Después del enorme “milagro” de la concepción, algo que impresiona de inverosímil, normalmente pasados nueve meses dentro del vientre de nuestra madre, todos, somos expulsados al mundo exterior, insultante y violento, frío y lleno de turbulencias; abandonando la paz y el placer, tanto tiempo disfrutados, careciendo de cualquier tipo de defensas. De tal forma que, dependemos de nuestros progenitores para poder sobrevivir, alimento, abrigo, estimulación y afecto, nos van a ser esenciales, para poder emprender nuestro camino en este mundo. En él nos presentamos con una carga genética, heredada de nuestros progenitores al cincuenta por ciento, a la que se irá sumando con el transcurso del tiempo, una variopinta influencia de señales ambientales, provocando al final, el alumbramiento de una persona singular y única, diferente a todas las demás, somos un ciudadano más.
Después de unos meses, apoyados en el regazo de la madre o de alguna sustituta, se inicia el gateo, y con él la observación del espacio. Pasado un año aproximadamente, nos erguimos, es un enorme paso por el que alcanzaremos cierta pequeña libertad, y nos movemos, comenzando a tocar, oler, observar… todos los elementos que se sitúan cerca de nosotros, y vamos aprendiendo, su textura, dureza, flexibilidad, amabilidad… hasta la llegada de los dos años en los que damos el paso más significativo, comenzamos a hablar, crece en nosotros la curiosidad, y nuestra actividad deambulatoria no cesa, tenemos prisa de conocer, sentir, observar elementos, además se pone en marcha nuestro pararrayos que nos permite cierta orientación, y sabemos donde están aquellas cosas que nos atraen, por ruido que provocan, por su color específico, por su forma, o por el capricho que internamente nos guía, es difícil parar, además nos movemos y los demás se mueven con nosotros, es una curiosidad que nos atrae, y en la que persistimos, nace un sentimiento de auto importancia. La etapa de los cinco años es quizás la etapa más delicada en la que pretendemos cierto alejamiento, naciendo aquí las pataletas y las peleas, pero que será pasajera.
En este recorrido, o en la superación positivas de las diferentes etapas descritas es esencial la presencia de la madre, irremplazable e insustituible, todo el mundo necesita una madre. Si separamos las crías de las ratas de las madres, unas horas cada día, de adultas tendrán altos niveles de glucocorticoides, así como capacidades cognitivas limitadas, serán más ansiosas y si son machos serán más agresivos. La repercusión de este planteamiento tuvo a principio del siglo anterior sus detractores, no obstante, hoy se mantiene la importancia de tocar al niño hospitalizado e interactuar, para mejorar la evolución de su patología.
En 1950, el psiquiatra británico John Bowlby, se enfrentó a cuantos mantenían que los bebés tenían pocas necesidades emocionales, describió la teoría del apego, así como los vínculos entre la madre y el niño, en su libro, “El apego y la pérdida”. Mantiene que los niños necesitan de la madre; amor, calor, afecto, capacidad de respuesta, estímulos, consistencia y fiabilidad. ¿Qué produce su ausencia? Adultos ansiosos, inseguros, con muy poco apego.
Bowlby inspiró un experimento definitorio, sobre el lema, “el niño no sólo puede vivir de la leche”. Harry Harlow, de la universidad de Wisconsin, criaría a un mono sin madre, pero con dos sustitutas, fabricadas de alambre, una con una cabeza de plástico parecida a la del mono, y con una botella de leche que salía de su pecho, y la otra, vestida de tejido de felpa, una aportaba calorías, y la otra, un pelaje parecido al de la madre, los bebes del mono elegían a la mama de la felpa. Incluso el bebé al agarrarse a una suplantación de la madre, y recibiendo una descarga aversiva persiste, en el abrazo, ¿identificación con el maltratador?, ¿baja autoestima?, ¿convicción de codependencia?, ¿abuso justificado?… El apego a recibir cuidados, ha evolucionado, para asegurar que la cría forme un vínculo con ese cuidador, a pesar de la calidad del cuidado recibido.
¿Qué ocurre cuando la desatención es total, sin madre, familiares, interacciones de compañeros, mala nutrición…? Es el caso de un orfanato, y que Ceausescu nos permitió observar. Prohibió los anticonceptivos y el aborto, y obligó a las mujeres a tener cinco o más hijos. Consiguió invadir todos los orfanatos, observando una alta mortalidad, y graves alteraciones de la morfología cerebrales; menor tamaño del cerebro, de la sustancia gris y blanca, y del metabolismo del lóbulo frontal, así como de la conectividad de las distintas regiones cerebrales, con excepción de la amígdala, que era mayor. Afectando al coeficiente intelectual, a las capacidades cognitivas, presentando dificultades para mantener afectos, bordeando el autismo, amén de la presencia común de trastornos de ansiedad y depresivos, con pronósticos en ocasiones severos.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2024
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