Todo el mundo lo admite, la comunicación ha cambiado bruscamente, los contactos de siempre, de nuestros ancestros, los encuentros, tertulias, sobremesas, epístolas, etc., han desaparecido, y con ello surgido la lejanía física y emocional, incluso estamos asistiendo a cierta pérdida de habilidades lingüísticas, no las utilizamos.

Hoy se realiza fundamentalmente a través de la tecnología, incluso con la utilización de abreviaturas, o si lo hacemos personalmente, surgen de forma espontánea expresiones breves y lugares comunes, que la facilitan y permiten explicitar el mensaje en el menor tiempo posible, casi telegráficamente, sólo comprensible para el interlocutor al que nos dirigimos.

Según algunos autores, esta situación de cierta lejanía emocional, despersonalización e individualismo, etc., es quizá una de las causas que han precipitado la patologización y agravación de la timidez, que siempre por otra parte ha estado entre nosotros, incidiendo en un 25,5 de la población general.

Obviamente, cada individuo es único, especial, diferente e irrepetible, suma de herencia genética y ambiental, portador de un perfil de personalidad específico, diferente al resto de los individuos, de aquí que cuando hacemos un comentario referido a una persona, le podemos definir como: agradable, simpático, cercano, serio, frío, riguroso, obsesivo, tímido, etc.

La timidez en sí, es una forma de ser, una forma de ver, de observar el mundo que nos rodea, y en el que nos relacionamos, eso sí, con cierto sufrimiento, miedo y temor frente al otro. Fruto del pensamiento intruso de sentirse juzgado, nos podemos ruborizar, temblar, tartamudear, de forma espontánea, sin poder evitarlo.

Ello implica el sentimiento de cierta inseguridad, dudas permanentes, retraimiento social, conductas evitativas de todo tipo, con la presencia como consecuencia, de cierta soledad, que no tiene porque representar graves dificultades para el ejercicio de una vida normal.

Si por circunstancias, esta actitud de retracción y temor frente a la vida, aumentara, y nos impidiera la realización de ciertos actos considerados normales, p.ej. ir al cine, o saludar espontáneamente a un amigo, o acudir a un centro público, etc., estaríamos frente a un cuadro patológico, o lo que es lo mismo, una timidez patológica, por otra parte poco frecuente.

Es un hecho que este perfil de personalidad sufre, porque es consciente de sus muchas limitaciones, y que fundamentalmente en la niñez pudo ser objeto de algún problema, incluso de bullying, pues sus habilidades sociales están disminuidas, teniendo por ello más dificultades para alcanzar cierta adaptación al medio.

La timidez se considera normal y no representa un proceso patológico, siempre que su perfil sea aceptable, y permita una actividad, aunque con la presencia de pequeñas limitaciones, compatibles con el ejercicio de una vida normal.

Un paso más lejano, más allá, o de mayor gravedad, se sitúa la fobia social, miedo en definitiva a los otros, a los demás, a todos. Como siempre ocurre, la gravedad dependerá de la intensidad del miedo, de la fobia, que puede ir: desde el nerviosismo e intranquilidad frente al otro, pasando por la huida, frente al encuentro con cualquier conocido, pues su sola presencia nos provoca un gravísimo malestar, hasta incluso no poder salir de casa. Nuestro miedo, frente al juicio que a los demás merece nuestro comportamiento, nuestra vida, nuestra forma de ser, etc., nos paraliza, nos deja indefensos, nos anula.

Aunque no es frecuente, en ocasiones sólo podemos salir de casa por la noche y por itinerarios alejados y desconocidos, pues sólo así nos sentiremos a salvo de la opinión de los otros, el temor puede ser realmente infinito, y el fenómeno de evitación dramático.

Es un trastorno grave porque afecta al núcleo central de la vida de cada individuo, la libertad, de cuyo fracaso es consciente, y contra el que no se puede hacer más que aceptarle, escondiéndose en ocasiones, o huyendo permanentemente, pues no estaremos a salvo y seguros, en muchas ocasiones, más que en el propio domicilio.

La incidencia no es alarmante, pero el estilo de vida actual, tan impersonal, en el que la comunicación fundamentalmente es breve, lejana, fría, incluso en muchas ocasiones,  exclusivamente gestual, viene propiciando una incidencia cada día mayor, situándose actualmente en el 2,6% de la población general. Este grado de aceptación junto al grave sufrimiento que provoca, hace del trastorno emocional un cuadro de cierta gravedad.

Obviamente tiene respuesta terapéutica apropiada, pero lógicamente, ésta ha de celebrase en un consultorio especializado, preferentemente con abordaje mixto, psiquiátrico y psicológico, aunque en ocasiones el paciente tiene enormes dificultades para recibir el citado tratamiento, fruto del miedo que le provoca el contacto con la calle.

No obstante, los padres y el ambiente familiar, pueden y deben colaborar, estando atentos al hijo, escuchándole y tratando de interactuar, sin que en ningún momento les exijamos o demandemos pasivamente, para lo que ellos no se encuentren preparados y seguros.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2023