21 Nov 2022
J noviembre, 2022

La banalización

Baltasar Rodero

Superado el prolongado túnel, tenebroso y oscuro de la Edad Media, donde la tiranía, explotación y opresión de la sociedad en general fue desgarradora, comenzaron a surgir de forma tímida las clases sociales, que lentamente se fueron institucionalizando, marcándose al principio grandes distancias entre cada una de ellas, realeza, nobleza, clero, burguesía y vasallos o pueblo llano.

Con el tiempo y el lento progreso, estas clases sociales se fueron acercando, el comercio superó los trueques y puso en contacto a los individuos, surgió el capital y con ello la riqueza, al principio no bien repartida, culminando con la aparición de las máquinas preludio de la era industrial, donde la mano de obra fue mejor pagada cada día, llegando a continuación las grandes empresas y con ellas la modernización, construyéndose populosas urbes, haciéndose lentamente invisible desde la cotidianidad, los distintos niveles de bienestar.

Todos en el mismo movimiento y dirección, todos con las mismas capacidades y oportunidades para conseguir ser, ejercer o representar. Esto significa de forma consciente, que podemos ser iguales, que podemos aspirar a puestos que siempre fueron reservados para una determinada clase social o familia, aquellas barreras infranqueables, (era inimaginable acercarse al rey, o al papa, o a los emperadores), fueron lentamente haciéndose más suaves y permeables, hasta con el tiempo desaparecer, quedando como poso cierta deferencia, al que se consideraba que se la merecía por su autoridad científica o moral, o por el cargo público que representaba.

Por esto, en el inconsciente existe la idea, de que como somos iguales, de que como nuestro viaje en la vida es el mismo, porque venimos y nos dirigimos al mismo lugar, en ocasiones, esa deferencia nacida con el fin de una convivencia más ordenada, al ser estructurada y respetar cierto orden, ha desaparecido, o no se tienen en cuenta las distancias a observar, para preservar una relación personal respetuosa, por lo que desde finales de siglo, todo ha cambiado de forma ostensible, cualquiera puede observar, que un alumno de primaria, secundaria, o de bachiller, se dirige al profesor como un “colega”, o que un padre se dirige a su hijo como un amigo, o incluso un abuelo, llega a ser uno más de entre toda la familia.

Una visita a un establecimiento público, y observamos que a todos se nos presta la misma consideración, jóvenes, niños, adultos, ancianos, hombres y mujeres, permitiendo esa transversalidad un acercamiento emocional, que no siempre se mantiene de forma adecuada, al permitirnos libertades, que si bien pueden ser legales, también pueden ser ofensivas, censurables o rechazables, al banalizar comportamientos, formas de vida, actitudes, recordemos el discurso esterilizador y estulto de un “influencer”, el soez indigno y chabacano de algún rapero, o el empobrecedor e infortunado de las redes sociales.

La banalización pues es un problema cultural, propio de la evolución social, alimentada desde los medios de comunicación social, donde todos estamos igualados por un rasero rígido e inflexible, y donde se tratan todos los temas sin acotaciones, por individuos en ocasiones inadecuados, carentes de formación, charlatanes e impostores, además de por las autoridades públicas y privadas, y por nuestros representantes públicos; primero porque ellos no saben estar en su lugar, en el que les corresponde, aunque no es de extrañar, porque llegan allí muchos inadecuados, y después, por la ciudadanía, porque sabe que éstos, están donde están, sin méritos y sin carisma.

Este es el nivel de convivencia, por lo que nuestros partidos políticos, y especialmente sus respectivos directivos, están situados en el barro de un lenguaje, humillante, ofensivo, injurioso y altivo. Escucharles en ocasiones se hace especialmente vomitivo, no es lógico que amparándose en el halo del cargo, cualquier miembro de las cámaras, pueda llamar criminales, ladrones, dictadores, reyezuelos, banda de malhechores, asesinos, tontos, o cuantas lindezas deseen a sus oponentes, las personas, todas en general, y especialmente nuestros representantes, han de ejercer con decoro sus responsabilidades, se puede estar de acuerdo o discrepar, pero el razonamiento base de los argumentos, ha de conservarse como el mejor de los tesoros.

En esta línea de banalización apuntamos otra boutade que es permanente, y además cada día es más frecuente, nadie puede entender que la labor del gobierno sea equivocada, errónea o falsa, para ser inaceptable en su totalidad, ni que las propuestas de la oposición no tenga valor ninguno, el desprecio mutuo que no es más que una banalización de los frutos de una labor requiere siempre un razonamiento ordenado del oponente, que le entienda la ciudadanía, no simplemente, “eso no vale”, “eso no me gusta”… sin añadir contrapartidas que lo mejoren.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2022