Una señora de mediana edad, viuda, amable, en edad laboral y con trabajo, me comenta, que su enorme preocupación es el comportamiento de su hijo, de diecinueve años, lleva dos años sin estudiar ni trabajar, y ni ganas o deseos de hacerlo. Realizó el primer curso de F.P, no se sintió satisfecho, y como no le gustaba lo que hacía, sin más explicaciones en principio, lo abandonó, dejo de ir a clase, y hoy desde hace más de dos cursos, está en casa, como un visitante. Porque no sólo no estudia ni trabaja en nada, es que no le parece bien hacerlo, “el mundo en el que vive no le gusta, es un mundo capitalista, sólo se mide todo por la capacidad económica, y dice que quiere ser pobre, que no quiere participar en esta farsa, que no quiere condenarse a ser infeliz para siempre”. Han intentado cambiar su opinión, además de la madre, algún familiar cercano, un profesor amigo, y algún compañero generoso, y la respuesta es, “no me gusta el mundo, no quiero colaborar en nada con él, no quiero pertenecer a él”.
Una mirada crítica, nos permitirá observar un mundo nada agradable, un mundo complejo y repleto de problemas, de aquí que estos casos de protesta y alejamiento de la realidad, no sean esporádicos, ni su solución fácil. La sociedad les invita a peregrinar, a iniciar un camino, que además de tortuoso puede conducir a la nada, les empujamos o motivamos, a integrarse en esas largas filas para todo, sin que en muchas ocasiones consigan lo que desean. La tarea es ardua, y cuando nos encontramos con una persona madura, o con dificultad para controlar sus impulsos, y reconoce las dificultades que le esperan en el enrolamiento al itinerario vital, no es de extrañar su falta o ausencia de voluntad, incluso su respuesta violenta.
Y es que con nuestro comportamiento, le hemos entibiecido hasta llegar a desconocerlo, se hace imposible el reencuentro con el descanso y la serenidad. Comenzamos por el cambio climático fruto de la actividad del individuo; inundaciones, fuegos, catástrofes, volcanes… Seguimos con otro tipo de destrucción más clara y perversa, las guerras, o enfrentamientos violentos, seguimos con los desplazamientos en masa, subyaciendo en muchos el genocidio, camino del calvario de los Rohinyas a Bangladés, o de los Armenios desde Azerbaiyán a la diáspora, o el derrocamiento del régimen de Níger, y los diferentes movimientos a lo largo de la franja del Sahel, entre los que destaca la escisión de Libia. Los muertos, la destrucción de enseres, los heridos, los perseguidos, las familias destruidas, maltratadas y desestructuradas, se cuentan por miles. Siendo esta cantidad mucho mayor, si añadimos ese triste itinerario que separa América Central y Río Grande.
La otra caricatura la ponen los maltratados, perseguidos, desahuciados, violados… que tienen que emigrar a regiones o naciones más tranquilas, las mafias les ofrecen posibilidades de traslado, que pagan con sus últimos ahorros, situándose en la pobreza más absoluta e iniciando un viaje, hacia lo desconocido, donde tienen que superar miles de obstáculos para poder intentar llegar a su destino, el encuentro con sus padres, hermanos, amigos, conocidos o la nada, quedando gran parte de ellos en el camino, llámese Mediterráneo o Río Grande.
Si a esto la añadimos, nuestra propia y específica situación; en la que la familias no se sabe bien a que estructura responden; la anticuada formación que nos prepara, para competir en un mundo poco humano y exigente; la falta de puestos de trabajo, de tal forma que el abandono de los jóvenes, de la vivienda de sus padres, en ocasiones se prolonga hasta más allá de los 30 años; el paro, como un cáncer que no tuviera tratamiento; y las calles y plazas, que especialmente se nutren en la noche, de jóvenes que no saben cómo llenar su vida; un vacío inmenso que les niega la integración social y el progreso, el grado de tensión, irritación, contrariedad y agresividad, es grande. Se les da una preparación, y se les niega su aplicación social, es una verdadera falacia.
Sucintamente expuesto, esto es lo que se observa desde la juventud, lo que se otea desde la mirada de ese camino que todos andamos hasta llegar a adultos, por esto, ¿quién quiere ser adulto?, ¿quién quiere participar en este tipo de vida destructora, anárquica, e improductiva? Esta visión, que mantienen parte de los jóvenes que, o no quieren penetrar en la selva de la convivencia, o si entran es para destruirla desde el odio enrabietado hacia los adultos, está centrada en esta visión, cuyo objetivo es el sufrimiento, la sumisión y el engaño.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2023
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