los que aprenderá, pero esto precisa más, que de, más o menos, tiempo, de un tiempo de calidad, de diálogo, de comprensión, de entendimiento, de cariño, de ternura, de afecto, de respeto y comprensión. Por ello nuestra orientación siempre fue, la de considerar a las guarderías muy positivas, primero porque no restan la protección que el niño necesita de sus padres, si se da esa calidad del tiempo en sus encuentros, y segundo, porque el niño aprende de forma fisiológica y normal, el significado de convivencia, que es saber estar con los otros.
Actualmente, venimos observando con mayor frecuencia que la deseada, situaciones cuyos ingredientes son análogos a los expresados. Las separaciones de pareja son relativamente frecuentes, teniendo los hijos en muchas ocasiones, un protagonismo que no les corresponde, y como consecuencia ciertos perjuicios no deseados. Ocurre de forma simultánea, la existencia de parejas en la que los desencuentros, la tensión permanente, la falta de acuerdo, la ausencia de diálogo, las humillaciones, los menosprecios, incluso los malos tratos, son desgraciadamente frecuentes, siendo la penalidad mayor, por la vivencia desde el silencio, desde el recogimiento, dada la carencia de quejas.
Una señora acude a consulta, de mediana edad, triste, retraída, se la nota avergonzada, comenta que tiene problemas que no aclara, y que no puede más, seguimos conduciendo el diálogo y al final expone, que se siente presa de una situación insostenible, “me siento el felpudo de casa”, maltratada y sola, sin apoyos e incomprendida, incluso por la familia.
Persiste en nuestra civilización judeocristiana, el concepto de sacrificio como algo necesario y positivo, a lo que se suma la hipocresía social, “del qué dirán”, de aquí que las respuestas desde su alrededor sea la de la exigencia de seguir, seguir en silencio, sin quejas, aguantando en beneficio de todos. Si además tenemos en cuenta el grave perjuicio que según ella, va a ocasionar a los hijos, si rompe el matrimonio, el deseo de separación se congela, por la incapacidad, o falta de fuerzas emocionales, además de por las consecuencias, y mientras sigue, el drama en el que los grandes perjudicados son los niños.
Los niños, en estas situaciones, son utilizados como obstáculos para poderse plantear una separación, a pesar del sufrimiento y la tensión en la que vive la familia, se piensa que se les perjudica, cuando la realidad, es la contraria. El niño necesita paz, distensión, armonía, amor, protección, respeto, compañía, etc., y realmente nos podemos preguntar, ¿qué le estamos dando con nuestro comportamiento?, ¿en qué medio vive? La conclusión es que, no sólo no debe de representar un obstáculo para una separación, sino que por su salud mental está indicado. Esta visión de los hijos, en el ambiente familiar definido de inquietud general y de quiebra, se nubla, y como además no tienen opinión, carecen de criterio, nuestra interpretación plantea dudas, siendo ésta la base sobre la que se sustenta una consulta profesional.
En ambas situaciones, el niño es el protagonista, o centro de nuestra atención, y en ambas situaciones nuestra actitud está equivocada, el niño se beneficia en términos generales de la asistencia a una guardería, o centro similar, y no sólo no debe de ser un obstáculo, para que una pareja rota que deambula y chapotea en el barro de la hipocresía, fariseísmo y maltrato se separe, sino que por respeto a su salud mental, ésta ha de realizarse.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2024
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