06 Jun 2022
J junio, 2022

El maestro

Baltasar Rodero

A lo largo de nuestra vida, lo normal es disfrutar o sufrir con numerosos o distintos maestros, de ellos, en general, aprendemos nuestros conocimientos, de los que incluso con su ejercicio podemos llegar a vivir, o cuando menos a mejorar nuestro nivel cívico, cultural o técnico.

El nombre por el que se le denominan, “maestro”, les da un aura, que les sitúa en un nivel de cierto prestigio, de cierto estatus social o de grupo, por lo que son en principio merecedores de respeto, e incluso de admiración.

Si nos referimos de forma específica a los maestros o profesores docentes, o aquellos que a lo largo de nuestra formación necesitamos para conocernos y a la vez conocer lo que nos rodea, incluso a profundizar en algún área específica de ese conocimiento, seguro que habrán sido varios y además diferentes, como hemos previamente apuntado.

Recordamos al serio, riguroso, y exigente, junto, al distendido, cercano y permisivo, que nos miraba muy de cerca, al que acudía al castigo con cierta facilidad, al que pasaba y nos observaba con cierto desinterés, o al colega amigo que no sabía permanecer en su mesa, apostándose a la altura del alumno de forma permanente.

Todos podríamos relatar historias de profesores en tono amable, bonitas y feas, incluso oscuras, todos guardamos en nuestro recuerdo aquello que nos impactó, sobrecogió, impresionó o nos alegró, y ello nos hace pensar al final, en el perfil de la personalidad de aquel o aquellos que marcaron nuestro comportamiento, por su saber o adecuación, por lo que les reservamos un recuerdo agradable.

Siempre venimos comentando que el maestro o profesor, ha de ser una persona dotada de cierto carisma, de ciertas singularidades, que le hacen sin querer, ser un referente, y sin desearlo ni buscarlo disfrutar de cierta autoridad moral, que deberá  saber administrar.

Se sitúa en clase en un lugar de cierto privilegio, frente a los alumnos, a los que puede y debe mirar a los ojos, analizar su gesto, postura, movimientos, y psicomotricidad en general, para poder captar su grado de satisfacción, de bienestar, de serenidad, y de amor a todo lo que le rodea; compañeros, ambiente, profesor, junto a los sentimientos y pulsiones que suscita su conciencia desde su espíritu, o inconsciente. “Me preguntará, podrá pensar, me sacará a la pizarra, hoy no he terminado los deberes me dirá algo el profesor, etc”.

Toda esta situación afecta al alumno, provocándole una actitud determinada, de tensión, de temor, de placer, de sentimiento de disfrute de su medio, de miedo por saber que no ha cumplido debidamente, incluso de temor y de pánico, si además, cuenta con la actitud de un profesor exigente, intransigente, incluso castrador, para el que muy poco, o nada es positivo, y los desprecios explícitos, o solapados y castigos, más o menos sutiles, son cotidianos.

Por eso, el profesor, incluso, antes de que el alumno entre en clase, necesita observar su conducta, que puede ser: solitaria, marginal, agresiva, pasiva, disfrutadora, seductora, inquieta, amable, etc., con ello tendrá la foto de su estado de ánimo. En la clase, su empatía, cercanía, y habilidades comunicativas y receptivas, perfilarán el final de la foto, y su labor, se verá facilitada.

Ésta siempre ha de ser cercana y accesible, hablan, además de para ser entendidos, para transmitir y explicar nuevos conocimientos, abren enormes portones para facilitar a los alumnos ricas y variadas visiones, por ello la proximidad física y emocional, será solo limitada por las normas cívicas, porque además de conocimientos nuevos, saberes desconocidos para el alumnado, estamos imprimiendo un formato de saber general, estar adecuadamente, saber decir o dialogar, en el que el esfuerzo se dirige a la comprensión de los diferentes códigos de comportamiento. En definitiva, conocimientos nuevos y civismo, es su responsabilidad.

Pero la clase se prolonga más allá de la puerta de la entrada de ésta, limitando con la correspondiente a la del colegio, de aquí que la función del profesor se prolongue y se atienda, a las diferentes estructuras donde descansan, con el cultivo del ocio. Es aquí por otra parte donde el alumno tímido, soberbio, cruel, protagonista, inquieto, necesitado de afecto, superprotegido o castrado, por un ambiente exigente, van a encontrar su campo de cultivo, para desarrollar cualquier tipo de conducta, que le facilite la liberación de la carga negativa que desgraciadamente posee.

Es aquí, también, donde a través de los diferentes grupos, se desarrolla el germen nacido en la familia, de la solidaridad, amistad, complicidad, comprensión, flexibilidad, esperanza, esfuerzo, diseño de un próximo futuro, significación del esfuerzo y de la perseveración, y todo ello desde un diálogo verbal y gestual, siempre abierto, accesible y colaborador.

Nuestra esperanza, es la de poder conseguir algún día, que ningún niño al partir cada mañana al colegio, llore, se entristezca, sufra cefaleas o dolor de tripa, o incluso mareo,  o fiebre tensional, o se haga pis, y que además, este cuadro, reactivo al temor o miedo, a la incomprensión de padres o profesores, pueda comenzar el sábado por la tarde.

El tratamiento es, la aceptación amable a la vez de rigurosa, por parte de padres y de profesorado, a la que se debe sumar una exigencia estricta, a la vez de comprensible, y un control serio a la vez de dialogado. El error de un alumno, no lo pueden pagar negativamente todos, es además de perverso, injusto, porque el error fruto de un esfuerzo constante, equivale a un acierto, y como tal hay que aceptarlo.

En Sílicon Valley, donde se da la concentración por metro cuadrado más alta del mundo, de cerebros despiertos, lúcidos y privilegiados, la valoración del error en los currículum, cuando son fruto de un esfuerzo mantenido, siempre es más alta, que la que se da al acierto.

Fuente Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2022