Desde el rescoldo del hábito de reflexionar, provocado por la etapa final de la vida, dentro de un orden normal, esta mañana, me vino la evocación de algunas conversaciones que mantenía con mi padre, y recuerdo lo extraño que encontraba, cuando algún viandante paseaba con la radio portátil o transistor, colgada sobre el hombro, escuchando música o algún serial, siempre me comentaba su extrañeza, ante un hecho tan inverosímil.

Ya más evolucionado y adaptado, y habiendo presenciado más hechos novedosos, no dejó, como a todo el mundo, de impresionarme la T.V. La enchufas a la electricidad, de la que ignoras su naturaleza, y de inmediato observas imágenes coordinadas, representando escenas de diferente tipo. Parecía increíble, como algo milagroso, o inexplicable.

Así se abrió al gran público una carrera tecnológica que nos fue inundando, formando parte de nuestra cotidianidad, tanto, que se ha hecho imprescindible para el desarrollo de nuestra vida normal, además de por su utilidad práctica, por la aparición de permanentes novedades, IA, Metaverso, y últimamente el perro robótico Tefi, que minimizan siempre, lo que hace pocos meses nos pareció insuperable.

¿Quién podía imaginar, que un hotel, con el movimiento tan voluminoso de individuos que mantiene de forma diaria, con la riqueza de la interactuación básica y continua de estos, base de una óptima atención, de la que el individuo es el protagonista, pudiera carecer algún día de personal de servicio, y ser sustituidos éstos por robots, que te dan la bienvenida antes de cruzar la puerta, que te reciben en la recepción con toda la amabilidad, orientándote de cada pormenor, o necesidad, que te acercan a la puerta de tu habitación la bandeja, con el contenido de la vianda solicitada, en definitiva, que realizan cualquier tipo de labor?

A la vista de un ser normal impresiona de increíble, parece como un sueño o fantasía, pero es una realidad, una realidad dinámica, al sumarse cada día más hechos novedosos, y que en principio, potencialmente puede provocar recelos, o incluso miedo, por la posibilidad de ser sustituida la humanidad por humanoides, pero que en el fondo, al final como la atención eficaz es lo que cuenta, cuando ésta es buena, nos tocó aplaudir.

Como contraste, hace unos días surgía un encuentro entre compañeros, y con él ciertas reflexiones sobre la naturaleza de las relaciones humanas, los sentimientos, las fantasías, las pasiones o emociones, en definitiva, a la capacidad de ser del individuo con los otros, o la forma de estar en el mundo, o su forma de ser, o  de analizar las distintas situaciones, o la forma de desarrollar una cotidianidad social; los cambios coincidíamos, son inapreciables, hemos dejado de ser caníbales, pero poco más, la vanidad, la codicia, la soberbia, la insolidaridad, la hipocresía, la difamación, el desbordamiento de los egos, las rivalidades, forman parte de nuestro estilo de vida normal, están presentes en nuestros actos, conviven con nosotros, de tal forma que en esencia no hemos asistido a cambio alguno, materializándolo en una referencia conductual aún cotidiana.

Castilla es una región, en la que en su momento tuvo un gran desarrollo el regadío, con la construcción de diversos pantanos, que pueden ir, desde los que disponen como reserva de agua miles de hectolitros, hasta los que sólo contienen unos miles de litros. De estos pantanos, salen canales o regaderas de diferente caudal, que riegan diversas extensiones de tierra, algo que se viene realizando en el Levante desde la edad media.

Así nació, o se generalizó el regadío y sus productos, provocando cierto desarrollo, el tener estos cierto valor añadido, por la riqueza de la tierra cultivada. Cada individuo del pueblo, dispone de sus parcelas, normalmente no se dan latifundios, incluso con el tiempo las parcelas grandes se han hecho más pequeñas, por las divisiones fruto de las herencias, estando todo el terreno lleno de regaderas, desde las que soltar el agua para regar cada parcela.

El terreno rico en producción, está bien tratado, al representar el sustento de la familia, de aquí que la relación de ésta, con el terreno, sea motivo de dedicación y orgullo, labrando la tierra con mucho mimo, y aprovechando cada rincón del mismo, aspecto que supone en ocasiones desencuentros entre familias, al ir robando terreno a las linderas.

Es frecuente que, cada dueño de parcelas colindantes, vaya restando tierra a las lindes, adelgazando estas hasta ser casi invisibles, ello conlleva discusiones frecuentes, al sentirse desposeídos de algo que les pertenece, teniendo en ocasiones que ser la autoridad competente la que indique el límite de cada posesión.

Pero en ocasiones la codicia ciega, y si además se mezcla con celos, o con rencores heredados, aspecto muy frecuente, las peleas no son algo extraño, llegando incluso a la provocación de graves lesiones e implicaciones familiares, esto, propio de principios de siglo, sigue vigente en toda su extensión.

La lucha por un pedazo de tierra, que realmente no tiene en el fondo valor económico, o la disputa del caudal del agua, en tiempos de regadío son situaciones que siguen planteando contenciosos permanentes, trascendiendo lo que es una discusión, cuando se da el aditamento de rencores, envidias o desencuentros graves históricos, y que nos hace pensar en la escasa e incluso en ocasiones nula calidad humana del individuo, los sentimientos en ocasiones nos hacen penetrar en un estado crepuscular de conciencia desde el que podemos acometer verdaderas barbaridades.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2023