A lo largo del tiempo transcurrido, desde la declaración de “alerta sanitaria” por el gobierno, son muchas las ocasiones, en las que me ha venido a la imaginación una niña de 13 años, y su sepultura en vida, junto a su hermana, padres y otras dos familias, dentro de un pequeño apartamento oscuro, y situado en lo alto de un edificio, sometido a la vigilancia criminal de sus persecutores, tratando de malvivir, en la mayor oscuridad y silencio, para evitar su captura.
Antes de proceder a la reclusión, su padre, como todos los judíos, empleado de una fábrica situada en el mismo edificio, del apartamento en el que se confinaron, y por ello, conocedor de la estructura laberíntica de este, eran perseguidos en Holanda, donde su padre fue trasladado por la empresa, sus libertades estaban totalmente recortadas, no podían pasear con libertad, ni utilizar bancos públicos, ni usar un autobús o biblioteca, o cualquier otro servicio público, la persecución era cada día más agresiva, y la restricción de los judíos cada día mayor, el ambiente se hacía asfixiante para todos ellos, además de por la vigilancia y control constante, por el miedo al futuro, cada día más incierto.
Desde esta situación, el padre, ayudado por algún compañero de la fábrica, fue trasladando víveres y otros enseres, al apartamento donde planeaban recluirse, y sin que nadie se diera cuenta de nada, un día desaparecieron de su domicilio, para meterse en un foso oscuro y vigilado, viviendo permanentemente en el temor, de ser capturados y muertos.
Siempre a oscuras para no ser vistos, con las ventanas cubiertas de tela, tapando las posibles rendijas, y sin provocar ruido alguno, ni el del váter, confinados, pegados los unos a los otros, en pocos metros cuadrados, así permanecieron durante dos años, conviviendo ocho personas. Ana Frank, se hizo mujer, en aquellos dos años de enorme tortura física y psicológica.
Hago esta exposición, porque es bueno saber, la capacidad de resistencia del individuo, de la que algunas personas en el día de la fecha, viviendo la realidad que oficialmente se nos ha impuesto a todos, dudan, y bajan la guardia, sin plantear la lucha por la superación diaria. Claro que requiere esfuerzo, constancia, y especialmente motivación, de aquí que debemos de explorar nuestros deseos y necesidades, y cabalgar sobre la esperanza, especialmente de la vida como tal, que es aspirar a ser uno más entre todos.
Tengo familia relativamente larga, amigos y muchos conocidos, además de un grupo numeroso de pacientes que los vivo desde la cercanía, y estoy de forma permanente, palpando su estado de ánimo, observando en ocasiones, cierto tono de apatía y decepción, incluso de desesperación, al no poder realizar la vida que para ellos era cotidiana.
Sin darse cuenta de que el camino es largo, y que jamás es tarde para nada, siempre se llega a tiempo, por lo que nuestro espíritu ha de permanecer listo, vivo, alerta, incluso por los demás, sin perder la esperanza, porque todo en la vida tiene fin, nada es eterno.
Aceptemos la situación, es la mejor respuesta para evitar el contagio, si no estamos en contacto, si no nos tocamos, ni nos vemos más que a través de la tecnología, evitaremos que el virus camine libremente, atrapando a diestro y siniestro, pudiendo estar entre ellos algún familiar, o incluso nosotros mismos.
Ana pasó su tiempo, parece que sin grandes sobresaltos, ello supuso una buena organización, mantenían conversaciones en grupo, o con su hermana y especialmente con su padre, leían, pasaban mucho tiempo leyendo, pensaba, meditaba sobre la situación actual, el porqué de la misma, así como el posible futuro previsible, escribía mucho, reflexionando sobre todo lo que ocurría entre las familias, aportando su interpretación de todo lo acontecido.
Así paso dos años una niña, que aprendió a ser mayor de forma espontánea, sabía lo que se jugaban, sabía el riesgo que corrían y a lo que se podían enfrentar, había vivido ya algo, antes del confinamiento, se daba cuenta de todo, y desde su estado infantil, aprendió, supo estar a la altura de lo que se esperaba de una persona adulta, porque tenía esperanza, porque quería a los suyos, porque creía en el futuro, porque creía y esperaba una vida mejor.
Lucho sin descanso, se enfrento a todo tipo de adversidades, se agarró a la vida, a la esperanza, al deseo de seguir aquí, y fue neutralizando cada momento de ira, de incertidumbre de desorientación, de tristeza, de falta de fuerzas, profundizando en su conciencia, en su amor a todo lo que la rodeaba, en el deseo de seguir.
Aquello fue un confinamiento voluntario, como respuesta a la crueldad de la vida, al miedo de ser exterminados, el nuestro ha sido impuesto, como la mejor respuesta para la defensa de la vida de todos. Porque sabemos, que nuestra lejanía evita el contacto, y con ello el contagio. Es el tributo que se nos exige para salvar la vida de todos los nuestros, padres, hijos, abuelos, familiares, amigos y vecinos. MERECE LA PENA.
Autor Dr Baltasar Rodero Psiquiatra Santander, Abril 2020
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