Fruto de la pandemia, y especialmente del confinamiento, se ha iniciado cierta inquietud por el estudio de este tipo de patologías, al trascender su incremento especialmente en menores. Las cifras de acuerdo con las estadísticas publicadas, son diversas, pero todas manifiestan un alto incremento de este tipo de adicciones, y una enorme preocupación porque cada día se suman nuevos consumidores de menor edad.

Hablamos de forma especial de la ludopatía, del consumo del juego, algo en lo que se inicia de forma informal y como pasatiempo y disfrute, especialmente en tiempos de pandemia, pero ocasionalmente cae un premio, y con ello cierta excitación y expectativa, repetimos la jugada desde este deseo, y así comienza un camino con difícil retorno. Según los estudios más cualificados, se dice que se ha observado un incremento del 40%, en todo el grupo infanto juvenil, manteniéndose este consumo después de la pandemia.

Pero la situación en la que quería incidir, aún teniendo la misma raíz tiene una singularidad, y es la dependencia del móvil y de todo lo que éste proporciona, pasatiempos de distinto tipo, juegos diversos, complementados con el uso de consolas con los que mantenerse en contacto con amigos.

El móvil es el protagonista en cualquier tipo de reuniones familiares, no es difícil observar reuniones de jóvenes, y sin mirarse a la cara, cada uno está frente a su móvil. Es fácil, es cercano, es muy útil y flexible, acepta todo lo que le solicitemos, permite todo, jamás nos negará nada, llega donde queramos, y acepta todo lo que digamos. Tanta facilidad fascina y atrae de forma compulsiva, es imposible pasar de él, incluso tratándose de niños de 8, 9, o 10 años, que parece que se sitúan más cerca de sus padres.

En tres semanas he mantenido conversación con dos madres, cuyo objetivo era idéntico, el móvil es esencial, prioritario para el hijo. Cuando entra en casa, lo primero es sentarse a solas, e iniciar sus diferentes discursos con los compañeros y amigos, hablamos de niños menores de 13 años. Su perspectiva es la de conectar con los compañeros cercanos, hablar de cualquier cosa, en ausencia de la familia.

Y cuando no se trata de amigos, el protagonismo le adquieren el juego, juegos que parece que no tienen fin, se juega contra un planteamiento técnico, y si le vence queda abierto para repetir y repetir, perdiendo la mayoría de las veces en el camino, con lo que la incitación a seguir, el deseo de seguir, la necesidad de seguir, es incontenible, irrefrenable, el sentimiento de necesidad es supremo. Ni el padre, ni la madre, consiguen desconectarle del artilugio, y si lo consiguen la pelea está servida, porque la necesidad del móvil es vital, provocada por un sentimiento irrefrenable.

Si se lo quitan, estudiará la estrategia de cómo molestar a padres y hermanos, y así como con el móvil, ni se le oye, ni se mueve. Sin él, el movimiento es permanente, tratando de molestar todo lo que pueda, inquietando a todos, echando un pulso a los padres, forzando sin descanso la situación, hasta que por cansancio se cede y paró la agitación.

Desaparece la inquietud de todos, la irritación de todos, y surge la tranquilidad, el sosiego y la paz, él se ha salido con la suya, lo ha conseguido, la adicción está presente, y nosotros sin darnos cuenta la comenzamos a alimentar. Vamos de comida, salimos con amigos, nos encontramos con la familia, y los niños en vez de participar, estar presentes, manifestarse, comentar, se enfundan en su refugio, no se acercan a nadie, su conversaciones son monosilábicas, si, o no, se sentirán ausentes, y cuando lleguen a casa, no sabrán donde han estado ni con quien han estado.

Este es el discurso que ambas madres me han manifestado, cada una con algún toque particular, generalmente referido a que viven en ambientes facilitadores, padres o hermanos grandes usuarios del móvil, pero el meollo, la sustancia fundamental, es la claridad del nacimiento de una dependencia, jamás se les olvida el móvil, vayan donde vayan, es con el que más tiempo pasan, es su mejor amigo, tanto que no se le puede tocar, y menos retirar, por temor a una revolución.

Interiorizamos las pautas de comportamiento de las figuras dominantes, demos pues a las máquinas su sentido de servicio, de utilidad. Utilicémoslas el tiempo necesario, preciso y concreto, para lo que la programación del tiempo en general es fundamental, su rentabilidad será mayor, así como la armonía y la paz familiar.   

Autor Dr Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2021