06 Dic 2018
J diciembre, 2018

La adolescencia

Baltasar Rodero

No descubrimos nada, no supone novedad alguna si nos referimos a la adolescencia, ese periodo de tiempo en el desarrollo del joven, lleno de hormonas e inquietudes, como el colectivo que tristemente mas ha cambiado sus hábitos, subrayando los negativos.

Es verdad que por su naturaleza, que lo esencial de su comportamiento sea la exploración, la vivencia de nuevas experiencias, pero siempre desde un itinerario conocido generalmente, y definido por padres, familiares, profesores y sociedad en general. La curiosidad es su ficha de identidad, pero los límites están marcados de generación en generación.

Sin embargo, por comenzar por la familia, nos encontramos que aquella rareza del enfrentamiento del hijo con su padre, se ha convertido en algo que no sorprende, y que provoca, más que preocupación un verdadero drama, cuando los padres tienen que acudir a la judicatura para proceder a denunciar un episodio de maltrato. Eso, sin contar las peleas a menor escala, enfrentamientos, negativismo, desobediencia, ausencia de colaboración, alejamiento emocional, y enfrentamientos con otros hermanos.

En el colegio, como prolongación de la familia, se viven los ecos de este comportamiento, pues un 3,5% de los jóvenes reciben normalmente golpes o palizas, y un 18% insultos, el bajo rendimiento académico puede ser desde 8 a 40 veces superior, en familias humildes, y el 25% del ciber acoso va dirigido a los adolescentes. La edad de la primera borrachera ha disminuido hasta la edad de los 13 años,  son más de 700.000 jóvenes los que se divierten haciendo el binge drinking, tomar 5 o más copas en dos horas, y que 1.300.000 jóvenes de entre 13 a 18 años, bebe de forma excesiva todos los fines de semana, lo que representa un 54% del total del colectivo.

Si, a esto le sumamos que, el maltrato, abuso y agresión sexual, ha crecido en el último año, según la fiscalía, podremos concluir que, algo, no se está haciendo correctamente.

Profesores, padres, y profesionales relacionados con la juventud, apuntan que se ha observado en los jóvenes, un cambio notorio y peligroso, ha disminuido ostensiblemente el umbral frente a la frustración, o de otra forma no aguantan nada, el déficit de atención y la vivencia de la fantasía en ausencia potencial de la realidad , ha aumentado y con ello el grado de irresponsabilidad, siendo su conducta mas retadora, desafiante, conflictiva, impetuosa e irreflexiva.

La inestabilidad es mayor, así como los cambios de humor y la alta dependencia a la recompensa inmediata, y fácil, de tal forma que lo normal es que su grado de exigencia y reivindicación sea extrema.

La globalización, ha permitido que este relato pueda ser genérico en los países desarrollados, las diferencias son muy discretas y puntuales, siendo los parámetros comentados, análogos incluso hasta el acto final o suicidio.

Ante esta situación, cabe la sencilla pregunta de, ¿cómo hemos conseguido llegar a esta situación?, ¿cómo ha surgido una sociedad tan hedonista,  egoísta y vulnerable,  que se quiebra ante cualquier adversidad?, pues no hace muchas semanas, un niño de 11 años, habituado a las buenas notas, suspende un examen y verbalizó la palabra suicidio, dentro de un cuadro depresivo.  

La respuesta, obviamente no es sencilla, por los diferentes factores que concurren en la misma, y que mediante diferentes ejemplos prácticos, que responden a   situaciones vividas, vamos a intentar clarificar.

Acude una profesora joven a consulta, inteligente, generosa y alegre, enamorada de su profesión, y  comenta que un niño de 11 años, acudió tarde a clase. En el recreo la profesora, amablemente se acerca al niño y le comenta, “la próxima ocasión que llegues tarde, no te permito la entrada en clase“. El niño, con total falta de correlato le contesta, “se lo diré a mi padre“, la profesora que se acercó al niño con el máximo cariño, se quedó preocupada, sabía cómo funcionaba el padre.

En una comida, coincido con dos jóvenes  matrimonios, uno comenta al otro que, aunque dispone de un coche de alta gama de cuatro años, va a adquirir uno nuevo para sorprender a su hijo, que le gusta uno de gama superior.

Estoy en un kiosco adquiriendo unos diarios, una joven madre está en plena discusión con su hijo de 9 o 10 años aproximadamente, el hijo exige a la madre que le compre, la madre ruega al hijo que le indique que quiere, el hijo enfadado, irritado, responde, “que me compres“, la madre desorientada no sabe qué hacer, mientras, niño repite y repite, que me compres.

Una madre acude a consulta con una niña de 14 años, refiere que es especialmente caprichosa, y que además estudia muy poco, (tenía todo aprobado y no había repetido jamás), discuten ambas en la consulta, y al final la hija comenta, que la culpa de todo la tiene la madre, le había prometido un cumple, con la presencia de más artilugios que el que tuvo  su amiga, y no lo había cumplido.

Seguramente que, muchos que lean esto, se sorprenderán, pero son ejemplos que representan la realidad actual en nuestro medio, son fruto de nuestro comportamiento social y familiar, en la que la dinámica observada en algunas familias, fundamento del desarrollo normal del niño, queda en mi criterio, cuando menos, en entredicho

No podemos exigir que los hijos no pongan los codos en la mesa, si nosotros cuando ocasionalmente nos sentamos, lo hacemos de cualquier manera. No podemos exigir que regresen a casa a una hora determinada, si nosotros no regresamos, o lo hacemos a horas intempestivas. No podemos armonizar ni restringir el número de juguetes, si nosotros seguimos jugando, con cuantos deseemos.

En ocasiones, nos preguntan en consulta que como se educa, que si algo es bueno o malo, la respuesta es la enciclopedia de la vida,  El niño, antes de la adquisición del lenguaje, se ríe, al interpretar  el gesto y movimiento de la madre, observa y reproduce todo, de aquí la necesidad de un buen ejemplo.

Fuente. Baltasar Rodero. Psiquiatra. Noviembre 2018.