Se trata de un sentimiento desagradable y recurrente que nos invade, impregnando todo nuestro comportamiento, de tristeza, inquietud y pena, cuya causa es, algo que hicimos incorrectamente, o que dejamos de hacer. Es en definitiva consecuencia, de la transgresión de la norma.
El sentimiento al que nos referimos puede ser generado desde el exterior, hay alguien que nos acusa, o desde nuestra propia conciencia, por el desacuerdo con una acción, u omisión determinada.
La culpa es la consecuencia de un acto, que hicimos u omitimos, sobre él que se suscita un juicio moral, sobre nuestra conducta. Ejercemos de nuestros propios jueces, desde cuya responsabilidad dictamos nuestro propio veredicto, de aquí que su propio atrapamiento o envoltura, sea difícil de romper.
En él, debemos destacar el acto causal, que puede ser imaginario o real, la evaluación que del hecho realiza el individuo, y que es el germen de la mala conciencia, o del sentimiento de culpa, y por último, la expresión emocional que este sentimiento nos provoca, y que puede ir, desde una simple inquietud y preocupación, pasando por un pensamiento intrusivo y permanente, más o menos intenso, hasta una paralización física, o psicomotriz, “no puedo salir de casa, me siento avergonzado, no puedo sentir la mirada de nadie.”
En este sentimiento tiene una clara influencia la enseñanza, que en ocasiones es excesivamente represora y castrante, imponiendo permanentemente límites a nuestros actos, además de ser criticados con severidad, aunque debemos entender, que es algo que se puede revertir, desde la maduración del sentido crítico.
También interviene el perfil de personalidad, la autoestima, la asertividad, el dubitatismo, la inseguridad, el miedo etc., van a tener un enorme significado, no es lo mismo un individuo, despreocupado, pasota, que relativiza todo, o de otra forma, para él nada es significativo, que el individuo rígido, exigente, perfeccionista, o escrupuloso de las formas y el fondo de los hechos.
El sentimiento de culpa, en ocasiones, puede ser normalmente destructivo, emocionalmente nos acorrala e inhibe, nos congela y atomiza, pues el dolor nos invade, como consecuencia del pensamiento o lamento recurrente.
Podemos de esta forma, permanecer largos años en la oscuridad de la pena, del dolor, con el agravante de que ello nos impide la búsqueda de alternativas, y con ello la liberación, incluso puede darse la circunstancia, de que mi acusación sea una fantasía, pues el hecho objeto de culpa, es ajeno a nuestro comportamiento. Esta situación es muy común, «lo debí hacer y no lo hice», sin darse cuenta, que el final no se alteraba, aún así esta situación nos puede perseguir mucho tiempo.
En otras ocasiones el individuo se enfrenta al error cometido, le planta cara, no huye, solicitando directamente perdón o disculpas, a la persona agraviada. Ésta respuesta es la más aconsejable, porque recorta e incluso prohíbe, la permanencia y progresión del sufrimiento.
De todas formas, todo sentimiento de culpa ha de ser temporal, su intensidad va lentamente disminuyendo, a la vez que vamos digiriendo nuestro error, aprendiendo para no repetirlo. La autofustigación ha de tener un final, no podemos vivir enclaustrados por ningún hecho, sea el que sea, de lo contrario estaríamos frente a una victimización quizás intencionada e inconsciente, por la que potencialmente obtendríamos algún beneficio, por ejemplo; alcanzar cierto protagonismo, tratar de ejerce de referente, recibir ciertos cuidados, etc., algo completamente anormal.
Obviamente, la culpa siempre se refiere a algo concreto, a un hecho específico, pero que irradia vergüenza, como algo más amplio, pues implica una descalificación global de la persona, que es más traumática que la culpa, más devastadora, pudiendo al final proyectarse en el futuro, suponiendo cierta inquietud que perdurará en el tiempo.
Es importante, al final, la aceptación del hecho, sin la que no podemos progresar, pero que no significa conformismo, sino una definición operativa que nos exija iniciar, un nuevo camino desde el quilómetro cero.
La elaboración de una estrategia, tendente a la solución del acto es vital. El objetivo ha de ser, salir de la congelación o atomización, no entrar en zozobras, picoteos o nerviosismos, y definir primero la identificación del objetivo del acto, sin artefactos ni exageraciones, fruto del sentimiento de culpa, y solicitar, en base a nuestro arrepentimiento el perdón, o las disculpas por el daño ocasionalmente causado, y si hay que resolver o reparar algo, del tipo que sea, ofrecerse sin complejos para llevarlo a cabo.
Desde la perspectiva religiosa, se puede afirmar, “dime como es tu Dios y te diré como es tu pecado». Actualmente, hay cierta crisis en este tema, pues hay una corriente que mantiene que se ha perdido el sentido del pecado, no obstante, mientras haya seres humanos, el pecado y la culpa estarán presentes.
Hay cambios no obstante, ni el pasado fue tan alto, ni actualmente ha desaparecido, el cambio obedece a una profunda mutación histórica. La atención a la historia centra el problema, situándole donde se cruzan, la experiencia cristiana original, y las cuestiones de nuestro tiempo.
Actualmente, nos situamos en la “caída del miedo», aunque Kant demostró, que él no obrar por miedo, representa muy bien una condición indispensable, para una moralidad auténtica.
Autor Baltasar Rodero Psiquiatra. Febrero 2020
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