Históricamente han venido surgiendo individuos, organismos, e instituciones, desde todos los rincones del mundo, culturas y razas, cuyas manifestaciones públicas se enfrentan a la evidencia científica, negándola, en un ejercicio voluntario, consciente y en mucha ocasiones cargado de energía emocional, con el fin de que su eco sea escuchado en el más recóndito de los rincones. Ejercicio siempre irresponsable, y en ocasiones de graves consecuencias, como en el caso de la negación del covid-19, cuya letalidad es algo tan cotidiano como real.
La escala en la que se mueve esta negación es amplia, a la vez de elástica, pues ha de tratarse de adaptar, al personaje, a la causa negada, y a las circunstancias que concurren en el episodio, de aquí que partamos, de que la génesis es plural o diversa, pues temas, personajes y especialmente momentos históricos son infinitos, pudiendo asistir a vertidos de lava corrosiva de forma permanente.
Uno de mis amigos, hace dos semanas se presentó en Santander, ignorando si yo permanecía aquí, y telefoneándome me indicó su presencia, para comentarme que quería verme, que le perdonara la fórmula de presentación, pero que era imprescindible hablar conmigo. Yo le conozco desde el bachiller, el trato siempre ha sido cercano y amable, nos hemos visto en muchas ocasiones, aunque cada día menos, pero me sorprendió su presencia sin avisarme previamente.
Le indiqué que viniera a casa como es lo habitual, y a pesar de la singularidad del caso, como él lo definía, se acercó, y de inmediato, de forma desencajada, pues se sentía derrotado, me indicó, que su mujer, después de unos días de algo de catarro, la llevó al hospital, donde después del debido estudio en urgencias la ingresaron, tenía un cáncer, la operaron y al quinto día ya había fallecido.
No lo creía porque no lo entendía, “no parecía tener nada, hacia vida normal, manifestó un leve catarro, llegó al hospital, y quedó allí para siempre, no puede ser”, repetía y repetía, no puede ser, que sin la presencia de síntomas importantes pueda darse la presencia de un tumor, llevándola a un estado terminal, no puede ser, tiene que haber un error, y en este punto manifiesta que lo quiere denunciar, porque se ha dado una flagrante mala praxis. Me comentó además que sabía de la existencia de errores parecidos en ese hospital.
De forma clara y además vehementemente, podemos negar una evidencia, una realidad para cualquiera, pero no para él que está bajos los efectos emocionales de una pérdida, en la que, en la primera fase, se da la negación de los hechos, “no puede ser, no es real, todo es incierto”, porque lo contrario, el admitir la realidad desbordaría nuestro equilibrio, de aquí que la defensa de éste implique la negación de los hechos.
Pero en otras ocasiones, la situación cambia, de forma objetiva, fría, y clara, negamos una realidad evidente, científica, y admitida socialmente, en esta situación entran en juego diferentes factores, dependiendo como indicábamos, del personaje, circunstancias, y hecho.
Detrás de una negación, siempre hay una ganancia, siempre que el individuo se pueda definir como normal, y la ganancia más inmediata y plausible es el premio social, el poder situarnos en la galería de personajes, el dejar de ser nada, pasando de desapercibidos, a ser individuos que existen, que están dotados de personalidad.
Puede que se trate de un individuo situado y con nombre social, y que dispone de cierta popularidad e influencia, o puede que se sienta en declive y viva en ese temor, observándose fuera de la esfera social, en la que nos movemos la mayoría, y que proporciona el relieve del que carece.
En otros casos, se da la imagen en espejo, “si éste ha conseguido cierta relevancia, yo que gateo, que me arrastro, que no se situarme en posición de pie, me apunto, e incluso grito más, esto me dará una identidad, me prestará una vestimenta, pudiendo decir que pertenezco a algo, dispongo de una identidad, y dejo de ser anónimo”.
O puede que se trate no de individuos normales, en el sentido estricto, entre los que se sitúan aquellos que alimentan sus egos de forma querulante, su medio es el fango del enfrentamiento, y le buscan como forma de vida. Como los narcisistas y su deseo de crecer, de hacerse más visibles, o los que carecen de criterio, que deambulan torpemente y sin destino, la “negación” les proporciona un itinerario, y un objetivo, les hace ser, estar o existir, de aquí su férrea identificación.
Este comportamiento social en esencia, es cada día más frecuente, al estar huérfanos de intelectuales sociales, desde la década de los setenta u ochenta, no se dan personalidades con prestigio, con peso específico, con renombre, con criterio, respetables, aquellos cuya opinión no se cuestiona, Habermas es el último de su estirpe, y que a sus más de 90 años, viene aún impartiendo luz desde Alemania.
En su lugar, nacieron los expertos, los que en ausencia de la visión general del intelectual, desde un despacho, disponen de una concepciones profundas pero parciales, a la vez que han surgido como hormigas las figuras de tertulianos, que imitando al intelectual, discuten de todo sin saber de algo, terreno bien cultivado, para que ocasionalmente se desarrollen personajes, que en algún manifiesto figuran como intelectuales, y que responden a la floración de un instante, cuyo proceso es caduco.
Autor Dr Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander, Septiembre 2020
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