Comunicarse en este mundo global al que pertenecemos, como uno de los miembros más del mismo, es algo esencial, incluso vital, es como un órgano más de nuestro aparato anatómico universal, que vive y se mantiene conectado con los otros, entre los que mutuamente se nutren para poder supervivir. Nada pues es tan importante como su integración en un sistema organizado, integrado e integrador.

Yo, sujeto, requiero, necesito de otros, para poder estar en el mundo, participar de forma integrada, ser con los otros, estar con los demás de forma permanente, para el ejercicio de la mayoría de los actos, son pocos los que podemos realizar en solitario. Desde Aristóteles que ya afirmó, el individuo como ser social, sabemos de la necesidad de los otros, para el mejor ejercicio de nuestras vidas.

Lo que vehicula esta comunicación es la palabra, que surge a los dos años aproximadamente, y que de forma progresiva se va combinando con otras palabras, para al final articular un lenguaje, mediante el cual expresamos todas nuestras inquietudes, deseos o necesidades, y que con el tiempo y uso, logrará adquirir un formato maduro, pudiendo discernir comportamientos, cuya suma al final y características propiciará nuestra identidad como personas.

Esta interlocución si nos damos cuenta, no es fácil, porque se ha perdido la capacidad de pensar, ésta con el transcurso del tiempo ha ido cambiando, en el fondo,  contenido, sustancia, o mensaje, y en la forma, más o menos concreta, resuelta, impuesta, improvisada, expresada como hecho consumado, o de forma casi violenta para afianzarla, o superficial e improvisada, o elocuente como queriendo impresionar.

En definitiva, la interlocución, cuya base es el diálogo ha desaparecido en su esencia, surgiendo en su lugar, las tertulias, los comentarios, las opiniones, que simplemente son, y obedecen, a ocurrencias circunstanciales, o a hechos que en el fondo engendran intereses poco lícitos, o simplemente estúpidos, por lo que se trata de un formulismo enmascarador.

Somos compañeros, nos encontramos ocasionalmente o por alguna circunstancia, la conversación es superficial, trayendo algún dato o hecho que pueda impresionar o impactar, escondemos nuestro mundo interior, nuestro sótano emocional está enterrado, lo que se observa carece de interés, de tal forma, que el contenido del mutuo relato, permanece en la memoria minutos o algunas horas.

Si nos sentimos emocionalmente más cercanos, puede que las compuertas de nuestros sentimientos se expongan en parte, que la proximidad sea mayor, pero la censura siempre está presente, ahogando determinadas actitudes o hechos, la interlocución sigue en la superficie, abunda lo aleatorio, lo que carece de sustancia.

Incluso entre las parejas, cada uno dispone de su mundo interior, disponiendo de un perímetro de protección individual, de tal forma que la comunicación tiene sus límites, que siempre están en relación con los rasgos de la personalidad de la pareja, aunque también se van a dar zonas oscuras, no porque sean importantes, sino porque nosotros las cargamos de contenido, que puede ser generalmente intrascendente.

Si esto es así en términos generales, ¿qué podemos observar dentro del amplio campo de la política?, lo normal es que el eco de lo expuesto alcance a este medio, pero con una enorme resonancia, que sorprendentemente nos sigue impresionando, cuando previamente hemos de saber que el formulismo, lo superficial, los criterios que definen lo genérico, lo absurdo, en la medida que su consecución es una quimera, es el modelo de comunicación, amén de que sus decibelios sean en ocasiones atronadores.

Hace muchos años hablando con una abuelita, con criterio lúcido, persona amable formada e inteligente, cuando la ETA estaba en su punto álgido, en un raptus de pasión me comento, “son unos cobardes, que maten a la cara, que no se escondan como ratas, son ratas de alcantarilla”, yo me quedé helado por lo que entendí de ingenuo, cuando con el tiempo he comprendido que se trataba de un lenguaje sincero, honesto, riguroso, en ausencia de formulismos o modas, sin tratar de quedar bien o mal con su interlocutor, la espontaneidad, y su verdad, se presentaban desnudas.

Hoy nos situamos en las antípodas, los loros o cotorras son las aves más abundantes de radios, televisiones, y de redes sociales, el criterio riguroso, maduro y crítico, no se observa, la posibilidad de escuchar, de permitir la argumentación del otro tampoco, todo es un reguero de palabras, mal concatenadas, sin sentido, o con un sentido groseramente sesgado, y además tangencial, con respecto al tema que nos ocupa, y todo ello en un tono cuyos decibelios se dirigen a atomizar cualquier tipo de comentario, porque el otro no existe.

Fuente Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2022