La impresión que todos compartimos es que el orden es universal, todo está programado estratégicamente y se cumple de forma armoniosa, circunstancia que en principio implica ciertos beneficios. Saber, cuál es la temporada de calor o de frío, cuando tengo que recoger las diferentes cosechas agrícolas, el día de nuestra llegada a este mundo, o a cualquier otro lugar, en la cotidianidad diaria, que sé cena por la noche y que sé desayuna por la mañana, o cuando aproximadamente terminaré mi formación académica, etc.

Pero la eficiencia del orden relacionado con nuestra cotidianidad, con nuestra operatividad diaria, con nuestra actividad, está discutida. Albert Einstein pensaba, “si un escritorio abarrotado de papeles, es síntoma de una mente repleta y llena, ¿de qué es síntoma una mesa vacía?

Ser ordenado, de acuerdo con nuestro preámbulo, parece que es lo correcto y lo aceptado socialmente, de tal forma que todos tendemos a dar un número, o un lugar determinado a las cosas, pues ello implica que una posible reutilización siempre será más rápida y eficiente, además hay investigaciones que indican que el orden favorece las buenas acciones.

Sin embargo, está claro que el desorden potencia la creatividad, de eso es testigo el gran pintor, Francis Bacon. El orden conlleva límites, linderas, rigideces impuestas que interiorizas, el desorden como contrapunto es libertad, y desde ésta la acción o elección carece de límites, la creatividad, la fantasía, la imaginación se multiplica, hecho demostrado científicamente.

El orden implica una pulsión, nace de nuestro interior y es irrefrenable, y el desorden es como una tendencia inevitable. La entropía, segundo principio de la termodinámica, respondería al desorden inherente a un sistema. Parece que el desorden invita, presiona y exige conducirse en dirección de una tarea determinada, facilitación que desaparecería en su ausencia.

Experiencias llevadas a cabo en el tratamiento de documentos, ordenándolos en sobres numerados, y que colocamos ordenadamente con diferentes anotaciones, cual es y cuando han llegado, que contienen, junto a otra fórmula que es la de apilarlos, parece que la tendencia desde la libertad de interpretación, te lleva a poner los documentos importantes, que puedes tener la necesidad de utilizar en poco tiempo, a situarlos más cerca de la vista, de tal forma, que bajo el orden del “apilamiento”, se encuentran los documentos que necesitas antes, que mejor si lo hubieras ordenado de forma escrupulosa, el desorden está en nuestra percepción, dado que sustancialmente responde a unos principios.

Times Tim, escribe en “El poder del desorden”, (Conecta), los despachos más desordenados están llenos de referentes, notas, pistas sobre los diferentes protocolos de trabajo, cuya aplicación nos van a permitir que nuestra labor sea diligente. Obviamente, las señales sólo las entiende él que las ha situado, para los demás son mudas e inexpresivas, pero para el autor son claras, precisas y concretas, tan eficaces como sutiles, haciendo más breves los lapsus y manteniendo la concentración.

Un experimento, primero en su género, le realizó Jay Chiat, enfrentándose al problema orden o desorden. Creó una oficina sin muros, entregando un ordenador y un teléfono  a cada trabajador, situando el resto de material muy bien ordenado en cajones para poderlo tomar cuando lo necesitaran. Todos los trabajadores al llegar a la oficina y no encontrar sus herramientas, tomaron algunas, y se fueron a trabajar a su casa. Jefes y trabajadores estaban dispersos, la libertad no incrementó la producción, pero nació la oficina virtual.

Por nuestra formación, desde el nacimiento, junto al orden mundialmente establecido como natural, a la vez de inexorable y que aceptamos y vivimos de forma impuesta, la visión del desorden provoca cierto desagrado, lo podemos experimentar en la entrada  en una sucia vivienda, o al subirnos a un automóvil destrozado, aunque ciertos casos favorecen cierta coincidencia, como ocurrió con el hongo de Fleming, gracias al cual contamos con la penicilina.

Pero la pregunta esencial es, si el orden es eficiente. El periodista David H. Freedman, en su halago del desorden, concluye que el orden no tiene en cuenta el conocimiento, que no siempre es rentable, aunque las encuestan dicen, que casi un 60% de la población no piensa bien del desorden, y de un desordenado. Pero aún así, él defiende que individuos y organismos moderadamente desordenados, son más creativos y eficientes.

Es universalmente conocido que Piaget, supo categorizar los distintos periodos del desarrollo cognitivo de los individuos, pero que fue incapaz de ordenar su despacho. Bergson apunta que no existe desorden, sino dos tipos de orden, geométrico y vital.  El orden para la mayoría de los individuos es un bien heredado, aprendido, exigido, y protegido, de aquí el sentido de ansiedad, frente al desorden, o el de un ama de casa que un día haya descuidado su quehacer, o el de un oficinista que por despiste no haya situado las cosas en su lugar, pueda llegar a ser patológico.

Es muy común escuchar a las personas comentar, “no descansé hasta que no lo resolví, incluso no me he podido concentrar en otra cosa”. O, en el mismo estilo comentar a una madre de niños infantiles, necesitados de playa, “hasta que no realice las tareas caseras, no puedo salir de casa, como voy a salir sin hacer las camas”. El orden vive en nosotros, somos su resultado, a la vez de sus esclavos.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2023