El niño es el mamífero que va a presentar más limitaciones a la hora de su nacimiento, es completamente dependiente, necesitando la ayuda de sus progenitores durante un largo periodo de tiempo para su subsistencia.
No obstante, es sensible, y va a interactuar respondiendo a estímulos externos, que cada día serán más elaborados, ricos y plurales. También observará y explorará su interior, respondiendo a cuantos cambios o estímulos observe en el mismo.
Así se desarrolla, crece e interactúa, especialmente con el ambiente que le rodea, con él que aprende y se familiariza, con él que convive y participa, va adquiriendo habilidades que le permitirán socializarse y participar activamente en el mundo.
El juego en este sentido cobra una enorme importancia, como algo lúdico, con lo que se lo pasa bien y disfruta, además, es espontáneo e impulsivo, nace de dentro hacia fuera y además no tiene límites, no tiene acotaciones. Coge una pelota, la toca, la mira, la muerde, la chupa, la tira, la vuelve a tirar, y la diversión está servida.
Esto, es lo realmente significativo, a través de la diversión, aprende, todos sus sentidos los pone al servicio del juego, explora y analiza todo lo que le rodea y aprende con su contacto, con su interacción, que le exige atención, movimientos, destreza, respuestas de todo tipo y observación global, con lo que sus capacidades físicas y mentales, van desarrollándose y madurando de forma lenta y coordinada.
De sus modelos de convivencia, copia su universo de actitudes, de comportamientos, de forma de entender los hechos y circunstancias, y con el que juega, especialmente, va a aprender a desarrollarse en la vida, a ser, a participar practicando.
En sus modelos, observa la cotidianidad de la vida, relaciones, interacciones, las diferentes formas de ser, temperamentos, formas de estar en el mundo, es como aprender a copiar una muestra escrita, y el juego sirve de lubricante y apoyo para que aquello que observe aprenda a realizarlo.
El juego nos permite visionar, vivir o recrear diferentes realidades, que analizamos y exploramos y en las que participamos, somos y estamos. Nuestra curiosidad, la estimula y nos exige un esfuerzo de participación siempre grata y satisfactoria, que refuerza nuestra constancia y perseveración.
Nos enseña a entender a los otros, y a respetarlos, junto al cumplimiento de unas normas, pues todo juego viene definido para su ejecución con unas normas, por ello interiorizamos el respeto al otro, el sentido del orden y el concepto de disciplina, además del significado del castigo, ligado a la mentira, como el del premio, ligado a un comportamiento plausible y positivo.
Cultivemos la creatividad e imaginación, generalmente sin valor, o despreciado desde los métodos tradicionales de enseñanza, donde el aprendizaje exige el desarrollo de la inteligencia analítica, y el del pensamiento convergente, o sea, definir el concepto, no su significado, que es la esencia. Pisar un bosque, oler su ambiente húmedo, tocar el tronco de sus árboles, palpar sus hojas, pisar la hojarasca y escuchar su crujir, observar el sol entre el ramaje, etc., dista casi infinito, de la mejor exposición en una clase.
Nos prepara socialmente como individuos, puesto que el juego, generalmente se realiza en grupos, entre individuos distintos, la aceptación de la desigualdad, el respeto a la misma y su familiarización, va a ser un gran paso para nuestra positiva integración en la vida.
Su concepto de diversión va a permitir una integración mayor en el aprendizaje escolar, siempre que éste se plantee como algo divertido, facilitando, además de la colaboración de todos, incluso de aquellos más tímidos o temerosos. En este sentido, se fortalece el grupo, se cohesiona, son un grupo de iguales frente a una incógnita, exige de colaboración, entendimiento, cercanía y apoyo de todos.
Todo ello, nos hace más flexibles y contemporizadores, incrementándose el grado de adaptación, y con ello, el del equilibrio emocional, nada nos sorprende, todo se observa desde el equilibrio.
Quizá lo más importante, es que somos la especie que más juega, o que más nos gusta jugar, de tal forma que, el filósofo Huizinga nos denominó homo ludens. Es una actividad innata, específica, propia de nosotros, y que tiene grandes repercusiones positivas sobre el enriquecimiento de la actividad cerebral, propiciando, cuando se realiza de forma libre y espontánea, altos niveles de gratificación y felicidad.
Pero, hay que tener en cuenta, que generalmente se juega en grupo y por ello en el fondo, nos va a poner las bases de lo que nos exigimos en el comportamiento social y específicamente en el trabajo, o en el equipo. La empatía; o capacidad de ponerse en el lugar del otro, la comunicación o contacto con el otro de forma asertiva, desde nuestra realidad, y en el respeto a nuestros criterios, la flexibilidad y tolerancia, entendiendo que no existe la perfección, que la buscamos, que luchamos por mejorar, por el ideal, pero éste es inalcanzable, y de forma especial nos enseña a resolver nuestros desencuentros a comprendernos mejor, a sumar esfuerzos, a cooperar y al final a entender y a vivir en amistad, que es afecto, respeto y comprensión, que nos acerca más al prójimo, al otro.
Fuente Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2022
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