05 Dic 2019
J diciembre, 2019

Egoismo versus generosidad

Baltasar Rodero

Quizás estemos situados en los momentos sociales, más llenos de contradicciones, poblados de múltiples desencuentros de diferente índole, que después de una época balsámica, nacida tras las últimas guerras mundiales, y en nuestro medio, tras la transición política, se nos hacen difíciles y extraños, e incluso peligrosos, de entender, y aceptar, a la vez de temer, sus consecuencias.

Después de una profunda crisis económica, que asoló el mundo, desajustando su verdadera estructura, al surgir más desigualdades sociales y en consecuencia más hambre y descontento, una mirada al mundo actual, lleno de secuelas del citado desajuste, nos permitirá la observación desde una instantánea fija de nuestra realidad, llena de incertidumbre, e inquietudes, tan vibrantes y permanentes, que han permitido un continuo pregón, a través de los vendedores de futuro.

Destacamos de forma especial, como fruto de esta situación, al Sr Trump, cuyo poder hace temblar, con la presencia de estruendos permanentes, hasta en los más lejanos rincones del globo. Asia oriental y de forma especial Corea del norte, Oriente Medio, en el que incluimos los Países Árabes, y de forma específica Irán e Irak.

Además de la totalidad de América, primero destruyendo los tratados comerciales con Canadá y Méjico, y después tratando de vigilar, América Central, con el control pernicioso e inhumano de emigrantes. Destacamos por su anarquía política, a Venezuela, Chile, Bolivia, Brasil, Honduras, el Salvador, etc.

Y todo ello coronado, por una permanente y mantenida tensión de los dos grandes bloques, alternándose con periodos de distensión, y referida fundamentalmente a Asia central, pensando especialmente en la riqueza de sus tierras, petróleo y materias primas, apoyados por su cohorte de estados, junto a China, segunda potencia mundial que crece permanentemente, que investiga, y se desarrolla, enriqueciéndose el estado como tal, y no así el pueblo, y con la que se disputan la hegemonía política mundial.

Estamos pues frente a una visión itinerante en versión panorámica, que de forma lenta va destruyendo aquella armonía que algún día no muy lejano se vivió, y que nos impresiona que el desastre final está cercano, cuando además añadimos a lo dicho, otras situaciones como, el Brexit, que responde exclusivamente a una actitud egoísta, “nosotros, solos y a nuestro ritmo, vivimos mejor, estamos hartos de compartir,” visión en espejo, que actualmente se está viviendo en Cataluña, a lo que se puede sumar, los múltiples movimientos de protesta, muy especialmente europeos, cada día mejor organizados, y con más poder, enrabietados por la mala gestión de los políticos actuales y de los que les han precedido, culpables en una parte muy importante de la situación actual.

La guinda pudiera ser, la convivencia con grandes movimientos migratorios, que empezaron en Norteamérica durante su descubrimiento y guerra posterior, siguieron en la Europa de las grandes guerras, en las que se perdieron más de 30 millones de vidas, entre desaparecidos y muertos, y siguen actualmente desde las diferentes zonas del Sáhel, y norte de África, cercano y lejano Oriente, donde las disputas políticas, fruto de gobiernos débiles y corruptos, exigen la huida de muchos ciudadanos, con el solo fin de poder mitigar el hambre, la precariedad, o la amenaza de exterminio.

Esta visión de la historia cercana, da verosimilitud al pensamiento de Hobbes, que se tomaba a broma el concepto Aristotélico, de que el hombre es un animal social, él pensaba que el hombre es un lobo para el hombre, y añadía que es además, egoísta, depredador y pendenciero, agregando a su discurso el concepto de materialista. Cada ser es una cosa, pero esa cosa nada tiene que ver con el alma, es sencillamente el cuerpo, no hay realidad fuera de este.

Por esto, por el temor a ser devorado por sí mismo, manifiesta doctrinalmente en el Leviatán, la necesidad de un pacto entre los hombres, que les permita poder convivir sin comerse, respetando las normas que él define para cada medida, ello podría permitir cierto nivel de convivencia en paz y armonía, controlando los instintos y deseos del hombre.

Ante esta visión tan penosa de la sociedad, en la que se observan tantas desigualdades, destrucciones y caos, fruto de un egoísmo desmedido, el planteamiento que nos podemos hacer es, si éste, el egoísmo, es algo genético, nacido con el hombre, o es la vida la que le enseña, incluso le exige este tipo de comportamientos. Es sabido, según el instituto Max Planck, que el niño desde los tres años, o incluso antes, colabora con el adulto y además reconoce sus necesidades y le presta ayuda, tiene pues una predisposición innata de ayudar al adulto.

El egoísmo es un amor desmedido, excesivo hacia uno mismo, que le exige una atención desmesurada, es la antítesis del altruismo, que trata esencialmente de ayudar a los demás, en este caso la conducta está impulsada por motivaciones auto interesadas.

Parece que de forma instintiva, el hombre como los animales, busca lo agradable y rechaza la desagradable, busca el placer, la satisfacción, y rechaza el dolor. Así ocurre con los bebés que de forma espontánea, expresan su agrado o desagrado, cosa que el hombre aprende o lo incorpora a su forma de ser, no pensando en alternativas, no entiende que haya otra forma de elegir.

Fue Robert Hooke, el primero en apuntar, el paso de una vida breve primitiva y brutal o primigenia, a una sociedad pactada mediante normas de convivencia. No obstante, el hombre la elige como un ser egoísta, que actúa de acuerdo con sus intereses, la compasión o la caridad, son actitudes egoístas, antes las que reaccionamos por temor a sufrirlas.

Pero el estrés fatiga, y puede provocar estados crepusculares de conciencia, o estados acríticos como los que estamos viviendo, que manejados interesadamente, pueden dar frutos perversos.

Autor: Dr Baltasar Rodero Psiquiatra. Diciembre 2019