12 May 2020
J mayo, 2020

¡Cuidado!

Baltasar Rodero

Todas las mañanas he salido de paseo dentro de mi franja horaria, como corresponde, y tras unos días de transitar por el mismo lugar y a la misma hora, así como el primer día post-confinamiento, salí impetuoso, lleno de fuerza, vigor y expectativas, como si fuera en persecución de algo, sin descanso ni reflexión, pasados los días, y habiendo observado la singularidad de mi itinerario, me he permitido pasear más lentamente, y observar desde cerca a nuestros conciudadanos, sus actitudes, gestos, movimientos, encuentros con algún conocido, tono de las diferentes conversaciones, miradas, etc.

Sin darnos cuenta, de forma silente y progresiva, el miedo se ha ido instalando entre nosotros, impregnando todo nuestro comportamiento, fantasías y pensamientos. No hay un lugar físico, mental o emocional, en el que no se note su presencia, cualquier acto realizado por el individuo, está presidido por el miedo.

¡Cuidado!, se ha hecho una expresión cercana, cotidiana y familiar, no se da un espacio dentro de nuestro universo, sin que él, ¡cuidado!, no presida el acontecimiento.

Cuidado, especialmente dirigido a los niños menores y más niños, cuidado, dirigido a los niños mayores y adolescentes, cuidado, dirigido al cónyuge, y más si es un poco mayor, o si el cónyuge que ruega es un poco obsesivo, cuidado, cuando nos dirigimos al vecino con el que compartes algo de tu tiempo, o al amigo con el que te telefoneas, cuidado, dirigido al compañero de trabajo con el que te encuentras, o a cualquiera, ante algún hecho que circunstancialmente nos aproxime, cuidado, incluso a los desconocidos, sea cual sea su condición, cuidado, cuando visitamos alguna tienda o supermercado, aquí el cuidado puede surgir, de alguna persona situada a nuestro lado, o de la encargada del establecimiento o de la cajera de turno.

Claro que es normal, estamos caminando sobre el cráter de un volcán, que de forma repetitiva y sin posibilidad de control por nuestra parte, está permanentemente vomitando lava, junto a todo tipo de detritus, a altos grados de temperatura, destruyendo todo lo que encuentra a su paso, sin que dispongamos de defensas definitorias, de tal forma que, la destrucción puede ser brutal e ilimitada.

Y todo esto sin darnos cuenta nos va calando, lo vivimos de forma permanente, oímos comentarios, en cualquier lugar y a cualquier persona, es el tema protagonista, tanto que no es fácil encontrar otro tipo de conversación, todos conocen alguna persona hospitalizada, esto les preocupa, o que ha dado positivo en un test, provocando cierta expectación, o que incluso está en situación de gravedad, o que ha fallecido, motivo de profunda pena, que se incrementa cuando les participamos que, ha carecido de compañía, en sus últimos momentos.

La situación es grave, tanto, que doblega fácilmente la vida de cualquier individuo, y de forma especial la de las personas mayores y vulnerables, por esto el miedo es proporcional, sin que seamos conscientes de su intensidad, y de sus repercusiones en nuestro comportamiento pero que una observación atenta, nos permite observar cierta realización de determinados actos, que denuncian su existencia.

Todo ello se inscribe como respuesta, a un sentimiento generalizado que se llama miedo, que nos cubre totalmente, que nos impregna tanto física como emocionalmente, y que hace que nuestra actitud, nuestra forma de manifestarnos, no sea la normal en nosotros, al vivir en el temor, en una realidad no fantaseada de finitud, en la posibilidad de vernos bajo una sirena, conducidos hacia un hospital.

La respuesta más corriente, en la mayoría de las personas, es la obsesión, con bloqueo de toda iniciativa, y expresada con el término “cuidado”, junto a la permanente vigilancia y control de nuestros actos. En otros, la inquietud, el nerviosismo, él no saber parar, él no ser capaz de interiorizar un estado de reposo, permaneciendo itinerante permanentemente, haciendo dos, tres, o más cosas, a la vez.

La situación de obsesión puede en algún momento crecer y desarrollarse, llegando a un bloqueo, a un estado de congelación, de hibernación, en el que no somos capaces de interactuar con los demás, carecemos del poder de comunicarnos permaneciendo ensimismados, como idos, como ciudadanos de otro planeta.

Por otra parte la respuesta ansiosa o de inquietud, de dispersión y agitación, puede cristalizar en algún momento, en un ataque de pánico, en el que se tiene miedo a perder el control, ocasionando un cuadro muy agudo, que simula un infarto, e impresiona de pérdida de vida, y de miedo a ser capaz de realizar algún acto, fuera de lo normal.

Enraizado con este cuadro, podemos sufrir, por lo inesperado del hecho, amén de por su brusca impresión, cierta desconexión con nuestra cotidianidad, o un trastorno de estrés post-traumático, que surge con posterioridad al proceso, y que además de diferentes síntomas, especialmente emocionales y físicos, sudoración, temblores, alteraciones del apetito y sueño, embotamiento, surgen los fenómenos de evocación, cuya intensidad puede ocasionar algún episodio, emocionalmente dramático.

De todas formas, estamos frente a una sociedad cada día más madura, que ha ido interiorizando, el concepto de aceptación, de aquí que las reacciones emocionales se controlen mejor, y el ambiente en general sea más sereno, ordenado y reflexivo.

Fuente: Dr Baltasar Rodero Psiquiatra, Santander Mayo 2020