07 Jul 2023
J julio, 2023

La autoexigencia

Baltasar Rodero

En diferentes ocasiones hemos comentado, que cada individuo es igual a sí mismo, o de otra forma, somos todos diferentes, pero además hay múltiples formas de ser y de estar en el mundo, o formas de estar o de relacionarse con los otros, en definitiva, el comportamiento es diverso y enormemente rico.

Hace solamente unos días, acude una joven madre, inteligente, trabajadora, culta, con estudios universitarios, competitiva, luchadora, activa, y especialmente educada y amable, comentando de forma sumisa, triste, y retraída, que ha tenido el primer hijo, recibido con enorme alegría, por lo deseado y esperado, incluso con cierta ansiedad, pero que no sabe porque se siente inútil, impotente, e incapacitada para resolver los problemas derivados de la atención del niño, no sabe pensar, estar o decidir, se siente  especialmente como embotada.

Es algo que dice no poder entender, ni puede llegar a comprender a pesar del enorme esfuerzo que ha venido realizando por conseguirlo. “Siempre he sido alegre, con muy buen aprovechamiento escolar, obteniendo una licenciatura con doctorado, con la máxima nota, siempre he ejercido de referente del grupo, me he sentido bien adaptada y con muchas amistades, amigos y amigas, con un matrimonio ideal, fruto de una relación que nació en la universidad, a lo que debo de sumar una oposición con verdadero éxito, que culmina con un ejercicio profesional muy productivo, y en el que me siento satisfecha, con un casamiento ideal, ocurrido en el tiempo que deseaba”.

En el trabajo se encuentra satisfecha, el matrimonio funciona especialmente bien, el amor, comprensión, colaboración, y compromiso mutuo es óptimo, planificando el nacimiento del hijo en el momento más adecuado, cuando ambos tienen empleo fijo. Sin embargo el grado de incapacidad que en estos momentos siente, es tan exageradamente grande, que la paraliza, por lo que ha tenido que  acudir su familia en su ayuda, y aún así se siente mal, porque esta situación de ayuda, tendrá algún día su fin, y se quedará nuevamente sola, y ahora mismo entiende que no sabrá responder a las necesidades del momento.

Se queja porque entiende que ella siempre ha sido capaz de todo, ha resuelto muchos problemas sin ayuda de nadie, además se define como muy responsable, y autoexigente, no puede tener nada pendiente, el amor al trabajo bien hecho, la exigencia de un orden, es casi desproporcionado, pero en este momento no sabe estar a la altura de lo que se espera de ella.

La impresión es de desolación, primero por no saber responder al compromiso del nacimiento de su hijo tan deseado, y segundo por no entender el cambio en su vida, una persona capaz de casi todo, que ha sabido encontrar su camino, que se ha esforzado y que ha conseguido los frutos deseados, no entiende cómo se siente tan desvalida, simplemente la parece una farsa, como si su historia de esfuerzo y trabajo, hubiera sido ficticia.

Desorientada, perdida, confundida, y hundida, sin fuerzas ni deseos de seguir, solicita ayuda, primero para entender lo que le ocurre, que considera inesperado y desgraciadamente sorpresivo, y después, para intentar subir al peldaño tan amable, desde el que observaba el mundo y que le hacía tan feliz.

La respuesta que suscita la exposición del estado de la joven, es la de que estamos frente a una forma de ser, autoexigente, resuelta, perfeccionista, híper responsable, puntual, amante del orden, y que se fustiga con facilidad, cuando no consigue el objetivo deseado. Con este tipo de comportamiento, hasta el día de la fecha ha conseguido todo, o casi todo, de aquí que esperara que el parto, y primeros cuidados del bebé nacido, respondieran a criterios planificados y ordenados, tal y como ella siempre había hecho, y los niños no son máquinas, ni jamás dan la respuesta que se espera, caminamos aprendiendo entre sorpresas.

Lo ha intentado, ha trabajado sacrificando su tiempo de forma permanente, pero al no conseguir la perfección deseada, se ha ido lentamente frustrando. Porque una relación con un bebé no es jamás rectilínea, tiene muchas curvas en las que hay que tener templanza, serenidad y paciencia, incluso, la sabiduría de que se pueda presentar algo no esperado, por ello el tratamiento no puede responder a las matemáticas, sino a la flexibilidad, plegamiento a las necesidades, y paciencia.

Tenemos que, de forma lenta y sin apresuramientos, irnos adaptando a las exigencias y múltiples necesidades del niño, como algo vivo, dinámico y por ello cambiante, planificar de forma superficial, pero esperando siempre sorpresas de todo tipo, sabiendo que como ser vivo, busca permanentemente, demanda permanentemente, nos busca permanentemente y nos necesita siempre. No busquemos pues la perfección en turnos de comida, vestido, relaciones, todo es sorpresa, todo va surgiendo y nosotros en estado de alerta para responder adecuadamente.

La esencia en la relación es, primero, adoptar una actitud de vigilancia, el niño está situado en un estado de necesidad y dependencia, y segundo, flexibilidad, amor, y adaptabilidad, desde el principio, la esencia es el niño, no el orden, la limpieza, o las normas, sabiendo, que toda madre por instinto, si no sufre de alguna enfermedad, es capaz de dar a su hijo lo que necesite, el lenguaje del gesto la guiará, y sabrá siempre sin dudar, cual es la respuesta correcta en cada momento.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2023