12 Feb 2024
J febrero, 2024

Desarrollo y cognición

Baltasar Rodero

Hace unos días, paseando por el centro de Santander, en un parque infantil de reciente construcción, pude observar, primero el cambio en positivo del paraje; nuevo, ordenado, y bien equipado que proyecta una vista además de hermosa, tranquilizadora, tipo oasis. Varias parejas, o madres y padres, con niños y niñas pequeños lo poblaban, con lo que, los movimientos, ruidos, gritos, lloros, y peleas eran el sonido de fondo, pero nada hiriente por lo propio del momento y circunstancias. Si que, dentro de la observación general, me paré frente a una madre joven, de menos de 30 años, que situada frente a su hijo de entre dos y tres años, le cogía del brazo izquierdo, y sujetándolo fuertemente, le gritaba, de forma reiterada, un mismo mensaje, ¿cuántas veces te lo tengo que decir?, ¿por qué no te das cuenta de que lo que has hecho está mal?, ¿son muchas veces las que te lo he repetido y tendré que darte un azote?, ¿has de preocuparte más por todo, y de forma especial por lo que digan tus padres? En este tiempo se acercó el padre, medió en el entuerto, y comento a la esposa que, ya está bien, que él piensa que el niño lo ha entendido, que se lo ha repetido muchas veces, y que cree que ya es suficiente; preguntando al niño si era suficiente, este asintió con la cabeza, como si lo hubiera comprendido todo.

Ambos padres, después de esta conversación, se alejaron, fueron al banco que ocupaban en principio, se sentaron, y siguieron cierta discusión expresada gestualmente, pues es lo que yo observaba, el niño siguió jugando, y yo después de algunos minutos, en los que aproveché algún rayo de sol, que en esos momentos “apretaba”, me fui alejando, pero recordando lo sucedido, de forma especial la cara de dolor que ponía el niño, ante los gritos y exigencias de la madre. Digo cara de dolor o de desconcierto, o desorientación, porque el despiste que tiene el niño a esa edad es enorme, al ser su realidad paralela a la del adulto, no entendía nada, no sabía nada, ignoraba la circunstancia que había generado el desencuentro, y seguro que lo volvería  hacer, “aunque se la había marcado con dolor, la necesidad de no repetirlo”, pero es algo que le supera, porque su comprensión y razonamiento, no han madurado, con lo que no sabe entender la trascendencia del acto.

Transcurridos nueve meses, normalmente somos expulsados de un medio amable, el útero materno, se nos recoge y atiende en todo, al ser grandes dependientes, el tiempo pasa, y con él, nuestro desarrollo se pone en marcha, gateamos en meses, en un año hablamos normalmente, y en dos normalmente hablamos, nos comunicamos además de con gestos y posturas con el habla, pero tienen que transcurrir once o doce años, para que alcancemos la capacidad del discernimiento, o de alcanzar la posibilidad de entender, cual es la trascendencia del acto. Si nos damos cuenta a los tres, cuatro o cinco años… pegamos a cualquiera, aunque este nos saque la cabeza, o tenga cinco o diez años más que nosotros, y las consecuencias es que nos abofetean, si supiéramos la trascendencia de nuestro acto no lo haríamos, esto es un referente, para que cuando estemos frente a nuestro hijo de seis o siete años, adecuemos nuestra conversación a sus capacidades, es decir, que recordemos que él no asocia correctamente, los conceptos del bien y el mal. Realmente al principio, o en este periodo de tiempo, hasta llegar a conseguir comprender el desenlace de una acción, siempre jugamos con la ley de premio castigo, y de esta forma le vamos educando. Le explicamos, le repetimos con paciencia, ternura y cariño, y premiamos lo que ha hecho, bien con un comentario muy positivo…; que bien lo has hecho, eres un cielo, vales más que nadie, te quiero mucho. Si no acierta, con la misma paciencia y amor, además de ternura y empatía, le decimos; …no te has dado cuenta, que te dije… ….y tú en vez de hacer… …que fue en lo que quedamos, has hecho…, ten  cuidado, y la próxima vez lo haces, ya verás que a gusto te sentirás, y mamá te premiará, con… …porque tú eres un niño bueno, inteligente, y los papas te quieren mucho, y cuando llegue la ocasión yo te ayudaré y lo conseguiremos.

Más o menos, este es el discurso, que siempre lleno de ternura, cariño, cercanía, protección, hemos de tener, y el niño alcanzará un desarrollo muy positivo, y seguro que su autoestima será firme, además de inquebrantable.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2024