13 Mar 2023
J marzo, 2023

La Codicia

Baltasar Rodero

En estos momentos, en el aniversario de la pandemia china, que después de cuatro años seguimos ignorando cuando y donde nació, y que sin freno alguno fue invadiendo los países europeos, provocando desolación y muerte de sus habitantes. Después de un primer periodo de tibieza ante tanta desolación, y declarado el proceso legalmente desde la OMS, como epidemia, nace de inmediato la inquietud sobre las vacunas, la discusión de su creación se enriquece, y los científicos en tiempo record, ponen en el mercado vacunas de nuevo diseño totalmente eficaces, brotando en este cierto desorden un mercadeo. El mercado de mascarillas y de geles primero, y posteriormente el de las vacunas, que, junto al lenguaje de “trapicheo”; fraudes, sobornos y malversaciones, fueron algo que se convirtió en cotidiano, además de en generalizado.

Hasta el tema de los ataúdes, cuando eran deficitarios, propició mercadear con la muerte, ¿somos tan carroñeros?, ¿carecemos de la sensibilidad suficiente y básica, como la de guardar respeto, primero, a nuestra dignidad como individuos, y después para administrar de forma leal nuestros bienes, sin malversar un dinero que no nos pertenece, y del que además hemos de dar cuenta, dado que somos meros administradores de su utilización en beneficio de los ciudadanos? Recuerdo el momento, después de otros muchos habidos en la reciente historia, y que están bajo el enjuiciamiento de la justicia, cuando viví este grave problema de comportamiento oscuro y tenebroso.

Ahora, nuestra comunidad vive un gravísimo problema, una familia, cuya cabeza es un funcionario, con capacidad para el ejercicio de una apropiación indebida, ha sido detectado como presunto causante de un quebranto económico público, de millones de euros, porque como la codicia es como el agua con sal, Profesor Morgado, que cuanto más la bebes más la deseas, en esta apropiación codiciosa, jamás se conoce límite, se sigue y se sigue demandando, solicitando, extorsionando; se pierden las coordenadas del comportamiento normal, y hasta que no se detecta, y en consecuencia se le detiene, no deja de alimentar ese deseo de acumular; incluso desde la cárcel, en  cualquier tipo de reclusión le sigue alimentando, contaminando a vigilantes o personas cercanas. Es como el drogadicto que se le aísla en una habitación  cerrada, sin contacto con el exterior, pero tratará de contaminar a la señora que limpia, o por la ventana, tirara una cuerda, con la que recogerá su tóxico.

El codicioso, como al principio lo normal es que lo tenga todo bien organizado, para no ser detectado, de forma lenta va alimentando su ego; valgo, soy importante e inteligente, puedo… y sin darse cuenta actúa desde el narcisismo, presumido, erguido socialmente, con escasa empatía, adquiriendo una personalidad, presuntuosa, indiscreta, confiada, crecida, con expresiones de auto importancia, que cuando se sospecha, se hace visible incluso por sus actos, se ha salido de su raíl, su camino no se corresponde con la persona adecuada que conocimos, es otra, lejana, autoimportante y soberbiosa.

En el itinerario va construyendo un perfil de una nueva persona, expresando un comportamiento con escaso o nulos principio morales y éticos. La codicia crea un hábito profundo, por su permanente y creciente alimentación, desde el afán de acumular riqueza del tipo que sea, sin importar al final lo que tenga, o deba de hacer para conseguirlo, van desapareciendo los límites conductuales, hasta llegar a diluirse, incrementándose de forma desmedida sus bienes, sin tener en cuenta lo que esto conlleva, o lo que signifique para los demás, es su lema, el único fin es aumentar el poder, que sólo tendrá fin, recurriendo a la fábula del rey Midas, que solicitó a su dios, que todo lo que tocara se convirtiera en oro, tocó a su hija, y se convirtió en oro, para su inmensa desgracia, este es el fin del codicioso.

La codicia busca llenar un vacío emocional, muy común en las personas, es como un enorme pozo sin fondo, los individuos que lo ejercen sienten que no se llena, que cada día necesitan aportar más y más, significando una tortura, el hecho de que no llegue a conseguir tanto como desean, porque este deseo no se apaga, a la vez que exige más, de aquí que el fin simplemente no llegará jamás, a no ser que se le “pare”. Es equiparable a una adicción, de tal forma que algunos autores hablan, de una disminución de la corteza prefrontal, zona donde tiene lugar la gratificación de los individuos, a la vez de cierta perturbación mental, que anula sus capacidades para percibir el riesgo.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2023