Después del transcurso de muchos siglos, en los que la actividad desarrollada por los individuos, además de agrícola ganadera era artesanal, representando el comercio un intercambio o trueque de bienes entre familias o individuos, se abre paso una nueva actividad desarrollada en grupo, protocolizada, organizada mediante la integración de grupos de personas, dirigidas por un jefe o capataz, desarrollando microtareas integradas, que en su conjunto van a conseguir la construcción de un producto. Nace así la era industrial, que descansa en principio más en la mano del hombre que en las máquinas, pero que con el tiempo estas se van imponiendo, y son estas las verdaderas protagonistas que han de requerir para su utilización cierto aprendizaje, cada día más exigente para los trabajadores, provocando al final un enorme cambio en la vida de las sociedades, haciéndolas más cultas y más solidarias.
Progresivamente el bienestar social va surgiendo, fruto de la cultura, el autocuidado individual, la higiene y la alimentación, las máquinas se sofistican cada día más, exigiendo más y mejor formación al individuo que las manipula, se cuida al trabajador, surgen garantías laborales en los que los embriones de los sindicatos tienen especial protagonismo, a la vez de una especial vigilancia y protección sanitaria y social, culminando todo ello al final del siglo XIX en una época de cierto bienestar, cuyo crecimiento aún sigue.
En la década de los años setenta, recuerdo que por determinadas circunstancias visité una fábrica de motores, o de piezas para la construcción de motores, no sabría decir de qué tipo ni para que maquinaria servían, pero lo que sí recuerdo, es que quizás disfruté de la sorpresa mayor que hubiera tenido hasta ese día. Sabiendo el tipo de producto de la fábrica en cuestión, motores, me la imaginé con ruidos, golpes de martillo, grasa, un medio o entorno de trabajo sucio por el material con el que trabajaban, y unos operarios vestidos con monos azules, cuyo color original se desconociera, así como con unas manos, ennegrecidas por la manipulación del material.
Con esta idea mental, o concepción de una realidad fantaseada, pasé junto a mi compañero a la citada fábrica, cuyas puertas se abrieron eléctricamente, pudiéndose observar una enorme nave, larga y profunda, además de clara y diáfana, que brillaba de limpieza cada rincón al que dirigía mi mirada, en la que se organizaba por pequeños grupos de personas, aseadas, limpias, en orden y en silencio, atendiendo cada uno a determinada manipulación. No se oyó ningún ruido, golpe, roce de piezas, no se observó más que orden y limpieza rigurosa, solo ocasionalmente cruzaba el pasillo por el que nos movíamos algún operario, supongo que para trasladar una orden al jefe de grupo. En el piso superior, además del personal directivo y de gestión, se situaba el personal administrativo y auxiliar, junto al de enfermería, en un espacio propio, cuya misión era la de reconocimiento previo al ingreso en la fábrica, y periódico, así como asistencia puntual en caso de requerirlo cualquier trabajador.
Quería significar, que las condiciones en las que se realiza el trabajo actualmente, en nada se parecen a las que se daban en el siglo anterior, no obstante, la monotonía, la persistencia en un determinado quehacer, la repetición machacona de labores, la vivencia permanente del mismo ambiente, relación con el trabajo, amigos, ambiente en general, la continua y permanente visión global de las cosas, hechos o circunstancias, exigen un cambio, que permita vivir otras realidades en otros medios, hecho que en su conjunto higienizará la vida del trabajador.
Esta carrera de protección de la salud del trabajador, la inició oficialmente Bismarck en 1.883, creando mejoras en el trabajo, además de sistemas de respuesta social en casos de, accidente, enfermedad, paro… sistemas de protección que fueron desarrollándose y formando al final un cuerpo articulado, o sistema sanitario social. En España fue Dato, el que impulsó los primeros pasos en este camino, desarrollando en 1.900 la ley de accidentes de trabajo, y posteriormente, creando en 1.908 el INP, que gestionaría diferentes carteras de protección social, como jubilación, maternidad, paro,… hasta desarrollar la ley de bases de la SS en 1.963, siendo el R.U, el que en el 1942, elaboró la primera ley integral de protección sanitaria y de la seguridad social.
En este itinerario de alejamiento de la caridad, al reconocer los derechos y la dignidad de cada individuo, se puede enmarcar el estado de liberación que supone el descanso vacacional, pues nos va a permitir crecer emocionalmente, al ofrecernos un mayor grado de equidad y justicia, y como consecuencia de bienestar comunitario.
Fuente Dr. Baltasar Rodero, Santander, 2022
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