El dolor se entiende como una molestia o malestar, que limita o incapacita al individuo la realización de una vida normal. Puede representar una llamada o señal de que algo no va bien, y su intensidad fluctúa entre, leve, o compatible con el ejercicio de una vida cotidiana, moderado, cuando implica alguna limitación, y grave, cuando sus efectos son devastadores y en consecuencia, además de limitar o impedir el ejercicio de una vida normal, ésta se tiñe de tristeza y amargura, con la presencia de quejas permanentes.
El dolor es una sensación muy común, es uno de los trastornos que con más frecuencia sufre el individuo, además tiene un componente psicológico o emocional, al afectar a la calidad de la vida.
Tiene además una constante histórica, sobre la que abunda la literatura y el misterio hasta el siglo XIX, en el que se va a incorporar un aporte científico importante, gracias a los conocimientos fisiológicos, y anatómicos, surgiendo en el siglo XX las especialidad de, anestesia y reanimación, alrededor del conocimiento de la génesis científica del dolor.
El dolor, en si, es una señal de alarma, que señala al sistema nervioso, sobre la existencia de una zona del organismo, expuesta a una situación, que puede provocar una lesión, desencadenándose de esta forma, una serie de mecanismos, cuyo objetivo va a ser el de evitar el daño, o que éste sea el menor posible.
Para el ejercicio de esta función, nuestro organismo está dotado de neuronas receptoras del dolor, y de mecanismos reflejos y rápidos de protección, por ejemplo, me quemo una mano, y de forma rápida la retiro, produciéndose a continuación, un mecanismo de estrés o de vigilancia del organismo, que localiza el lugar del dolor, estableciéndose inmediatamente, los mecanismos de un comportamiento ordenado, para poder enfrentarse mejor a la lesión, son en definitiva un carrusel de procesos, en las que se imbrican factores biológicos y emocionales, por lo que cada individuo al final, va a vivir su dolor de forma singular.
El dolor crónico es una experiencia pluridimensional , en él se da un componente sensitivo, que determina la naturaleza del estímulo, duración, evolución, etc., un componente afectivo, capaz de transformar las circunstancias neuronales en un sufrimiento crónico, un componente cognitivo, mediante el que se procede a una interpretación del dolor, y su lenguaje, mostrándonos mediante las diferentes líneas de investigación, que la experiencia a la reacción es diferente en cada individuo, o de otra forma que, a igual tipo de lesiones las respuestas van a ser diferentes, en cada persona que las sufra.
En el fondo la fisiopatología del dolor, es compleja como lo son los mecanismos que la regulan. Los receptores se sitúan en casi todo los tejidos corporales, los hay más o menos sensibles, y éstos trasmiten la información a través de fibras nerviosas, cuya velocidad es diferente, dependiendo del grado del mielinización de las mismas. Las fibras A, conducen los impulsos a una velocidad de ente 5 y 50 metros segundo, son mielinizadas, responden especialmente a estímulos, mecánicos, químicos, térmicos y de presión.
La fibras C, son fibras que conducen muy lentamente los estímulos, no son mielinizadas, y responden a estímulos, térmicos, mecánicos y químicos.
La señal del dolor, se transforma en señal eléctrica, de tal forma que pueda ser reconocida por el cerebro, esta transformación está ligada a la existencia de unas proteínas. Los receptores son capaces de detectar los diferentes tipos de estímulos, además están equipados de mecanismos de transmisión adecuados.
Los neurotransmisores conectan los estímulos con las astas posteriores de la medula, existiendo dos tipos de neuronas trasmisoras, el gluconato y los neuropéptidos. De ésta forma cuando se produce una lesión o traumatismo, se produce un daño celular, determinándose una cadena de sucesos bioquímicos, que inducen a la activación de los terminales nerviosos, produciendo potenciales de acción, que se dirige al S.N.C. a través de las astas posteriores de la médula.
Es interesante saber que en este proceso se libera histamina, que conjuntamente con otras sustancias, generan edema y enrojecimiento, en la zona afectada, y que además la histamina y la serotonina aumentan en el espacio extracelular, sensibilizando otros receptores que provocan la hiperalgesia.
Un dolor singular, que nos impregna a todos en algún momento de la vida, es el dolor moral, un dolor que presiona nuestro pecho fuertemente , hasta provocar, una respiración suspirosa y en ocasiones asfixiante, un dolor por el que desaparece el horizonte, con el desprecio de cualquier tipo de meta, un dolor que nos envuelve como nebulosa espesa, dejándonos en la más absoluta oscuridad en nuestro propio camino, un dolor que nos obliga a reorientarnos de forma permanente, en un nuevo ejercicio, en el que carecemos de coordenadas y en consecuencia de rumbo.
Un dolor que puede tener su nacimiento, en la ausencia de un simple, ¡hola!, que con enorme y tierna sonrisa, te esperaba siempre que llegabas a casa, o en la visita al domicilio de un hijo, cuando no escuchas los habituales ruidos disonantes, y anárquicos, pero llenos de vitalidad y energía y especialmente dulzura, o cuando nos reunimos los amigos alrededor de una mesa, y una silla vacía, denuncia la ausencia de algún compañero entrañable, con el que hemos pasado grandes y hermosos momentos, o que cuando en la noche de Navidad, las campanadas, villancicos , confetis, movimientos ruidosos u sin rumbo, se convierten en silencios, en lapsus en los que no se oye nada, en mutismo reverencial, en un injerto estéril y esterilizador por falta de raíces, es la tenebrosa y dramática depresión, la antesala de la nada, el abatimiento en medio de la desorientación, donde no se conoce la palabra esperanza.
Fuente. Dr Baltasar Rodero. Psiquiatra. Mayo 2019
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