En el ser social, que se esconde en todo individuo normal, en esa necesidad innata de estar con los otros, se injerta la empatía, como respuesta a la capacidad que, en mayor o menor medida, dispone el individuo, para ponerse en el lugar y circunstancias de los otros. Está emparentada con el altruismo, la generosidad, el deseo de ser útil o de ayudar. Esta actitud genética, con la que nacemos, nos ayuda a comprender mejor al otro, al comprender más exactamente sus reacciones, y la totalidad de su comportamiento frente a cualquier circunstancia.
Decimos que una persona es empática, cuando sabe escuchar, entender y comprender, las reacciones del otro, frente a cualquier acontecimiento, capta e interioriza sus múltiples respuestas, haciéndolas suyas, sintiéndolas en su profundidad, comportándose como un espejo del otro, hecho enormemente positivo, a la vez de satisfactorio, para el que lo sufre, al provocar como respuestas altas dosis de serenidad y tranquilidad, quedando la angustia, la pena y la tensión, atenuadas de forma sustancial.
Esta facultad, además de permitirnos una mayor y mejor relación con los demás, al comprenderlos mejor, al entender mejor cualquier circunstancia en la que se encuentren, también nos facilitará la posibilidad de ayudarles y motivarles, al tratarse de un acto de colaboración, que a la vez de cercano, es íntimo.
La empatía como comprensión, que siente una persona por otra, no tiene nada que ver con la simpatía, pues ésta es un sentimiento de afinidad, hacia otra u otras personas, sentimiento, por el que se nos hace más grato y amable, su comportamiento.
Tampoco tiene que ver con la asertividad, facultad que en el fondo nos permite ser libres y permanecer incontaminados, al facilitarnos la posibilidad de exponer nuestros criterios, nuestras opiniones, creencias y sensaciones, en relación a una situación, en ausencia de todo tipo de prejuicios. La asertividad viene relacionada, con la capacidad de decir al otro lo que se piensa, de forma franca, honesta y delicada.
En definitiva, la empatía, nos conecta espontáneamente con los sentimientos de los otros, nos permite situarnos en su lugar, con sus emociones y fantasías, pudiendo así percibir y comprender, tanto su sufrimiento como su felicidad, se trata de una reacción inmediata, instantánea y espontánea, no filtrada por la razón ni por la inteligencia, ni por la raza, sexo o edad, llevándonos de forma fluida, a participar y a implicarnos en la afectividad del otro.
Sobrepasa razas, culturas, estatus culturales y económicos, edades y sexos, de forma espontánea se establece una simbiosis que nos enreda y domina, nos hace esclavos de los afectos compartidos, ante los que nos situamos de forma amable y sumisa, se vincula por ello a la comprensión, al amor, y la solidaridad, siendo la antítesis del egoísmo y la antipatía.
Se puede dar una empatía de tipo afectivo, que es aquella que nace por un contagio emocional, él sufre, y su pena me impregna, naciendo una identificación afectiva de forma espontánea. Otra forma de empatía sería la cognitiva o intelectual, por la que nos identificamos con ideas, criterios, puntos de vista, opiniones, perspectivas o circunstancias concretas, que nos manifiesta el otro, y que son el motivo de su amargura o preocupación.
La empatía nace con el individuo, al estar programada genéticamente en nuestro cerebro, aunque no todos los individuos, son capaces de desarrollar esa forma de estar con los otros, anatómicamente el complejo neuronal responsable, se sitúa en el giro supramarginal derecho, permitiendo su activación, conectar con el mundo emocional, del resto de los seres vivos.
No todos los individuos lo van a conseguir, no todos los individuos posen la capacidad de activación de ese lugar anatómico, de aquí que haya personas más o menos empáticas, dependiendo del desarrollo de esta estructura anatómica. Otro grupo de personas pueden carecer de esta facultad, por su temperamento o carácter, o por la presencia de alguna enfermedad, p.ej. la fobia social.
Los modelos educativos referenciales, en los que hayamos dado nuestros primeros pasos, el conjunto de experiencias, vivencias, contexto social en el que nos hayamos movido en nuestra primera infancia, va a incidir en esta facultad o habilidad social, permitiendo o no, su desarrollo. Hoy obviamente, vivimos más aislados, por la multiplicidad de estructuras tecnológicas que nos rodean, y con las que convivimos, de aquí que un estudio realizado por la Universidad de Michigan, nos indica que, los universitarios de hoy, son el 40% menos empáticos, que los correspondientes a los años 80 y 90.
En ocasiones, la empatía, no responde de acuerdo a su estricta y positiva, comprensión y apoyo del otro, en este caso estamos frente a un tipo de empatía proyectada, que ocurre cuando una misma vivencia, expresada mediante quejas, se repite y se repite, machaconamente. La primera vez que se presenta, inyecta como es normal, altas dosis de empatía, apoyo y comprensión, pero cuando esta actitud se repite, sin que el individuo participe activamente en su resolución, al final proyecta cansancio, fatiga, incluso cierta desazón, al observar que nuestro apoyo es absolutamente estéril.
No obstante, la verdadera empatía, la real, la positiva, es aquella desde la que no se observa ningún tipo de prejuicios, nos se ven, ni se tratan de observar, no se analiza a la persona que se tiene en frente, no se la juzga, se la siente profundamente, y de forma espontánea, nos identificamos con su dolor, con absoluta entrega, hasta el desprendimiento de forma inconsciente, de nuestros propios sentimientos.
Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2023
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