30 May 2019
J mayo, 2019

El profesor estricto

Baltasar Rodero

El profesor estricto. En algunos de mis artículos ya he comentado que, al principio de cada curso académico, comienzo a reunirme un día al mes, durante dos o tres horas, con un grupo de padres, seleccionados durante el curso anterior, cosa que he hecho también este curso. Cada día es mayor el interés que los padres prestan a sus hijos, y cada día es mayor la necesidad de entenderles, pues ello permite vivir más de cerca su realidad y darles, desde una mayor comprensión, un más cualificado y permanente apoyo.

El primer lunes del presente mes de mayo, clausuramos el curso y nos despedimos, algunos padres hasta el próximo curso, que comenzará el primer lunes de octubre, pero como siempre discutimos un tema, que se elige siempre de forma arbitraria, a no ser que se dé un caso urgente. En esta ocasión hubo total consenso en comentar algo sobre los profesores, estrictos, sobrados, prepotentes, exigentes, rígidos, insolidarios, personalistas, narcisistas, que les hay como en todas las profesiones, todos son adjetivos que se fueron utilizando, para intentar definir, una forma de ejercer la profesión de algún profesor.

Se comentaron varias experiencias que definían esta forma de enseñar. Un padre comentó que un profesor de dibujo, obligó a sus alumnos a pintar la concha de una tortuga, todo un fin de semana. Otro se refirió a  un profesor de geografía, que obligó a sus alumnos a describir, con todos pormenores, como nace un rio. Un tercer padre dijo, que un profesor de matemáticas, obligó a sus alumnos a resolver un problema que no había explicado, y en otra ocasión además, este estaba mal planteado. Circunstancias que no eran singulares, dado que se repiten con cierta frecuencia, reflejándose en las correspondientes notas, siempre mucho más bajas que las que les corresponderían a los alumnos,  en condiciones normales.

Fueron diferentes las historias que se discutieron, y todas ellas recogiendo una forma de esterilización intelectual del alumno, al ordenarle algo que no solo no es práctico, ni útil, ni necesario, sino que es realmente absurdo en ocasiones, y algo de patético en otras, obedeciendo quizás a una forma de ser y ejercer, un tanto desenfocada, o poco profesional.

Pero además, a todo esto se sumaba, la actitud de algún profesor, que se vanagloriaba, y  satisfacía, en exigir mucho más allá de lo correcto,  que se supone que es el contenido del programa, con dos agravantes, primero, en ocasiones no lo había explicado previamente, y segundo, poniendo unas notas por debajo del esfuerzo de los niños o jóvenes, provocándoles un grave perjuicio a la hora de comparar su currículo, con el correspondiente a los alumnos de otros colegios.

Obviamente se aportaron comentarios e historias múltiples, de diferente tipo, pero quizás en la que se insistió más fue, en la del profesor que enamorado de su asignatura, incluso de su exquisita formación, exigía por encima de lo que es normal, y además presumía, de forma explícita o sutil, del número de suspensos que ponía. Esto parece que es relativamente corriente, y es enormemente dañino, como ya hemos comentado.

Todas las asignaturas son importantes, todas las asignaturas valen igual, todas las asignaturas han de estudiarse por igual para poder aprobarlas. No las hay de primera,  de segunda o tercera, todas hay que saberlas para superarlas, de aquí que todos los profesores son, o han de ser iguales en el ejercicio de su profesión, responsables, cercanos, atentos, empáticos, rigurosos, y flexibles, porque estamos frente a individuos que se están formando, y en consecuencia su estado de ánimo ha de fluctuar, es lo que les corresponde como jóvenes en desarrollo, crecimiento y maduración.

Yo recuerdo vivir una historia en tercero de bachiller, que me trae a la mente con cierta tristeza lo comentado. Era un profesor de matemáticas, Prof. Peña, en el instituto Zorrilla de Valladolid. Daba clase con birrete y toga, era su hábito, que quería imponer especialmente a los catedráticos, entraba en clase en la que solo se oía el silencio sepulcral, nos miraba, observaba la totalidad de la clase, comentaba lo que tocaba explicar ese día, cogía una tiza, se daba la vuelta poniéndose frente a la pizarra, y allá en el infinito decía algo que nadie entendía, hasta que el timbre nos liberaba.

Llegaban los exámenes, todos éramos sabedores del resultado, pero aún así íbamos temblando. Las preguntas las escribía en la pizarra, cada uno iba contestando en el orden que él las había puesto, las respuestas en otro orden suponían un cero en el ejercicio.  Una hora de sufrimiento, y timbre, que era libertad.

Llega la hora de dar lectura a las notas, sabíamos previamente cuales eran, pero él, el Prof. Peña, se llenaba de orgullo e ilusión en la hora de su lectura en voz alta. Después de cada nombre del alumno correspondiente, decía mirándole con alegría, la correspondiente nota, que variaban entre 0, 5, y dos ceros concéntricos, esta le provocaba más ilusión.

Era la década de los cincuenta, la vida era así en algunos lugares, o en algunas circunstancias, porque frente a este profesor había muchos, amables, responsables y cercanos, que te permitían acercarte y comentar o preguntar alguna duda, obviamente comento una singularidad que espero, por el bien de todos, se haya desterrado para siempre, incluso que suena a chiste por lo singular.

Debo de manifestar, que todos los comentarios realizados por el grupo de padres, siempre han ido empaquetados, o envueltos, en el respeto más absoluto, y la admiración más sincera hacia la figura del profesor, que entienden y aceptan el difícil y cualificado ejercicio que vienen realizando en su mayoría, y que cuentan por ello, además de con su apoyo, con su total y absoluto respeto y admiración.

Su objetivo, su interés implícito es el de poder colaborar en el mejor ensamblaje entre el niño y la escuela, de aquí el espíritu de señalización de todo aquello que chirrié,  pero desde el máximo de los respetos y responsabilidades.