02 Nov 2022
J noviembre, 2022

Discordancia de género

Baltasar Rodero

A principios de siglo, recuerdo que ya ejerciendo como médico psiquiatra, (en aquel entonces se denominaba neuropsiquiatra), acudió una joven de más de veinte años a consulta, sola, retraída, muy nerviosa e inquieta, sin saber cómo decir lo que quería decir, sudorosa, temblorosa, hasta que con mi complicidad planificada, se fue serenando y comenzó la exposición de su sufrimiento.

La joven, hija única, venía prestando sus servicios en una empresa, compartiendo su puesto de trabajo con otras compañeras, se trataba de un trabajo en equipo, por lo que su horario era el mismo, todas a la entrada se vestían de uniforme, que retiraban a la hora de la salida, Luisa (nombre figurado), comenzó relatando lo mal que lo pasaba en el trabajo, primero en la hora del cambio de uniforme, y segundo, por el continuo contacto con el resto de compañeras. “Me ocurre algo insólito, raro, que en ocasiones me llega a asfixiar, porque me siento Luis, me siento un hombre, tengo para las compañeras el deseo que tiene cualquier hombre. Aunque soy una mujer para la sociedad, y visto y vivo como mujer, en el fondo no lo soy, y no lo puedo compartir porque nadie lo entendería, me siento encarcelada en un cuerpo de hombre, y como tal mis compañeras son ante todo mujeres, no compañeras”, “este es el motivo por el que aquel sentimiento que comencé a sentir de niña, me domina, y condiciona todos mis actos”.

“Nací niña, me vistieron de niña, y como niña me educaron, en los primeros años no recuerdo nada que no sea normal en mi condición sexual, pero con el transcurso del tiempo, y en la edad de los once años, comencé a sentir algo diferente que el resto de mis amigas, sus juegos no me llenaban, tampoco sus conversaciones, sus comentarios, de los temas que a ellas les interesaban yo pasaba, sin embargo, mi mirada, mis observaciones, mis deseos, eran movidos por una motivación en principio desconocida que me desconcertaba, actuaba sin querer, sin darme cuenta como un chico, me identificaba con los niños, compartía sus conversaciones, y sus fantasías, algo que fue súbitamente creciendo, y que puso en peligro permanente la relación con amigas, amigos y familia, mi sexo no se identificaba con el género asignado, se identificaba con el otro género, de tal forma que desde entonces comencé a llamarme a mí misma, Luis”.

“Aguanté todos los desprecios, de casi todos y todas con las que compartía mi vida, por “rara”, no podía comentarlo a nadie porque nadie me entendería, y viví en soledad, mi soledad, triste y además avergonzada, humillada, primero porque no me gustaba la ropa de chica, segundo porque me la tenía que poner odiándola, y tercero porque mi cuerpo me repugnaba, no le podía aceptar y no sabía qué hacer con él. Así pasé mi niñez y adolescencia, y hoy que soy mayor y que dispongo de dinero vengo a consultar, a que me aclare mi desconcierto, y a que me saque de este pozo en el que me encuentro”.

Esta es la forma en la que se vivía estos y otras situaciones afines, en la soledad, en la humillación social y en la vergüenza, ¿a quién contar esto?, ¿quién lo podría entender?, o mejor, si lo contamos que es lo que pensarían, Luisa, no se siente Luisa, se siente Luis, le repugnan los juegos de las niñas, sus conversaciones y sus formas de actuar, y además se identifica con la forma de ser y actuar de los niños, vivía sin darse cuenta, como un Luis cualquiera, en juegos, deseos, esperanzas, y fantasías, encerrada en esta situación de dislocación, además no lo puede compartir, por lo que su vida es una interpretación permanente, un montaje al gusto de los que la rodeaban, olvidándose hasta de su nombre, porque vivía una vida desconocida, además de no deseada.

El individuo transexual es ejemplo de desorden, discordancia, desdoblamiento, y retorcimiento emocional, en definitiva de sufrimiento, especialmente en determinados medios, más incultos, más exigentes, y más fariseos, el esfuerzo que tiene que realizar es enorme, al estar cargado de desencuentros, frustraciones, desesperanzas, y de insolidaridad, teñido todo ello con altas dosis de ignorancia, de aquí que la sociedad entienda, primero, y comprenda y acepte después, nuestras diferencias en casi todo, nuestras diversidades, nuestras diferentes formas de ver el mundo, de disfrutarlo y compartirlo, ello es un alivio, especialmente para cuantos individuos mantienen una discordancia o un desacuerdo, o una falta de identificación, entre su sexo, hormonal, biológico y endocrino, y su orientación de género.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2022