El sentimiento de culpa. Una madre de poco más de 40 años, acude a consulta desolada, triste, llena de incertidumbre, sin saber cómo responder a un problema, su marido, recto, serio, trabajador, y riguroso, es muy exigente con su único hijo. Siempre está pendiente de lo que hace, de lo que dice, se muestra exigente, y excesivamente riguroso con él, mide sus salidas, con quien y cuando sale, y cuando una calificación de un examen, no llega al umbral que él espera, el enfrentamiento, incluso el maltrato es la respuesta. Ante esto me siento inútil, si intervengo lo pongo peor, y si no intervengo me siento muy culpable, no sé, comenta, dónde está mi lugar.
Una joven que cursa una licenciatura, laboriosa y responsable, tiene pareja con la que se identifica, hay cariño y simpatía, pero ella estudia mucho y en consecuencia no puede salir cuando él lo desea, esto en ocasiones provoca desencuentros, el se contraría, ella se entristece pero sabe que su responsabilidad es el estudio, el un día se cansa y corta la relación, porque razona que son jóvenes y que es importante pasarlo bien, ella triste, muy desolada y confundida acude a consulta, se siente culpable de la ruptura.
Tengo un amigo médico, su mujer un día repentinamente se sintió mal, solicitó consulta, y en la primera entrevista la hospitalizan, a los pocos días la operan, y fallece en una semana. Él acude a mi consulta, confuso, desorientado, incrédulo, y especialmente hundido, criticándose, juzgándose severamente, culpabilizándose, por no haber decidido buscar una segunda opinión.
Cuando por la causa que fuere, nos sentimos culpables, se genera en nosotros un profundo sentimiento negativo y acusatorio. “No obré correctamente, me precipité, me faltó paciencia» ¿por qué en vez de esto, no hice aquello?. La decepción crece, el sentimiento de frustración y tristeza nos impregna, el hecho en sí nos obsesiona, ocupando toda nuestra mente, con lo que perdemos libertad, no disponemos de espacio mental para pensar en otras cosas, la rumiación, la obsesión se hace permanente día y noche, nos aislamos, y crece la tristeza y la soledad como respuesta.
Así, el aislamiento social, el alejamiento de los demás, nos acerca más a nosotros, y con ello a nuestro sentimiento de culpa, que nos exigirá el recorrido mental del itinerario del proceso, haciéndose éste, cada minuto más triste, tenebroso y negativo, surgiendo con ello un juicio más severo e inflexible del acontecimiento, con el fruto de un mayor sufrimiento.
Lentamente va surgiendo un estado de ánimo melancólico, retraído, sin capacidad para encontrar una salida hacia la esperanza, cada día el humor se hace mas plano y negativo, huyendo de todo tipo de participación social, aumentando con ello ese sentimiento matriz que nos mina y corroe, que se ha adueñado de nuestras vidas, y que nos roba cualquier atisbo de capacidad de satisfacción, de las necesidades vitales básicas, sueño y alimentación, el negativismo es universal.
En este momento, se hace imprescindible la ayuda de un profesional, que posibilite en principio un relato del drama que se vive, que nos ahoga, y que pone en serias dificultades nuestra capacidad para convivir. La exteriorización de nuestros sentimientos nos facilitará la liberación de esa carga, y nos aliviará, nos liberará de un peso, de ahí el dicho, «que a gusto me quedé cuando se lo dije”. Además nos permitirá la observación de los hechos fuera de nosotros, facilitándonos una perspectiva nueva, distinta, diferente, con lo que la realidad que vivimos comenzará a modificarse.
Si, a todo esto, le sumamos la energía de la inercia normal de la naturaleza, que siempre tiende o busca el equilibrio, se da comienzo al nacimiento de la esperanza, al deseo de seguir, de continuar, facilitando todo ello el cambio de visión de los hechos, repercutiendo en la posibilidad de un cambio en las diferentes circunstancias.
Previo a este planteamiento, jamás se nos debe olvidar que, no somos perfectos, y que por ello, nos cabe el derecho de equivocarnos, y que como seres que vamos caminando por el sendero de la vida, hemos de tener en cuenta que éste no está expedito, que normalmente esconde obstáculos, más o menos peligrosos, en los que podemos tropezar, circunstancia, que es la que nos ha ocurrido en este caso, de aquí que comencemos a verlo y sobre todo a calificarlo, con menor dramatismo, aunque se trate de un suceso grave, pues todo forma parte de la normalidad de esta vida.
Una vez estabilizados, serenados, con el disfrute de cierto sosiego, podremos analizar los hechos retrospectivamente, así como las diferentes circunstancias que han generado nuestro malestar, y normalmente llegaremos a la conclusión de que, nuestra responsabilidad en el fracaso, no es tal, que generalmente hemos hecho lo que pudimos o supimos hacer, que estuvimos siempre a la altura de las circunstancias, y que nuestra participación, siempre fue, la de compatibilizar hechos, armonizar actos, responder con el mejor de los criterios, en definitiva, defender nuestra dignidad, cumpliendo con lo que nuestra conciencia nos dictaba, quizás una intervención diferente, hubiera provocado mayores y peores consecuencias. Comencemos a ser más amables con nosotros.
Fuente: Dr Baltasar Rodero. Psiquiatra. Marzo 2019
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